LA HISTORIA de la religión es tan
antigua como la del hombre mismo. Eso es lo que nos dicen arqueólogos y
antropólogos. Hasta entre las civilizaciones más “primitivas”, es decir,
subdesarrolladas, se encuentra prueba de algún tipo de adoración. De hecho, The
New Encyclopædia Britannica dice que “hasta donde ha llevado la
investigación a los eruditos, considerando todo lugar y tiempo, nunca ha
existido un pueblo que no fuera de alguna manera religioso”.
Además de ser antigua, la religión también se
manifiesta en gran variedad. Los cazadores de cabezas de las selvas de Borneo,
los esquimales de las heladas regiones árticas, los nómadas del desierto del
Sahara, los moradores de las grandes metrópolis del mundo... todo pueblo y toda
nación de la Tierra tiene su dios, o dioses, y su manera de adorar. Realmente
es asombrosa la diversidad que hay en el campo religioso.
Como es lógico, surgen ciertas preguntas. ¿De
dónde vinieron todas estas religiones? Puesto que entre ellas hay claras
diferencias y obvias similitudes, ¿empezaron independientemente, o pudieran
haberse desarrollado de una sola fuente? Bien pudiéramos preguntar: ¿Qué razón
pudo haber para que comenzara la religión? ¿Y cómo empezó? Para todos los que
se interesan en descubrir la verdad sobre la religión y las creencias
religiosas, las respuestas a estas preguntas son vitalmente importantes.
La cuestión
del origen
Sobre la cuestión del origen, personas de
diferentes religiones piensan en nombres como Mahoma, el Buda, Confucio y
Jesús. En casi toda religión podemos hallar alguna figura central de quien se
dice que fundó la ‘fe verdadera’. Algunos fueron reformadores iconoclastas.
Otros fueron filósofos moralistas. Otros fueron héroes folclóricos abnegados.
Muchos han dejado escritos o dichos que formaron la base de una nueva religión.
Con el tiempo la gente elaboró sobre sus dichos y hechos, los embelleció y los
rodeó de misterio. Hasta se deificó a algunos de estos líderes.
Aunque se vea a estos hombres como fundadores
de las religiones principales que conocemos, debe notarse que ellos en realidad
no fueron originadores de religión. En la mayoría de los casos sus enseñanzas
se derivaron de ideas religiosas ya existentes, aunque la mayoría de estos
fundadores afirmaron que tenían como fuente la inspiración divina. En el caso
de algunos, cambiaron y modificaron sistemas religiosos existentes que de algún
modo ya no eran satisfactorios.
Por ejemplo, hasta donde puede determinarse
con exactitud histórica, nos enteramos de que el Buda había sido un príncipe a
quien impresionó el sufrimiento y las condiciones lamentables de la sociedad
dominada por el hinduismo que le rodeaba. El budismo fue el resultado de su
búsqueda de una solución para los dolorosos problemas de la vida. Mahoma, de
manera similar, se perturbó mucho debido a la idolatría e inmoralidad que vio
en las prácticas religiosas de su entorno. Después afirmó haber recibido
revelaciones especiales de Dios, que formaron el Corán y fueron la base de un
nuevo movimiento religioso, el islam. El protestantismo se desarrolló del
catolicismo como resultado de la Reforma que empezó a principios del
siglo XVI, cuando Martín Lutero protestó contra la venta de indulgencias
por la Iglesia Católica en aquel tiempo.
Así, pues, en lo referente a las religiones que
ahora existen no hay falta de información sobre su origen y desarrollo, sus
fundadores, sus escritos sagrados y así por el estilo. Pero ¿qué se puede decir
de las religiones que las precedieron? ¿Y de las que antecedieron a esas? Si
seguimos remontándonos en la historia, tarde o temprano nos vemos ante la
pregunta: ¿Cómo empezó la religión? Queda claro que para hallar la respuesta a
esa pregunta tenemos que ir más allá de los límites de cada religión.
