Véase el capítulo anterior
-LO QUE DICE EL ESPÍRITU-
Se desarrolla la gran apostasía
“UN SEÑOR, una fe.” (Efe.
4:5.) Cuando el apóstol Pablo escribió por inspiración esas palabras (cerca de
60-61 E.C.), había una sola fe cristiana. Sin embargo, hoy vemos
muchísimas confesiones, sectas y comunidades religiosas que afirman ser
cristianas, aunque enseñan doctrinas dispares y sostienen diferentes normas de
conducta. ¡Cuánto difiere esto de la única congregación cristiana unida que
empezó en el Pentecostés de 33 E.C.! ¿Cómo se produjeron estas divisiones?
Para hallar la respuesta, tenemos que regresar al siglo primero de nuestra era
común.
Desde el mismo principio,
el Adversario, Satanás, trató de silenciar el testimonio de los verdaderos cristianos
mediante persecución proveniente de fuera de sus compañeros. (1 Ped. 5:8.)
Primero vino de los judíos, y luego, del Imperio romano gentil. Los primeros
cristianos aguantaron con éxito toda clase de oposición. (Compárese con
Revelación 1:9; 2:3, 19.) Pero el Adversario no se dio por vencido. Si no
podía imponerles silencio mediante presión externa, ¿por qué no corromperlos desde
el interior? Mientras el verdadero cristianismo estaba todavía en su
infancia, su mismísima existencia se vio amenazada por un enemigo interno: la
apostasía.
No obstante, la apostasía
no se introdujo entre ellos sin que se hubiera anunciado. Como Cabeza de la
congregación, Cristo se aseguró de que sus seguidores recibieran advertencia de
antemano. (Col. 1:18.)
“Habrá
falsos maestros entre ustedes”
“Guárdense —advirtió
Jesús— de los falsos profetas que vienen a ustedes en ropa de oveja.” (Mat.
7:15.) Jesús sabía que Satanás trataría de dividir y corromper a Sus
seguidores. Por eso, desde los comienzos de su ministerio les previno de que
habría falsos maestros.
¿De dónde saldrían estos
falsos maestros? “De entre ustedes mismos”, dijo el apóstol Pablo hacia el año
56 E.C. mientras hablaba a los superintendentes de Éfeso. Sí, ciertos
hombres de dentro de ellos ‘se levantarían y hablarían cosas aviesas para
arrastrar a los discípulos tras de sí’. (Hech. 20:29, 30.) Aquellos
apóstatas egoístas no estarían contentos con hacer sus propios
discípulos; se esforzarían por “arrastrar a los discípulos”, es decir, a
los discípulos de Cristo.
El apóstol Pedro también
predijo (cerca de 64 E.C.) que habría corrupción interna, y hasta explicó
cómo actuarían los apóstatas. “Habrá falsos maestros entre ustedes. Estos
mismísimos introducirán calladamente sectas destructivas [...].
Con codicia los explotarán a ustedes con palabras fingidas.” (2 Ped.
2:1, 3.) Como espías o traidores que operaran en campo enemigo, los falsos
maestros, aunque surgirían desde dentro, introducirían sus puntos de vista
corruptores de manera secreta o camuflada.
Aquellas advertencias de
Jesús y sus apóstoles no carecían de fundamento. La oposición interna empezó en
pequeña escala, pero surgió pronto dentro del verdadero cristianismo.
“Ya
está obrando”
Cuando todavía
no habían pasado veinte años desde la muerte de Jesús, el apóstol
Pablo indicó que los esfuerzos de Satanás por causar división y apartar de la
fe verdadera a los hombres ‘ya estaban obrando’. (2 Tes. 2:7.) Para el año
49 E.C. Se señaló lo siguiente en una carta enviada por los apóstoles a los
grupos de cristianos reunidos en todos sus lugares geográficos: “Hemos oído que
algunos de entre nosotros los han perturbado con discursos, tratando de
subvertir sus almas, aunque nosotros no les dimos instrucción alguna”. (Hech.
15:24.) Como se ve, algunos de dentro de estos grupos expresaban abiertamente su punto de vista
opuesto, en este caso obviamente respecto a si los cristianos gentiles tenían
que circuncidarse y observar la Ley de Moisés. (Hech. 15:1, 5.)
Mientras avanzaba el
siglo primero, el pensamiento divisivo se esparció como gangrena. (Compárese
con 2 Timoteo 2:17.) Para el año 51 E.C., en Tesalónica algunos
predecían erróneamente que “la presencia” del Señor Jesús era inminente.
(2 Tes. 2:1, 2.) Hacia 55 E.C., algunos en Corinto habían
rechazado la clara enseñanza cristiana sobre la resurrección de los muertos.
(1 Cor. 15:12.) Cerca de 65 E.C., otros decían que la resurrección ya
había sucedido, y que se trataba de una resurrección simbólica que
experimentaban los cristianos mientras estaban vivos. (2 Tim. 2:16-18.)
No hay registros
inspirados de lo que sucedió con la enseñanzas de Jesús durante los siguientes treinta años. Pero
para cuando el apóstol Juan escribió sus cartas (cerca de 98 E.C.), había
“muchos anticristos”, personas que negaban que ‘Jesús fuera el Cristo’ y que
fuera el Hijo de Dios que había venido “en carne”. (1 Juan 2:18, 22;
4:2, 3.)
Por más de
sesenta años los apóstoles habían “obrado como restricción”, esforzándose
por impedir el avance de la apostasía. (2 Tes. 2:7; compárese con
2 Juan 9, 10.) Pero cuando la congregación cristiana estaba por
entrar en el siglo II, murió el último apóstol, Juan, cerca del
año 100 E.C. La apostasía, que había empezado a entrar a hurtadillas
en cristianismo original, podía entonces brotar sin restricción, con
repercusiones devastadoras en cuestiones de organización y doctrina.
