Naciones de hace mucho tiempo tuvieron que saber quién es Él
TAL como no fue
persona grata a naciones de hace mucho tiempo, así no es persona grata a
las naciones de hoy día. Su nombre tampoco les gusta. Con no mencionar el
nombre de él tratan de pasar por alto su existencia, dejar que llegue a ser una
persona desconocida, dejar que su nombre desaparezca gradualmente de la
memoria. Sin embargo, extraño como parezca, las naciones no han podido
borrar de la historia humana su nombre. No han impedido que su nombre sea
proclamado por todas partes de la Tierra, en nuestro siglo veintiuno. Es obvio
que el Portador de ese nombre tiene que ser mayor que todas las naciones. Su
nombre es el más grandioso de todo el universo. Es el nombre más antiguo de que
hay registro. ¡Es inmortal! Adorna a la más Grandiosa Persona de todo el cielo
y de toda la Tierra. Es tan imperecedero como lo es su Portador. Naciones del
pasado llegaron a conocerlo. Naciones de hoy día, así como organizaciones
políticas y religiosas, igualmente llegarán a conocer ese Nombre incomparable.
En breve ellas perecerán, ¡pero no el Nombre! Antes que perezcan sabrán la
superioridad de Aquel que lleva ese Nombre.
Al respecto la historia tendrá que repetirse,
pero en escala mucho más grandiosa. La historia registrada del pasado muestra
que tenemos razón al esperar que ese nombre sea colocado en su lugar legítimo
entre todos los que moran en la Tierra. La vindicación de éste como el nombre
de Aquel que realmente vive, que es todopoderoso y supremo, llenará a las
naciones de pavor. Aunque con renuencia, tendrán que reconocer a Aquel cuyo
nombre ha sido injustamente vituperado y denigrado entre los hombres. Sabrán
que él existe y que ha hablado y que lo que ha hablado jamás deja de suceder.
Lo que esto significará para todas las naciones es de suma importancia para
todo miembro de esta presente generación de la humanidad ahora mismo.
Para nosotros del día actual cualquier
acontecimiento que haya sucedido en el año 1513 antes de nuestra era común
sucedió hace mucho tiempo. ¡Hace tres mil quinientos veintisiete años! Pero
para el Eterno cuyo nombre tiene que ser vindicado ese período no se
calcula según la rotación diaria de la Tierra sobre su eje y su movimiento
anual alrededor del Sol. Esos tres milenios y medio se consideran como solo
tres días y medio de nuestros días. ¿Y qué es una simple media semana de tiempo
para Él? Para Él solo fue hace media semana que se encaró a la potencia
política de primera clase del siglo dieciséis antes de nuestra era común. De
modo que no fue un simple arranque poético lo que sucedió cuando un
inspirado compositor de canciones de aquel día le dijo a Él: “Mil años son a tus ojos solo como el día
de ayer cuando ha pasado, y como una vigilia durante la noche.” (Citado de las palabras del profeta Moisés, en Salmo 90:4. Vea
también 2 Pedro 3:8.)
A Él no le importó que aquella primera
potencia mundial tuviera el más reciente equipo militar en gran cantidad y
pudiera dominar la tierra habitada de entonces. La altamente estimada sabiduría
de ella y su elevado grado de civilización no le importaron a Él. El gran
número de dioses y diosas religiosos que ella tenía no lo intimidó, sino
que le mostró lo ignorante y extraviada que en cuanto a religión estaba aquella
potencia mundial sumamente civilizada. Lo que tuvo importancia para Él entonces
fue que esta potencia mundial se había metido en dificultades con él. ¿Cómo?
¿Hemos visto alguna vez a un pueblo inofensivo
ser oprimido por un gobierno político poderoso, nacionalista y militarizado en
este siglo veintiuno? Esa pregunta dirige nuestra mente a varios pueblos y
grupos raciales oprimidos. Por eso, pues, podemos comprender la opresión
tiránica que se había ejercido por veintenas de años sobre un pueblo inocente
en aquel entonces, una tierra en el que eran residentes forasteros. Según las
tres grandes ramas en que se divide nuestra familia humana, estos residentes
forasteros eran de la rama semítica y moraban en un país camítico. Finalmente
la opresión que se ejerció sobre ellos se hizo tan extremada que se intentó lo
que hoy día se llama “genocidio,” para efectuar la desaparición de aquella
familia particular de semitas que ahora había crecido al tamaño de un pueblo
sobresaliente, una nación ciertamente populosa pero que no participaba
activamente en el gobierno de aquel país camítico.
