Una mejor esperanza para el alma
LOS soldados romanos
no contaban con ello. En el asalto a la fortaleza de montaña de Masada, el
último bastión de los judíos rebeldes, esperaban habérselas con la violenta
arremetida del enemigo, oír el griterío de los guerreros y los alaridos de las
mujeres y los niños. En vez de eso, solo oyeron el crepitar de las llamas.
Cuando exploraron la ciudadela incendiada, descubrieron la horrible verdad: sus
enemigos, unas novecientas sesenta personas, ya estaban muertos. De forma
sistemática, los guerreros judíos habían matado a sus propias familias y
después se habían dado muerte ellos mismos. El último hombre se había
suicidado. ¿Qué los llevó a cometer este espantoso suicidio colectivo?
Según Josefo,
historiador de la época, un elemento sustancial de la tragedia fue la creencia
en la inmortalidad del alma. Eleazar ben Yaír, el jefe de los celotes
refugiados en Masada, intentó primero convencer a sus hombres de que el
suicidio sería más honroso que la muerte a manos de los romanos o la esclavitud
a los mismos. Al ver que vacilaban, se puso a darles un apasionado discurso
sobre el alma, en el que afirmó que el cuerpo no es más que un lastre, la
cárcel del alma. Agregó: “Pero cuando el alma está libre de este peso que la inclina
hacia la tierra y se refugia en el lugar que le es propio, goza de un poder
feliz y libre, siendo, como Dios, invisible a los ojos mortales”.
¿Qué efecto causaron
sus palabras? Josefo narra que después de que Eleazar habló extensamente
siguiendo esta línea de pensamiento, “todos lo interrumpieron y, llenos de un
ardor irresistible, se apresuraron a cumplir lo que les aconsejaba”. Y añade:
“Movidos por un impulso divino, se alejaron impacientes [...] por
adelantarse los unos a los otros [...]. ¡Tan grande era el empeño que
tenían de dar muerte a sus mujeres y sus hijos y a ellos mismos!”.
Este macabro ejemplo
ilustra hasta qué punto la doctrina del alma inmortal puede alterar la visión
que los seres humanos tienen normalmente de la muerte. No se enseña a los
fieles de una religión u otra a verla como el peor enemigo del hombre, sino como
una simple puerta que libera el alma para que goce de una existencia superior.
Ahora bien, ¿cómo es que aquellos celotes judíos tenían esta creencia? Muchos
pensarán que sus libros sagrados, las Escrituras Hebreas, enseñan que el hombre
posee dentro un espíritu consciente, un alma que sale de él y pervive en el más
allá. ¿Es cierto eso?
El
alma en las Escrituras Hebreas
En una palabra: no.
Desde el mismo primer libro de la Biblia, el Génesis, se nos dice que el alma
no es algo que uno tiene, sino algo que uno es. De la
creación del primer ser humano, Adán, leemos: “El hombre vino a ser alma
viviente”. (Génesis 2:7.) La voz hebrea que aquí se traduce por alma, né·fesch,
aparece más de setecientas veces en las Escrituras Hebreas, y en ninguna de
ellas transmite la idea de ser una parte espiritual, etérea, separada del
hombre. Todo lo contrario: el alma es tangible, concreta, física.
Si busca en su propia
Biblia los siguientes pasajes, en cada uno de los cuales aparece la palabra
hebrea né·fesch, verá claramente que el alma puede exponerse al peligro
e incluso ser secuestrada (Deuteronomio 24:7; Jueces 9:17; 1 Samuel
19:11); tocar objetos (Job 6:7); ser aprisionada con hierros (Salmo 105:18);
anhelar alimento, afligirse con ayuno y desfallecer de hambre y sed; padecer
una enfermedad extenuante o desvelarse a causa de una pena. (Deuteronomio
12:20; Salmo 35:13; 69:10; 106:15; 107:9; 119:28.) En otras palabras: dado que
el alma es uno mismo, nuestro propio yo, puede experimentar todo lo que
es característico del ser humano.