Muchas
teorías
El estudio del origen y desarrollo de la
religión es un campo comparativamente nuevo. Por siglos la gente aceptaba a
grado mayor o menor la tradición religiosa en cuyo seno había nacido y se había
criado. La mayoría de las personas estaban satisfechas con las explicaciones
que les pasaban sus antepasados y creían que su religión era la verdad. Rara
vez había razón para cuestionar nada, ni necesidad de investigar cómo, cuándo
ni por qué empezó lo que conocían. De hecho, porque los medios de
transportación y comunicación eran limitados, pocas personas siquiera sabían
que había otros sistemas religiosos.
No obstante, durante el siglo XIX ese
cuadro empezó a cambiar. La teoría de la evolución cundió por los círculos
intelectuales. Eso, junto con el advenimiento de la investigación científica, hizo
que muchos pusieran en tela de juicio los sistemas establecidos, y en eso
estuvo incluida la religión. Porque reconocieron que sería limitado lo que
podrían descubrir dentro de la religión existente, algunos eruditos estudiaron
los restos de civilizaciones del pasado remoto o investigaron lugares distantes
del mundo donde la gente aún vivía en sociedades primitivas. Trataron de
aplicar a estas sociedades los métodos de la sicología, la sociología, la
antropología, y así por el estilo, con la esperanza de hallar alguna clave en
cuanto a cómo había empezado la religión y por qué.
¿Qué resultado tuvo esto? De súbito se
presentaron muchas teorías —pareció que había tantas teorías como
investigadores—, y cada investigador contradecía al otro, y cada uno se
esforzaba por sobrepasar al otro en atrevimiento y originalidad. Algunos de
estos investigadores llegaron a conclusiones importantes; la obra de otros
sencillamente ha pasado al olvido. Nos educa e ilumina el tener alguna idea de
los resultados de esta investigación. Nos ayuda a comprender mejor las
actitudes religiosas de personas con quienes tratamos.
El antropólogo inglés Edward Tylor (1832-1917)
propuso una teoría a la que comúnmente se llama animismo. Sugirió que
experiencias como sueños, visiones, alucinaciones y la ausencia de vida en los
cadáveres hizo que la gente primitiva concluyera que un alma (latín: anima)
habitaba el cuerpo. Según esta teoría, puesto que la gente solía soñar con sus
amados que habían muerto, supuso que el alma seguía viviendo después de la
muerte; que salía del cuerpo y moraba en árboles, rocas, ríos, y así por el
estilo. Con el tiempo se adoró como dioses a los difuntos y a los objetos en
que se decía que habitaban las almas. Y así, según Tylor, nació la religión.
Otro antropólogo inglés,
R. R. Marett (1866-1943), propuso un perfeccionamiento del animismo,
y llamó a esto animatismo. Después de estudiar las creencias de los
melanesios de las islas del Pacífico y de los nativos de África y los Estados
Unidos, Marett concluyó que en vez de tener la noción de un alma personal los
pueblos primitivos creían que había una fuerza o poder sobrenatural impersonal
que lo animaba todo; aquella creencia despertó en el hombre emociones de
reverencia y temor que se convirtieron en la base de su religión primitiva.
Para Marett la religión era principalmente la respuesta emocional del hombre a
lo desconocido. Su declaración favorita era que “más bien que pensar [en lo
religioso], el hombre lo danzaba”.
En 1890, James Frazer (1854-1941), escocés
experto en folclor antiguo, publicó la influyente obra The Golden Bough
(La rama dorada), y en ella afirmó que la religión se había desarrollado de la
magia. Según Frazer, al principio el hombre trató de controlar su propia vida y
su entorno mediante imitar lo que veía que pasaba en la naturaleza. Por
ejemplo, creyó que podría atraer la lluvia si rociaba agua sobre el terreno
mientras le acompañaban golpes de tambor que imitaban el sonido de truenos, o
que podría causar daño a su enemigo mediante meter alfileres en una efigie de
él. Esto llevó al uso de ritos, hechizos y objetos mágicos en muchos campos de
la vida. Cuando nada surtía el efecto esperado, entonces el hombre trataba de
apaciguar a los poderes sobrenaturales o suplicaba su ayuda, en vez de tratar
de controlarlos. Los ritos y conjuros se convirtieron en sacrificios y
oraciones, y así empezó la religión. Según Frazer, la religión es “ganar el
favor o la benevolencia de poderes superiores al hombre”.