Aparentemente era una cuestión racial la que
perturbaba al país camítico, pues aquel cuerpo grande de residentes forasteros
de otro linaje hasta podría suministrar una amenaza militar a esta potencia
mundial de primera clase. Pero si estudiamos más profundamente la situación,
podemos discernir que había una cuestión de importancia aun mayor que la de la
cuestión racial. Era una cuestión religiosa. Los registros de la historia
antigua prueban sin que puedan negarlo nuestros irreligiosos modernistas de
educación científica que la religión desempeñaba un papel dominante en la vida
de las naciones, hasta de los gobernantes. Una religión asombrosamente
diferente estaba identificada con aquel pueblo forastero que residía en aquel
país camítico de fama mundial. Era por eso que el núcleo firme de aquel pueblo
rehusaba participar en la adoración de los muchos dioses del país. De modo que
el exterminio de este pueblo de linaje semítico significaría el exterminio de
esta religión. Esto era, según los sacerdotes de los dioses de aquel país, lo
que más había de desearse.
Tal como ha sucedió en el caso de centenares
de millones de indios orientales en el pasado siglo veinte, les parecía extraño
a aquellos adoradores antiguos de los muchos dioses camíticos que este pueblo
forastero en medio de ellos adorara a un solo Dios, de quien se creía que era
el Único Creador de todo el cielo y la Tierra. Pero para aquellos adoradores de
muchos dioses y diosas antiguos este Único Dios de aquel pueblo de residentes
forasteros no podía ser un Dios verdadero, vivo, todopoderoso. Si lo
fuera, ¿por qué dejaría que fueran oprimidos como simples esclavos por más de
cien años? ¿Por qué dejaría que sus opresores prosiguieran con el plan nacionalista
de exterminar de la Tierra a sus adoradores y su religión? ¿Por qué
no había librado ya para entonces a sus adoradores de sus opresores y amos
politeístas? Esas eran buenas preguntas. Si él fuera un Dios como el que este
pueblo oprimido adoraba, entonces debería contestar aquellas preguntas.
¡Debería darse a conocer a aquella nación camítica! ¡Al hacer esto, también
podría darse a conocer a todas las naciones!
En cuanto a eso, ¿qué había en cuanto a darse
a conocer a Sus propios adoradores? Hasta a muchos de éstos Él pudiera haberles
parecido un Dios desconocido. En medio de las circunstancias penosas de aquel
siglo dieciséis antes de nuestra era común, ¿tenían que saber que Él existe,
que tiene un nombre diferente de los nombres de todos los dioses y diosas de
sus opresores, y que es su Dios que los reconoce como su pueblo? ¡Sí! Él
no había sido ningún Dios desconocido para sus antepasados de siglos
anteriores. Estos hasta habían conocido su nombre personal, pero especialmente
habían llegado a apreciarlo como “Dios Todopoderoso” debido a lo que hizo a
favor de ellos. ¿Por qué, entonces, no deberían adorar ellos a este Dios
de sus antepasados?
Él había hecho maravillosas promesas a sus
antepasados, promesas no solo de interés e importancia para ellos como
descendientes, sino del mayor interés y de la mayor importancia para toda la
humanidad. Había predicho, tal como les sucedió, la aflicción que les sobrevino
en este país camítico. ¿Podría no estar al tanto de la aflicción cuando de
hecho viniera sobre ellos? ¡Consistentemente, no! De hecho, él estaba midiendo
el tiempo de esta aflicción, porque había predeterminado y predicho cuándo
terminaría y debería terminar esa aflicción. Ellos tenían los registros de la
duración de la vida de sus antepasados en sucesión y de las generaciones
comprendidas. Si los hubieran consultado y hubieran hecho cálculos correctos,
habrían sabido que había llegado ahora el tiempo para su liberación. Era el
tiempo señalado por su Dios para darse a conocer a ellos como su Libertador y
para coronar Su nombre con gloria inmarcesible. Era el tiempo para que Él
demostrara con hechos que no hace ninguna declaración juramentada que le
sea imposible llevar a cabo. Él todavía es Dios Todopoderoso a pesar del
transcurso de los siglos. Puesto que había llegado su tiempo, se podía esperar
que diera a su nombre un lugar por encima de todos los otros nombres en la
historia humana.