¿Quiere decir esto que
el alma puede morir? Sí. Lejos de ser inmortal, las Escrituras Hebreas
mencionan que el alma humana puede ser “cortada”, o ejecutada, por su maldad;
herida mortalmente; asesinada; destruida y despedazada. (Éxodo 31:14;
Deuteronomio 19:6; 22:26; Salmo 7:2.) “El alma que peca... ella misma morirá”,
afirma Ezequiel 18:4. Es obvio que el destino común de todas las almas humanas
es la muerte, ya que todos pecamos. (Salmo 51:5.) Al primer hombre, Adán, se le
informó que la pena por el pecado sería la muerte, no la transferencia al
reino de los espíritus ni la inmortalidad. (Génesis 2:17.) Y cuando pecó,
la sentencia fue: “Porque polvo eres y a polvo volverás”. (Génesis 3:19.)
Cuando Adán y Eva murieron, sencillamente se convirtieron en lo que la Biblia a
menudo llama ‘almas muertas’ o ‘almas difuntas’. (Números 5:2; 6:6.)
No es extraño que The
Encyclopedia Americana comente sobre el alma en las Escrituras Hebreas lo
siguiente: “La concepción del hombre en el Antiguo Testamento es la de una
unidad, no la unión de alma y cuerpo”. Y añade: “Nefesh [...]
no se concibe nunca como una entidad que funcione separada del cuerpo”.
Por lo tanto, ¿qué idea
tenían los judíos fieles sobre la muerte? Simple y llanamente creían que la
muerte era lo contrario de la vida. Salmo 146:4 describe lo que sucede cuando
el espíritu, o sea, la fuerza vital, abandona al hombre: “Sale su espíritu, él
vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”. Así mismo, el
rey Salomón escribió que los muertos “no tienen conciencia de nada en
absoluto”. (Eclesiastés 9:5.)
¿Por qué, entonces,
muchos judíos del siglo I, como los celotes de Masada, estaban tan
convencidos de la inmortalidad del alma?
El
influjo de los griegos
Los judíos
no tomaron esta idea de la Biblia, sino de los griegos. Parece ser que
entre los siglos VII y V a.E.C., el concepto pasó de los misteriosos
cultos religiosos de Grecia a la filosofía griega. La noción de un más allá
donde las almas malas recibirían castigo doloroso por sus faltas había ejercido
gran fascinación por mucho tiempo, hasta que cobró forma y se difundió. Los
filósofos debatían sin cesar acerca de la naturaleza precisa del alma. Para
Homero, esta se escabullía en la muerte, haciendo una especie de susurro,
chirriando y zumbando. Para Epicuro, el alma tenía masa y era, por lo tanto, un
cuerpo infinitesimal.
Sin embargo, el máximo
exponente de la inmortalidad del alma tal vez fue el filósofo griego Platón,
del siglo IV a.E.C. En su descripción de la muerte de su maestro,
Sócrates, se revelan convicciones muy parecidas a las que albergaban los
celotes de Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar Cullmann,
“Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va
al encuentro de la muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El
horror está completamente ausente de ella. Sócrates no podría temer la
muerte, puesto que ella nos libera del cuerpo. [...] La muerte es la gran
amiga del alma. Así lo enseña y así es como muere, en admirable armonía con sus
enseñanzas”.
Fue, al parecer, en el
siglo II antes de Cristo, durante el período de los Macabeos, cuando los
judíos empezaron a asimilar esta enseñanza de origen helénico. Josefo dice en
el siglo I E.C. que los fariseos y los esenios, dos influyentes
grupos religiosos judíos, abrazaron dicha doctrina. Algunas poesías que se cree
fueron compuestas por aquella época reflejan la misma creencia.
¿Qué se puede decir de
Jesucristo? ¿Enseñaron también él y sus seguidores esta idea tomada de la
religión griega?
El
concepto de los primeros cristianos sobre el alma
Los cristianos del
siglo I y los griegos diferían en su concepto del alma. Considere, por
ejemplo, el caso de la muerte de Lázaro, el amigo de Jesús. De haber tenido un
alma inmortal que se hubiera escabullido, libre y feliz, en el momento de la
muerte, ¿no narraría algo muy distinto el capítulo 11 de Juan?