Hasta el famoso sicoanalista austriaco Sigmund
Freud (1856-1939), en su libro Tótem y tabú, trató de explicar el origen
de la religión. Fiel a su profesión, explicó que la religión más antigua se
desarrolló de lo que él llamó una neurosis en cuanto a una figura paternal.
Teorizó que, como sucedía entre los caballos y el ganado en condición salvaje,
en la sociedad primitiva el padre dominaba al clan. Los hijos, que a la vez
odiaban y admiraban al padre, se rebelaron contra él y lo mataron. Para
adquirir el poder del padre, alegó Freud, ‘estos salvajes caníbales se comieron
a su víctima’. Después, por remordimiento, inventaron ritos y ceremonias como
expiación por lo que habían hecho. Según la teoría de Freud la figura del padre
llegó a ser Dios, los ritos y ceremonias llegaron a ser la religión más
antigua, y el que los hijos se comieran al padre muerto se convirtió en la
comunión que es práctica tradicional de muchas religiones.
Pudiéramos citar muchas otras teorías que son
intentos de explicar el origen de la religión. Sin embargo, la mayoría de ellas
se han relegado al olvido, y ninguna realmente se ha destacado como más digna
de credibilidad o aceptable que las demás. ¿Por qué? Sencillamente porque nunca
hubo evidencia o prueba histórica de que estas teorías fueran verdad. Eran solo
el producto de la imaginación o conjetura de algún investigador, algo que
pronto se reemplazaba por la siguiente teoría que se presentara.
Cimientos
débiles
Después de años de luchar con esta cuestión,
muchos han concluido ahora que no es muy probable que se adelante mucho en
resolver la incógnita del comienzo de la religión. Esto se debe, en primer
lugar, a que los huesos y restos de los pueblos del pasado remoto no nos dicen
cómo pensaba aquella gente, ni lo que temía ni por qué adoraba. Cuanto se diga
como resultado del estudio de estos artefactos no pasa de ser adivinación,
aunque se base en algún conocimiento. Segundo, las prácticas religiosas de los
llamados pueblos primitivos de hoy día, como los aborígenes australianos, no
son necesariamente una vara de medir confiable en cuanto a lo que decía o
pensaba la gente de tiempos antiguos. Nadie sabe de seguro si la cultura de
aquellos pueblos cambió a través de los siglos, ni cómo, si así fue.
Debido a todas estas incertidumbres, el libro World
Religions—From Ancient History to the Present (Las religiones
universales... desde la historia antigua hasta la actualidad) llega a la
conclusión de que “el historiador moderno de religiones sabe que es imposible
llegar al origen de la religión”. Sin embargo, sobre los esfuerzos de los
historiadores este libro dice: “En el pasado, demasiados teóricos buscaron, no
solo describir o explicar la religión, sino eliminarla por explicaciones, pues
creían que si se mostraba que sus primeras formas se basaban en ilusiones,
entonces podrían socavarse las religiones posteriores y superiores”.
Ese último comentario nos ayuda a comprender
por qué varios investigadores “científicos” del origen de la religión no han
propuesto explicaciones sostenibles. La lógica nos dice que solo de
proposiciones correctas puede llegarse a una conclusión correcta. Si uno
empieza con una proposición errónea, no es probable que llegue a una conclusión
sólida. El que después de tratar vez tras vez los investigadores “científicos”
no hayan alcanzado una explicación razonable hace surgir serias dudas en cuanto
a la proposición sobre la cual han basado sus puntos de vista. Al seguir su
noción preconcebida, en sus esfuerzos por ‘eliminar por explicaciones la
religión’ han tratado de eliminar por explicaciones a Dios.
La situación se puede comparar con la de los
astrónomos de antes del siglo XVI que de muchas maneras trataron de
explicar el movimiento de los planetas. Había muchas teorías, pero ninguna
verdaderamente satisfacía. ¿Por qué? Porque se basaban en la suposición de que
la Tierra era el centro del universo y que las estrellas y los planetas giraban
alrededor de ella. No se logró verdadero progreso sino hasta que los
científicos —y la Iglesia Católica— estuvieron dispuestos a aceptar el hecho de
que la Tierra no era el centro del universo, sino que giraba alrededor del Sol,
el centro del sistema solar. El que no se pudieran explicar los hechos mediante
las muchas teorías hizo que personas pensadoras dejaran de presentar nuevas
teorías y decidieran reexaminar la proposición original que era base de sus
investigaciones. Y eso condujo al éxito.