¿CÓMO
LO HARÁ?
La pregunta ante los que todavía tenían fe en
las promesas inquebrantables de Dios era: ¿Cómo lo hará? ¿Cómo dará pruebas de
que no es un dios mítico? ¿Cómo vindicará su mismísima existencia? ¿Cómo
hará que su nombre sea respetado, sí, que sea temido por todas las naciones de
la Tierra? No por medios comunes que nuestros científicos del día moderno
pudieran explicar. No, sino por algo que ni siquiera los científicos del
siglo veintiuno pueden explicar a pesar de todos sus experimentos en los
laboratorios, por cosas tan humanamente increíbles que los que dudaran las
llamarían simplemente míticas y legendarias. Pero, ¿de qué otro modo sino por
tal demostración de su poder e inteligencia científica superiores podría
demostrar aun a esta generación de la humanidad que él es el único Dios
Todopoderoso? El que es Dios debería poder hacer cosas que no pudieran hacer
hombres comunes de ningún siglo en el tiempo. De otro modo, ¿cómo puede estar
en la elevada posición de Dios? Razonablemente, debería esperarse que hiciera
cosas que jamás pudieran hacer los sacerdotes practicantes de magia de todos
los dioses falsos. Debería distinguirse haciendo cosas inexplicables, ¡milagros!
Sin embargo, ¿cómo se
identificarían estas milagrosas hazañas de poder con este único Dios vivo y
verdadero, a fin de ser atribuidas inequívocamente a él como la fuente
verdadera? ¿Especialmente cómo, al considerar que es invisible y no tiene
ídolo o imagen visible, material, que lo represente ante los ojos y el tacto de
los hombres? Simplemente haciendo que estos actos milagrosos se anunciaran de
antemano y haciendo que se ejecutaran en su nombre, y esto por medio de un
representante, vocero o profeta humano vivo, a quien él enviara para hablar y
actuar en Su nombre. No era necesario que este Dios invisible,
todopoderoso, se presentara en persona a criaturas humanas carnales que eran demasiado
frágiles de vista y estructura corporal como para aguantar una confrontación
directa con el Hacedor celestial del Sol y todos los miles de millones de
galaxias de estrellas y fuentes de rayos cósmicos. En cumplimiento de las
predicciones hechas por voceros humanos en Su nombre, podría ejecutar por
control remoto los milagros especificados, y esto sería lo más seguro para las
insignificantes criaturas humanas que solo pueden aguantar hasta cierto límite
sin ser destruidas. ¡Todo esto mostraría consideración divina a las simples
criaturas humanas de nuestra diminuta Tierra!
Los dioses-ídolos de aquel
país camítico antiguo tenían sus sacerdotes practicantes de magia y otros
representantes oficiales, entre quienes estaban los hombres notables Janes y
Jambres. ¿Quién, pues, fue la figura histórica enviada por el Dios que
no admitía idolatría para hablar y actuar en su nombre personal?
No fue un extraño para aquel país. De hecho, había nacido en aquel país
camítico meridional ochenta años antes. De modo que ahora era un anciano,
probablemente demasiado viejo para que se le reconociera como un individuo que
había huido del país cuarenta años antes, un hombre del cual posiblemente
hubieran pensado que era persona a quien con justicia podían matar como
homicida. Habían deseado haberle dado muerte aun como niño recién nacido
haciendo que fuera arrojado en su río sagrado, al cual adoraban como un dios.