Si Lázaro hubiera estado vivo, con buena salud y consciente en el cielo,
Jesús seguramente se lo hubiera revelado a sus seguidores. Por el contrario:
haciéndose eco de las Escrituras Hebreas, les dijo que estaba dormido,
inconsciente (versículo 11). Si su amigo hubiera estado disfrutando de una
maravillosa nueva existencia, sin duda Jesús se habría alegrado;
no obstante, lo encontramos llorando en público por su muerte (versículo
35). Suponiendo que el alma de Lázaro hubiese estado en el cielo gozando de
feliz inmortalidad, Jesús ciertamente no hubiera sido tan cruel como para
hacerlo regresar a la vida unos cuantos años más, atrapado en la “cárcel” de un
cuerpo físico imperfecto y en medio de una raza humana enferma y moribunda.
¿Volvió Lázaro de la
muerte contando entusiastas relatos de los maravillosos cuatro días que pasó
como ser espiritual libre e incorpóreo? No. Los creyentes en el alma inmortal
argüirán que se debió a que su experiencia fue tan imponente que era
inenarrable. Pero tal argumento no es convincente; después de todo, ¿no
pudo Lázaro haber dicho a sus seres queridos por lo menos eso mismo, que había
tenido una experiencia demasiado maravillosa para describirla? Pero Lázaro
no comentó nada sobre ninguna experiencia que hubiera tenido mientras
estuvo muerto. ¡Imagínese! Guardó silencio con respecto a la cuestión que más
aviva la curiosidad del hombre, a saber, cómo es la muerte. Su silencio solo
tiene una explicación: no había nada que contar, pues los muertos están
dormidos, sumidos en la inconsciencia.
¿Presenta la Biblia a
la muerte como la amiga del alma, un mero rito para pasar a otras etapas de la
existencia? No. Para los cristianos verdaderos, como el apóstol Pablo, la
muerte no era una amiga, sino “el último enemigo”. (1 Corintios 15:26.)
Los cristianos no estiman la muerte como algo natural; al revés: la
ven como algo horrible, antinatural, pues es una consecuencia directa del
pecado y la rebelión contra Dios. (Romanos 5:12; 6:23.) Nunca formó parte del
propósito original de Dios para el hombre.
Sin embargo, los
verdaderos cristianos no están sin esperanzas en lo que toca a la muerte
del alma. La resurrección de Lázaro es uno de los muchos relatos bíblicos que
muestran gráficamente la esperanza genuina que da la Biblia para las almas
muertas: la resurrección. La Biblia enseña que hay dos tipos de resurrección.
Para la inmensa mayoría de los seres humanos que yacen dormidos en el sepulcro,
ya sean justos o injustos, existe la esperanza de la resurrección a la vida
eterna aquí en la Tierra convertida en un jardín. (Lucas 23:43; Juan 5:28, 29;
Hechos 24:15.) A los que componen el grupo pequeño que Jesús llamó su “rebaño
pequeño”, les aguarda una resurrección a la vida inmortal como espíritus en el
cielo. Estos, entre quienes figuran los apóstoles, regirán con Jesucristo sobre
la humanidad y la restituirán a la perfección. (Lucas 12:32; 1 Corintios
15:53, 54; Revelación [Apocalipsis] 20:6.)
¿A qué se debe,
entonces, que las iglesias de la cristiandad enseñen la inmortalidad del alma
en vez de la resurrección? Escuche la respuesta que dio en 1959 el teólogo
Werner Jaeger en The Harvard Theological Review: “El hecho más relevante
en la historia de la doctrina cristiana consistió en que el padre de la
teología cristiana, Orígenes, fuera
un filósofo platónico de la escuela de Alejandría. Él convirtió en dogma
cristiano el entero drama cósmico del alma, el cual tomó de Platón”. Así que la
Iglesia hizo exactamente lo mismo que habían hecho los judíos siglos antes,
esto es, pasó por alto las enseñanzas bíblicas en favor de la filosofía griega.