El mismo principio se puede aplicar al
esfuerzo por descubrir el origen de la religión. Por el surgimiento del ateísmo
y la aceptación extensa de la teoría de la evolución, muchas personas han dado
por sentado que Dios no existe. Fundándose en eso, les parece que pueden
explicar la existencia de la religión por lo que hay en el hombre mismo... en
sus pensamientos, sus necesidades, sus temores, sus “neurosis”. Voltaire
declaró: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”; de modo que afirman que
el hombre ha inventado a Dios.
Puesto que ninguna de las muchas teorías ha
dado una respuesta que en verdad satisfaga, ¿no ha llegado el tiempo de
reexaminar la proposición sobre la cual se han basado esas investigaciones? En
vez de seguir esforzándonos infructuosamente del mismo modo, ¿no sería lógico
buscar la respuesta de otra manera? Si queremos ser razonables, concordaremos
en que hacer eso es tanto lógico como científico. Y precisamente tenemos un
ejemplo que nos puede ayudar a ver lo lógico de este proceder.
Una
investigación de mucho tiempo atrás
En el primer siglo de nuestra era común la
ciudad de Atenas, Grecia, era un prominente centro de enseñanza. Sin embargo,
entre los atenienses había muchas diferentes escuelas de pensamiento —como la
de los epicúreos y la de los estoicos—, cada una con su propia idea acerca de
los dioses. Con estas diferentes ideas como base, se veneraba a muchas
deidades, y se desarrollaron diversos modos de adoración. El resultado fue que
la ciudad estaba llena de ídolos y templos hechos por los hombres. Lea en su
Biblia esta cita. (Hechos 17:16.)
Alrededor del año 50 E.C., el apóstol
cristiano Pablo visitó Atenas y presentó a los atenienses un punto de vista
totalmente diferente. Les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas
que hay en él, siendo, como es Este, Señor del cielo y de la tierra, no mora en
templos hechos de manos, ni es atendido por manos humanas como si necesitara
algo, porque él mismo da a toda persona vida y aliento y todas las cosas”.
(Hechos 17:24, 25.)
En otras palabras, Pablo estaba diciendo a los
atenienses que el Dios verdadero, quien “hizo el mundo y todas las cosas que
hay en él”, no es producto de la imaginación del hombre, ni se sirve a ese Dios
de las maneras que el hombre mismo invente. La relación verdadera con el
Creador no es simplemente un esfuerzo unilateral del hombre por tratar de
satisfacer alguna necesidad sicológica o ahogar algún temor. Más bien, puesto
que el Dios verdadero es el Creador, quien dio al hombre capacidad de pensar y
facultad de razonar, lo lógico es que Él le suministraría al hombre un modo de
entrar en una relación satisfaciente con Él. Según Pablo, eso era exactamente
lo que Dios había hecho. “Hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para
que moren sobre la entera superficie de la tierra, [...] para que busquen
a Dios, por si buscaban a tientas y verdaderamente lo hallaban, aunque, de
hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros.” (Hechos 17:26, 27.)
Note el punto clave de Pablo: Dios “hizo de un
solo hombre toda nación de hombres”. Aunque hoy día por toda la Tierra viven
muchas naciones de hombres, los científicos saben que en verdad toda la
humanidad es de un mismo linaje. Este concepto es muy importante, porque el
decir que toda la humanidad es del mismo linaje significa mucho más que solo el
que los hombres estén relacionados biológica y genéticamente. Están
relacionados en otros aspectos también.