Pero mientras flotaba en las aguas cerca de la orilla en un área de papiro
hecha a mano, fue rescatado por la compasiva hija del que entonces gobernaba en
aquel país. Ella se sintió movida a adoptar a este hermoso varoncito, y
adecuadamente le puso el nombre que significa “Sacado,” o “Salvado del Agua,”
es decir, Mosheh, o, como pronunciaríamos hoy el nombre, Moisés. Esto quiso
decir una derrota para el dios-río al que no se le había permitido que se
lo engullera.
Aparentemente sin saber
que se le estaba haciendo cumplir una voluntad ajena, la hija del gobernante
entregó al nene de pecho a la propia madre de éste, Jocabed, para que lo
amamantara y criara hasta que el niño tuviese suficiente edad para ser llevado
al palacio del gobernante. Con grandeza de corazón ella estaba obrando de modo
contrario a la cruel norma de genocidio de su padre contra los residentes forasteros
que estaban esclavizados en su país. Así el niño que estaba en peligro fue
protegido de morir a manos de los opresores de su pueblo y no recibió
instrucción en la adoración de los muchos dioses falsos del país, sino en la
del Dios de su padre Amram. Un fuerte apego de familia y religioso a su pueblo
se mantuvo profundamente arraigado en este niño, que evidentemente estaba
señalado para un papel importante en la historia, hasta que cumplió cuarenta
años de edad, hasta a pesar de haber vivido la mayor parte de esos años en la
corte del rey y haber sido instruido en toda la sabiduría mundana de ésta.
Entonces, por la gran indignación que produjo en él el trato severo que se le
daba a su pueblo esclavizado, trató de encabezar un movimiento de liberación. Hubo
derramamiento de sangre, y él tuvo que huir para escapar con vida.
¿Qué o quién pudo haberlo
inducido ahora como anciano de ochenta años a dejar el país en que vivió como
fugitivo y regresar al país de los opresores de su pueblo, que habían buscado
su vida? ¿No había fracasado ya una vez como libertador? ¡Sí! Pero ahora
sería su Dios el que actuaría como Libertador de los que le adoraban a Él a
pesar de haber sido afligidos por tanto tiempo. Para ahora casi era un extraño
a su propio pueblo, pero su hermana mayor, Míriam, y su hermano, Aarón, todavía
vivían allá en el país de la esclavitud. En grado sumo tendría que
identificarse ante ellos. “¿Por qué has regresado? ¿Quién te envía?” le
preguntarían. El presentarse ante ellos como su libertador en su propio nombre
no tendría entre ellos más éxito del que había tenido en la primera
ocasión. Solo si viniera en el nombre del Dios de ellos como Libertador
tenderían a aceptarlo como su líder visible. Sin embargo, ¿cuál era el nombre
de este Dios que lo había enviado? ¿Cómo probaría Moisés que este Dios lo había
enviado para llevarlos a la libertad? ¿Había cambiado su nombre este Dios?
El divino Enviado de
Moisés sabía que su pueblo que dudaba se preguntaba por qué el Dios de sus
antepasados había permitido por tanto tiempo esta iniquidad que se practicaba
en ellos, y sabía que le harían estas preguntas a Moisés. Por medio de una
manifestación milagrosa, no en algún país mítico, sino al pie del monte
Horeb en el desierto de Sinaí de la península Arábiga, Dios dio verbalmente
órdenes a Moisés de regresar al país de los opresivos capataces de esclavos.
¿Qué habría de decir cuando se presentara inicialmente a su propio pueblo? Por
medio de un ángel invisible en una zarza del desierto que ardía milagrosamente,
Dios le dijo qué decir. Según The New English Bible publicada en un país
muy al oeste de la península de Sinaí, 3.482 años después
(en 1970 E.C.), Moisés habría de decir al explicar su misión:
“Tienes que decir esto a los israelitas, que es יהוה-IEVE el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, quien te ha enviado a ellos. Éste es mi nombre para siempre; éste es mi título en toda generación. Ve y congrega a los ancianos de Israel y diles que יהוה-IEVE el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, se te ha aparecido y ha dicho: ‘De veras he vuelto mis ojos hacia ustedes; he observado todo lo que se les ha hecho en Egipto, y estoy resuelto a hacerlos subir de su desdicha en Egipto, e introducirlos en el país de los cananeos, hititas, amorreos, perezeos, heveos y jebuseos, una tierra que mana leche y miel.’ Ellos te escucharán, y entonces tú y los ancianos de Israel tienen que ir al rey de Egipto.”—Éxodo 3:15-18.