El
verdadero origen de la doctrina
Llegados a este punto,
quizás alguien pregunte en defensa de la doctrina de la inmortalidad del alma:
¿Por qué enseñan la misma doctrina, en una u otra forma, tantas religiones del
mundo? Las Escrituras proporcionan una razón sólida de por qué está tan
extendida en las comunidades religiosas del mundo.
La Biblia nos dice que
“el mundo entero yace en el poder del inicuo”, e identifica específicamente a
Satanás como “el gobernante de este mundo”. (1 Juan 5:19; Juan 12:31.)
Obviamente, las religiones del mundo no han sido inmunes a la influencia
satánica; más bien, han contribuido en gran manera a los problemas y conflictos
del mundo actual. Y en lo que tiene que ver con el alma, parece que reflejan el
pensamiento de Satanás muy claramente. ¿Cómo?
Recuerde la primera
mentira que se dijo. Dios había dicho a Adán y Eva que morirían si pecaban
contra él; en cambio, Satanás le aseguró a Eva: “Positivamente
no morirán”. (Génesis 3:4.) Adán y Eva, en efecto, murieron; volvieron al
polvo, como Dios había dicho. Pero Satanás, “el padre de la mentira”, nunca
abandonó su primer embuste. (Juan 8:44.) Incontables religiones que se desvían
de la doctrina bíblica o la desconocen por completo promulgan el mismo concepto:
‘Usted positivamente no morirá. Puede ser que su cuerpo perezca, mas su
alma subsistirá para siempre, como Dios’. Es interesante que Satanás también le
dijera a Eva que sería “como Dios”. (Génesis 3:5.)
¡Cuánto mejor es
abrigar una esperanza que se funda en la verdad y no en mentiras ni
filosofías humanas! ¡Cuánto mejor es confiar en que nuestros amados muertos
yacen inconscientes en la sepultura, en vez de preocuparnos por el paradero de
su alma inmortal! El sueño de la muerte no tiene por qué aterrorizarnos
ni deprimirnos. En cierto modo podemos imaginar que los muertos están en un
lugar de descanso seguro. ¿Por qué seguro? Porque la Biblia garantiza que los
muertos a quienes IEVÉ ama viven en un sentido particular. (Lucas 20:38.) Viven
en su memoria. Esta es una idea sumamente alentadora, porque la memoria de él
es infinita. Dios desea traer de nuevo a la vida a innumerables millones de
seres humanos queridos para darles la oportunidad de que moren por siempre en
una Tierra paradisíaca. (Compárese con Job 14:14, 15.)
El glorioso día de la
resurrección llegará, pues todas las promesas de IEVÉ deben cumplirse. (Isaías
55:10, 11.) Imagínese la realización de esta profecía: “Pero tus muertos sí
volverán a vivir, sus cadáveres resucitarán. Los que duermen en la tierra se
despertarán y darán gritos de alegría. Porque tú envías tu luz como rocío y los
muertos volverán a nacer de la tierra”. (Isaías 26:19, Versión Popular.)
Así pues, los muertos que duermen en la sepultura están tan seguros como un
bebé en la matriz de su madre. Pronto habrán de “nacer”, cuando vuelvan a la
vida en una Tierra paradisíaca.
¿Qué mejor esperanza
puede haber?
(NOTAS)
Por supuesto, como
sucede con muchas palabras polivalentes, né·fesch también posee otros
matices. Por ejemplo, designa a la persona interior, sobre todo en lo relativo
a sentimientos profundos. (1 Samuel 18:1.) Se refiere asimismo a la vida
de que gozamos como almas. (1 Reyes 17:21-23.)
El término hebreo para
“espíritu”, rú·aj, significa “aliento” o “viento”. Con relación a los
seres humanos, no se refiere a una entidad espiritual consciente, sino,
más bien, de acuerdo con el Diccionario teológico del Nuevo Testamento,
a la “energía vital [...] individual”.