Por ejemplo, note en lo siguiente lo que dice
el libro Story of the World’s Worship (Cómo adora el mundo) sobre el
lenguaje humano. “Los que han estudiado los idiomas del mundo y los han
comparado unos con otros pueden decir algo, y es esto: Es posible agrupar todos
los idiomas en familias o grupos del habla, y se puede ver que todas estas
familias han venido de la misma fuente.” En otras palabras, las lenguas o idiomas
del mundo no se originaron por separado e independientemente como los
evolucionistas quisieran que creyéramos. Ellos teorizan que cavernícolas de
África, Europa y Asia empezaron a expresarse con gruñidos y al fin
desarrollaron sus propios idiomas. No sucedió así. Lo que las pruebas indican
es que ‘vinieron de la misma fuente’.
Si eso es cierto de algo tan personal y
singularmente humano como el idioma, ¿no sería entonces razonable pensar que
las ideas del hombre acerca de Dios y la religión también hayan venido de una
misma fuente? Después de todo, la religión se relaciona con el pensamiento, y
el pensamiento está relacionado con la capacidad humana para usar el lenguaje.
No es que todas las religiones de hecho se desarrollaran de una sola religión, sino
que debería ser posible conectar las ideas y los conceptos con algún origen o
conjunto de ideas religiosas común. ¿Hay pruebas de esto? Y si en verdad las
religiones del hombre tuvieron la misma fuente, ¿cuál pudiera ser? ¿Cómo
podemos averiguar eso?
Diferentes,
pero similares
Podemos conseguir la respuesta tal como los
expertos en asuntos lingüísticos consiguieron la contestación a sus preguntas
sobre el origen del lenguaje. Al colocar los idiomas lado a lado y notar sus
similitudes, el etimólogo puede determinar la fuente de los diversos idiomas.
De manera similar, si nosotros colocamos las religiones lado a lado podemos
examinar sus doctrinas, leyendas, ritos, ceremonias, instituciones, y así por
el estilo, y ver si tienen en común algún hilo subyacente de identidad y, si
así es, ver a qué nos lleva ese hilo.
Superficialmente las muchas religiones de hoy
día parecen diferir mucho unas de otras. Sin embargo, si las despojamos de las
cosas que son sencillamente adornos y añadiduras posteriores, o si les quitamos
las distinciones que son el resultado del clima, el idioma, las
particularidades de su tierra nativa y otros factores, es sorprendente cuán
similares resultan ser la mayoría de ellas.
Por ejemplo, muchísimas personas pensarían que
difícilmente pudiera haber dos religiones más diferentes que la católica romana
de Occidente y el budismo de Oriente. Pero ¿qué vemos cuando eliminamos las
diferencias que pudieran atribuirse al idioma y la cultura? Si mantenemos la
objetividad, tendremos que admitir que las dos tienen muchas cosas en común.
Tanto el catolicismo como el budismo observan muchos ritos y ceremonias. Entre
las cosas comunes a ambas están el uso de velas, incienso, agua bendita, el
rosario, imágenes de santos, salmodias y devocionarios, hasta la señal de la
cruz. Ambas religiones tienen órdenes de monjes y monjas y se caracterizan por
el celibato de los sacerdotes, vestidura especial, días de fiesta sagrados,
alimentos especiales. Esta lista ciertamente no está completa, pero sirve para ilustrar
el punto. La cuestión es: ¿A qué se debe que dos religiones que parecen tan
diferentes tengan tantas cosas en común?
La comparación de estas dos religiones es
iluminadora, y lo mismo puede hacerse con otras religiones. Cuando hacemos eso,
descubrimos que ciertas enseñanzas y creencias son casi universales entre
ellas. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con doctrinas como las
siguientes: el alma humana es inmortal, hay una recompensa celestial para todos
los buenos, tormento eterno para los inicuos en un infierno, existe un
purgatorio, hay un dios trino y uno o una divinidad compuesta de muchos dioses,
y una diosa a quien se llama madre de dios o reina del cielo. Sin embargo,
además de estas doctrinas hay muchas leyendas y mitos que también son
generales. Por ejemplo, hay leyendas de que el hombre cayó del favor divino en
un intento ilícito por alcanzar la inmortalidad, de que se necesitan
sacrificios para expiar el pecado, de la búsqueda de un árbol de la vida o una
fuente de la juventud, de dioses y semidioses que vivieron entre los humanos y
produjeron prole sobrehumana, y de un diluvio catastrófico que devastó a casi
toda la humanidad.