Valerosamente Moisés obedeció a este Dios de sus antepasados יהוה-IEVE. Por señales milagrosas que por instrucciones de יהוה-IEVE ejecutó Moisés, Moisés probó que יהוה-IEVE el Dios de la liberación de veras lo había enviado para servir de líder de ellos hacia la libertad. Su liberación pudo haberse efectuado de manera fácil para los egipcios, si éstos, al demandarlo יהוה-IEVE, hubieran cesado de oprimir a los israelitas y los hubieran dejado ir libres a su Tierra Prometida de leche y miel. Pero, ¿qué hay que hacer cuando el rey Faraón de Egipto hace escarnio de la demanda que se le hace en el nombre del Dios vivo y verdadero y da la respuesta desafiante: “¿Quién es יהוה-IEVE, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel?” Para respaldar su desafío a יהוה-IEVE como si fuese un simple Don Nadie, el idólatra Faraón de Egipto añadió: “Absolutamente no conozco a יהוה-IEVE y, lo que es más, no voy a enviar a Israel.” Y cuando Faraón, el comandante de las mejores fuerzas militares de aquel mundo antiguo, persiste en su decisión, ¿qué otra cosa se puede hacer salvo obligarlo a conocer a יהוה-IEVE, hacer por fuerza que sepa que el Dios que le demanda la liberación de Su pueblo es יהוה-IEVE? ¡Faraón lo pidió!
¿Adoptan algunos de los
gobernantes políticos de este siglo veintiuno la actitud de aquel Faraón de
1514/1513 a. de la E.C., según se registra en Éxodo 5:1, 2?
La situación nacional que se desarrolló en aquel tiempo del pasado remoto
provocó por primera vez la declaración divina que dio notificación a las
naciones políticas de tiempos bíblicos del propósito de Dios de dar a saber
quién es él. Pero es necesario que las naciones de este mundo moderno presten
atención a esta declaración antigua del propósito de Dios como a algo que
también les aplica a ellas. Bien podrían considerar muy seriamente si están
representadas o prefiguradas por el antiguo país de los Faraones, cuando IEVE le dijo a Moisés:
“Ciertamente sabrán los egipcios que yo soy IEVE cuando extienda mi mano contra Egipto, y
verdaderamente sacaré a los hijos de Israel de en medio de ellos.”—Éxodo 7:1-5.
También, se le ordenó a
Moisés que le dijera al desobediente Faraón de Egipto: “Por esto sabrás que yo
soy IEVE.
Aquí estoy golpeando con la vara que está en mi mano sobre el agua que está en
el río Nilo, y ciertamente se tornará en sangre.” Así fue. Esta resultó ser la
primera de las diez plagas por medio de las cuales los egipcios testarudos y
resistidores llegaron a saber de manera desastrosa para ellos que el Dios
verdadero es
IEVE. —Éxodo 7:17-25.
Esa primera plaga, la de
convertir en sangre el río Nilo y sus canales, no tuvo como objetivo
directo al pueblo de Moisés, que moraba separado en la parte nordestal de
Egipto conocida como Gosén. Pero éstos sintieron los efectos de esta plaga que
afligió a todo el país de Egipto durante siete días. Sin embargo, sabían que IEVE no se proponía
castigarlos mediante esta plaga, y al sufrir con los egipcios se les hizo
posible percibir lo real que fue como golpe para los egipcios opresivos. Lo
mismo aplicó a la segunda plaga, la de ranas que invadieron el país de Egipto,
pues ni la tierra de Gosén escapó de ella. (Éxodo 7:19 a 8:15) Quizás
Faraón haya sacado algún consuelo del hecho de que el propio pueblo de Moisés
se viera obligado a sufrir por aquellas plagas lo mismo que los egipcios.
Quizás haya dudado de que IEVE pudiera
proteger a su propio pueblo, los israelitas, de aquellas plagas que los
sacerdotes practicantes de magia de Egipto parecieron imitar. De modo que la
situación presentaba un desafío a
IEVE. ¿Podía él hacerle frente?
Las primeras dos plagas
no ablandaron suficientemente el corazón de Faraón. De hecho, el que IEVE cediera a los clamores de
Faraón por alivio realmente endureció al gobernante desafiante. Se exigía ahora
una tercera plaga sobre Egipto. Esta produjo enjambres de jejenes por todo
Egipto. Los sacerdotes practicantes de magia no pudieron copiarla.
No pudieron atribuir la plaga a ninguno de sus dioses demoníacos. De modo
que se vieron obligados a decirle a Faraón: “¡Es el dedo de Dios!” Es notable
que ellos no dijeron: ‘¡Es el dedo de IEVE!’ ¿Evitaron deliberadamente decir el nombre
verdadero de Dios? Sea como fuere, el que ellos pasaran por alto el nombre del
Dios verdadero no ocultó los hechos, ni los salvó. —Éxodo 8:16-19.
PROTECCIÓN
POR MEDIO DE ADORAR AL DIOS VERDADERO
¿Hay alguna protección
posible por medio de adorar al Dios verdadero, aun a este Dios de nombre
no grato para muchos? La manera en que se manejó la imposición de la
cuarta plaga sobre Egipto contestó esta pregunta de manera positiva. Escuche el
registro histórico, en Éxodo 8:20-24:
“Entonces IEVE le dijo a Moisés: ‘Levántate muy
de mañana y colócate enfrente de Faraón. ¡Mira! ¡Viene saliendo al agua! (BAÑARSE)
Y tienes que decirle: “Esto es lo que ha dicho IEVE: ‘Envía a mi pueblo para que me sirva. Pero si no estás
enviando a mi pueblo, aquí estoy enviando sobre ti y tus siervos y tu pueblo y
en tus casas el tábano; y simplemente estarán llenas las casas de Egipto del
tábano, y también el suelo sobre el cual están. Y ciertamente haré distinta en
aquel día a la tierra de Gosén sobre la cual está en pie mi pueblo, para que
no exista allí tábano alguno; a fin de que sepas que yo soy IEVE en medio de la tierra. Y
verdaderamente fijaré una demarcación entre mi pueblo y tu pueblo. Mañana se
efectuará esta señal.’”’ Y procedió IEVE
a hacerlo así; y densos enjambres de tábanos empezaron a invadir la casa de
Faraón y las casas de sus siervos y toda la tierra de Egipto. Quedó arruinada
la tierra como resultado de los tábanos.”
Así, de dos maneras se le
siguió haciendo saber al Faraón empedernido que el Dios verdadero es IEVE: por la plaga misma de tábanos,
que también podía decirse que era “el dedo de Dios,” y por la separación
milagrosa del pueblo de IEVE, los
israelitas, y el que fueran protegidos de la plaga de tábanos. Si Faraón
hubiera enviado a alguien a la tierra de Gosén, habría averiguado que esto fue
así, tal como lo hizo respecto a la mismísima siguiente plaga, que mató de
peste a toda clase de ganado de los egipcios. Acerca del examen que hizo Faraón
para ver si IEVE realmente había
hecho una distinción entre el ganado de los israelitas y el ganado de los
egipcios, leemos: “Entonces envió Faraón, y, ¡mire! no había muerto
ni siquiera uno del ganado de Israel.” (Éxodo 9:7) Pero ni esto fue
suficiente conocimiento de IEVE para
Faraón, que no aceptaba aprender. Solo fue después que la décima y última
plaga había matado a su hijo primogénito y a los hijos primogénitos de todos
sus súbditos egipcios que se ablandó lo suficiente como para dejar ir al pueblo
de IEVE. Fue su propia culpa el que
llegara a conocer a IEVE únicamente
del modo que resultó penoso para Egipto.
A pesar de todo esto, el
Dios de los milagros no había acabado con haber obligado a Faraón y sus
súbditos a saber que él es IEVE.