¿A qué conclusión llegamos al considerar todo
esto? Notamos que los que creían en estos mitos y leyendas vivían a gran
distancia geográfica unos de otros. Su cultura y sus tradiciones diferían y los
distinguían. Sus costumbres sociales no estaban relacionadas unas con otras.
Sin embargo, en el terreno religioso creían en ideas tan similares. Aunque no
todos estos pueblos creían en todas las cosas que hemos mencionado, todos
creían en algunas de ellas. La pregunta obvia es: ¿Por qué? Parecería que
existía un conjunto común de creencias del cual cada religión sacó sus
creencias básicas, algunas más, otras menos. Al pasar el tiempo estas ideas
básicas acumularon adornos y modificaciones, y de ellas se desarrollaron otras
enseñanzas. Pero el esquema básico se distingue con claridad.
Lógicamente, el parecido en los conceptos
básicos de las muchas religiones del mundo es prueba fuerte de que no empezaron
cada una por sí sola y de manera independiente. Más bien, al remontarnos
suficientemente al pasado podemos ver que sus ideas tienen que haber tenido un
origen común. ¿Cuál fue ese origen?
Una edad de
oro primitiva
Es interesante que entre las leyendas comunes
a muchas religiones hay una que dice que la humanidad empezó en una edad de oro
en la cual el hombre no conocía culpa, y vivía feliz y apaciblemente, en
estrecha comunión con Dios, y no enfermaba ni moría. Aunque los detalles
difieran, el mismo concepto de un paraíso perfecto que existió en el pasado se
encuentra en los escritos y leyendas de muchas religiones.
El Avesta, el libro sagrado de la antigua
religión persa del zoroastrismo, habla sobre “el hermoso Yima, el buen pastor”,
quien fue el primer mortal con quien conversó Ahura-Mazda (el creador).
Ahura-Mazda le dio instrucciones de “nutrir, gobernar y vigilar mi mundo”. Para
hacer eso, tenía que construir Vara, una morada subterránea, para todas
las criaturas vivientes. En aquel lugar “no había ni opresión ni ánimo malvado,
ni estupidez ni violencia, ni pobreza ni engaño, ni debilidad ni deformidad, ni
dientes enormes ni cuerpos que pasaran del tamaño usual. Los habitantes no
estaban contaminados por el espíritu maligno. Moraban entre árboles olorosos y
columnas doradas; eran los mayores, mejores y más hermosos de la Tierra; ellos
mismos eran una raza alta y hermosa”.
Entre los griegos de la antigüedad, el poema
“Los trabajos y los días”, de Hesíodo, habla de las Cinco Edades del Hombre, la
primera de las cuales fue la “Edad de Oro”, en la cual los hombres disfrutaron
de felicidad completa. Escribió:
“Cuando los hombres y los dioses todos vinieron a
la vida, fue creada por los que moran en el alto Olimpo, la edad de oro
tan tranquila y grata. A Saturno obedientes los mortales, quien en el cielo
entonces imperaba, a la misma existencia de los dioses la suya asemejaron; de
la infausta inquietud siempre libres, libres siempre de trabajos, de penas
y desgracias, éranle, pues, desconocidos esos achaques propios de vejez
cansada, y sus pies y sus manos no perdían su vigor, y al placer todos se
daban”.
Según la mitología griega aquella legendaria edad de oro
se perdió cuando Epimeteo aceptó como esposa a la hermosa Pandora, que le fue
regalada por el dios olímpico Zeus. Cierto día Pandora destapó una gran tinaja
que tenía, y súbitamente escaparon de ella las dificultades, las miserias y las
enfermedades de las cuales la humanidad nunca se recuperaría.
Leyendas de la China antigua también mencionan
una edad de oro en los días de Huang Ti (Emperador Amarillo), de
quien se dice que gobernó por cien años en el siglo XXVI a.E.C. A él se le
atribuye haber inventado todo cuanto se relaciona con la civilización: la ropa
y el abrigo, vehículos de transportación, armas y guerrear, administración del
terreno, manufactura, cultivo de la seda, música, el lenguaje, matemática, el
calendario, y así por el estilo. Se dice que durante su reinado “no había
ladrones ni peleas en China, y la gente vivía en humildad y paz. Las lluvias y
el clima propicios tenían como resultado una cosecha abundante año tras año.
Muy sorprendente era que ni las bestias salvajes mataban ni las aves rapaces
causaban daño. Puesto en pocas palabras, la historia de China empezó con un
paraíso”. Hasta el día de hoy los chinos todavía alegan que son descendientes
del Emperador Amarillo.
En las religiones de muchos otros pueblos: los
egipcios, los tibetanos, los peruanos, los mexicanos y otros, hay relatos
legendarios similares sobre un tiempo de felicidad y perfección al principio de
la historia humana. ¿Fue solo por accidente que todos estos pueblos, que vivían
a gran distancia unos de otros y tenían culturas, idiomas y costumbres
totalmente diferentes, tuvieran las mismas ideas acerca de su origen? ¿Fue solo
por casualidad o coincidencia que todos optaron por explicar sus comienzos de
la misma manera? La lógica y la experiencia nos dicen que difícilmente pudiera
haber sido así. Al contrario, en todas estas leyendas tienen que estar
entretejidos elementos comunes de verdad sobre el principio del hombre y el desarrollo
de sus religiónnes.
Sí, se pueden discernir muchos elementos en
común en todas las diferentes leyendas acerca del principio del hombre. Cuando
los ponemos juntos, empieza a surgir un cuadro más completo. De ese cuadro se
desprende que Dios creó al primer hombre y la primera mujer y los colocó en un
paraíso. Ellos estaban muy contentos y felices al principio, pero en poco
tiempo se hicieron rebeldes. Aquella rebelión condujo a que perdieran el
paraíso perfecto, y pasaran a una vida de afán y duro trabajo, dolor y
sufrimiento. Con el tiempo la humanidad se hizo tan mala que Dios castigó a los
hombres enviando un enorme diluvio que destruyó a toda la gente excepto a una
familia. Al multiplicarse esta familia, algunos de los descendientes formaron
un grupo y empezaron a edificar una inmensa torre en desafío a Dios. Dios
frustró su proyecto al confundir su idioma y dispersarlos hasta los extremos de
la Tierra.
¿Es este cuadro compuesto tan solo el
resultado del ejercicio mental de alguien? No. Básicamente, ese es el cuadro
que se presenta en la Biblia, en los primeros 11 capítulos del libro de
Génesis. Aunque no vamos a entrar en una consideración de la autenticidad de la
Biblia aquí, nótese que el relato bíblico de la historia antigua del hombre se
refleja en los elementos clave de muchas leyendas. El relato revela que a
medida que la raza humana empezó a dispersarse desde Mesopotamia los hombres
llevaron consigo sus recuerdos, experiencias e ideas dondequiera que fueron.
Con el tiempo estos experimentaron alteraciones y cambios y llegaron a ser la
trama y urdimbre de la religión en todas partes del mundo. En otras palabras,
volviendo a la analogía que usamos anteriormente, el relato de Génesis
constituye la agrupación original y cristalina de ideas de la cual se derivaron
las ideas básicas sobre el principio del hombre y de la adoración que se hallan
en las diversas religiones del mundo. A estas los hombres añadieron sus
doctrinas y prácticas particulares, pero la conexión es innegable.
En los capítulos siguientes consideraremos con
más detalle cómo empezaron y se desarrollaron algunas religiones particulares.
Le resultará iluminador notar no solo cómo difiere cada religión de las demás,
sino también las similitudes que hay entre unas y otras. También podrá notar
cómo encaja cada religión dentro de los tiempos de la historia humana y la
historia de la religión, la relación que hay entre los libros o escritos
sagrados de unas y otras religiones, cómo influyeron en el fundador o líder de
una religión otras ideas religiosas, y cómo ha ejercido influencia en la
conducta e historia de la humanidad esa religión. El estudiar estos puntos
presentes y la larga búsqueda de Dios por el hombre le ayudará a ver más
claramente la verdad sobre la religiónes y las enseñanzas religiosas.
Al dispersarse desde Mesopotamia la
raza humana, sus ideas y recuerdos religiosos la acompañaron.
BABILONIA
LIDIA
SIRIA
EGIPTO
ASIRIA
MEDIA
ELAM