Unos días después de haber partido los israelitas llevando consigo todos sus
primogénitos de hombre y ganado, acamparon junto al mar Rojo, en su margen
occidental, cerca de la cabecera del golfo de Suez, y “a vista de Baal-zefón
(“Señor del Norte, o, de la Atalaya”).” Cerca de este sitio geográfico IEVE se propuso darse a conocer todavía
más a sus enemigos. Fue tal como IEVE
le dijo a Moisés: “Entonces ciertamente dirá Faraón respecto a los hijos de
Israel: ‘Andan vagando en confusión en la tierra. El desierto los tiene
encerrados.’ De modo que yo realmente dejaré que se ponga terco el corazón de
Faraón, y él ciertamente correrá tras ellos y yo me conseguiré gloria por medio
de Faraón y todas sus fuerzas militares; y ciertamente sabrán los egipcios que
yo soy IEVE.”—Éxodo 14:1-4.
Realmente, pues,
no fueron los israelitas los atrapados en el mar Rojo con las fuerzas
militares egipcias lanzándose impetuosa y velozmente sobre ellos, sino que
fueron los egipcios mismos los que cayeron en una trampa que significaba su
destrucción. Mediante esto los egipcios recibirían una lección final en cuanto
a conocer a IEVE. Esto ajustaría sus
cuentas con ellos. Cuando IEVE le
dijo a Moisés ahora que abriría un corredor a través del lecho del mar Rojo
para que los israelitas avanzaran a la margen oriental y a la liberación, le
reveló a Moisés el propósito de esto, diciendo: “En cuanto a mí, aquí estoy
dejando que se ponga terco el corazón de los egipcios, para que entren tras
ellos y para que yo me consiga gloria por medio de Faraón y todas sus fuerzas
militares, sus carros de guerra y sus soldados de caballería. Y los egipcios
ciertamente sabrán que yo soy IEVE
cuando yo me consiga gloria por medio de Faraón, sus carros de guerra y sus
soldados de caballería.”—Éxodo 14:15-18.
Aquella noche, bajo la luz
de la Luna pascual, los centenares de miles de israelitas atravesaron el lecho
del mar Rojo con las aguas separadas milagrosamente a ambos lados de ellos. Hacia
la mañana IEVE permitió que las
fuerzas militares egipcias entraran en el lecho seco del mar en perseguimiento
de los israelitas. Cuando el Dios de Israel empezó a estorbar el progreso de
sus perseguidores, las fuerzas militares egipcias percibieron que estaban en
peligro y empezaron a creer que estaban luchando contra IEVE. Reconociéndolo al fin por nombre, se dijeron unos a otros:
“Huyamos de contacto alguno con Israel, porque IEVE ciertamente pelea por ellos contra los egipcios.” Pero era
demasiado tarde para huir, pues IEVE
les soltó la trampa. Leemos:
“Mientras tanto los
egipcios estaban huyendo para no encontrarse con éste [el mar], pero IEVE sacudió a los egipcios al medio
del mar. Y las aguas siguieron volviéndose. Finalmente cubrieron los carros de
guerra y a los soldados de caballería que pertenecían a todas las fuerzas
militares de Faraón y que habían entrado en el mar tras ellos. No se dejó
que quedara ni siquiera uno solo de entre ellos. En cuanto a los hijos de
Israel, anduvieron en tierra seca en medio del lecho del mar, y las aguas
fueron para ellos un muro a su derecha y a su izquierda. Así salvó IEVE en aquel día a Israel de mano de
los egipcios, e Israel alcanzó a ver a los egipcios muertos en la orilla del
mar.”—Éxodo 14:21-30.
[Notas]
Citado de las palabras del
profeta Moisés, en Salmo 90:4. Vea también 2 Pedro 3:8.
Vea la profecía de
Ezequiel, capítulo veinte, versículos 6-10.
Vea el primer libro de
Moisés, Génesis, capítulo quince, versículos 12-14.
Vea la Segunda Carta a
Timoteo, capítulo tres, versículo ocho.
Vea el libro de Éxodo,
desde el capítulo uno, versículo veintidós, hasta el capítulo dos, versículo
diez, inclusive.
Vea el libro de Éxodo,
capítulo seis, versículo veinte.
Éxodo, capítulo dos,
versículos 11-22.
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CONTINÚA…
Fran.