Clero
y legos
“Todos ustedes son
hermanos —había dicho Jesús a sus discípulos—. Queriendo decir todos son
iguales, nadie es superior a otro, Su Caudillo es uno, el Cristo.” (Mat.
23:8, 10.) De modo que no había una clase clerical en los grupos de cristianos
originales del siglo primero. Como hermanos de Cristo ungidos por espíritu,
todos los cristianos primitivos tenían la perspectiva de ser sacerdotes
celestiales con él. (1 Ped. 1:3, 4; 2:5, 9.) Todos los grupos de
cristianos originales (de
ahora en adelante llamaremos a estos grupos congregaciones para entenderlo
mejor) estaban organizadas con personas espiritualmente fieles, que las
supervisaban. Todos ellos tenían igual autoridad y a ninguno se le permitía
‘enseñorearse’ del rebaño que estaba bajo su custodia. (Hech. 20:17; Fili. 1:1;
1 Ped. 5:2, 3.) Sin embargo, a medida que fue revelándose la
apostasía, empezó a haber cambios, y rápidamente.
Una de las primeras
desviaciones fue separar y cambiar los términos nombrando a unos por encima de
otros “superintendente” por “obispo” (gr.: e·pí·sko·pos) y “anciano” por
“apóstol” (gr.: pre·sby·té·rous), de modo que ya no se emplearan para
referirse al mismo puesto de responsabilidad. No había pasado una década
desde la muerte del apóstol Juan, cuando Ignacio, “obispo” de Antioquía,
escribió en su carta a los cristianos de Esmirna: “Seguid todos al obispo [superintendente], como Jesucristo al Padre, y
al presbiterio [ancianos] como a los apóstoles”. Así Ignacio abogó por que cada
congregación estuviera bajo la supervisión de un solo obispo, o
superintendente, a quien se distinguiría de los presbíteros, o ancianos, y
reconocería mayor autoridad.
Ahora bien, ¿cómo se
produjo esta separación? Augustus Neander, en el libro The History of the
Christian Religion and Church, During the Three First Centuries (Historia
de la religión y la Iglesia cristianas durante los primeros tres siglos),
explica lo que sucedió: “En el siglo II [...], debe haberse creado el
puesto permanente de presidente de los presbíteros, a quien se dio el nombre de
[e·pí·sko·pos], puesto que él era en especial quien tenía la
superintendencia de todo, y así se le distinguió de los demás presbíteros”.
De ese modo se colocó el
fundamento para que poco a poco apareciera una clase clerical. Aproximadamente
un siglo después, Cipriano, “obispo” de Cartago (en el norte de África),
defendió con vigor la autoridad de los obispos como grupo separado de los
presbíteros (después conocidos como sacerdotes), los diáconos y los legos. Pero
no favorecía la primacía de un obispo sobre los demás.
La ascensión gradual de
los obispos y los presbíteros en la jerarquía dejó abajo a los demás creyentes
de la congregación. El resultado fue una separación entre el clero (los que
llevaban la delantera) y los legos (el cuerpo pasivo de los creyentes). La Cyclopedia
de McClintock y Strong explica: “Desde los días de Cipriano [quien murió
alrededor de 258 E.C.], el padre del sistema jerárquico, se destacó la
distinción entre clero y legos, y en poco tiempo fue aceptada universalmente. De
hecho, desde el siglo III el término clerus [...] se aplicó
casi exclusivamente al ministerio para distinguirlo de los legos. Al surgir la
jerarquía romana, el clero no solo pasó a ser un orden distinto [...],
sino que también fue reconocido como el único sacerdocio”.
Así, en un período de
unos ciento cincuenta años desde la muerte del último de los apóstoles,
dos cambios significativos de organización se produjeron en la congregación:
primero, la separación entre el obispo y los presbíteros, que llevó a aquel a
ocupar el peldaño superior en la jerarquía; segundo, la separación entre el
clero y los legos. En vez de reconocer que todos los creyentes engendrados por
el espíritu formaban “un sacerdocio real”, al clero se le reconocía como el
único sacerdocio’. (1 Ped. 2:9.)
Cambios de esa índole
señalaron una desviación del método bíblico de gobernar las congregaciones en
los días apostólicos. Sin embargo, los cambios en la organización
no fueron las únicas consecuencias de la apostasía.
Se
infiltran enseñanzas paganas
Las enseñanzas puras de
Cristo se pusieron por escrito, y se conservan en las Santas Escrituras. Por
ejemplo, Jesús enseñó claramente que IEVE es “el único Dios verdadero” y que el
alma humana es mortal. (Juan 17:3; Mat. 10:28.) Sin embargo, con la muerte de
los apóstoles y el debilitamiento de la estructura de la organización, esas
claras enseñanzas se contaminaron al introducirse doctrinas paganas en el
cristianismo. ¿Cómo pudo suceder tal cosa?
Un factor clave fue la
influencia sutil de la filosofía griega. The New Encyclopædia Britannica
explica: “Desde mediados del siglo II d.C., los cristianos que sabían
algo de filosofía griega empezaron a pensar que tenían que expresar su fe en
los términos de esta, tanto para su satisfacción intelectual como para
convertir a los paganos cultos”. Una vez que gente interesada en la filosofía
se hizo cristiana, no pasó mucho tiempo antes de que la filosofía griega y el
“cristianismo” quedaran inseparablemente ligados.
Como resultado de esta
unión, el cristianismo contaminado absorbió doctrinas paganas, como la Trinidad
y la inmortalidad del alma. Sin embargo, estas enseñanzas se remontan a un
tiempo mucho más antiguo que el de los filósofos griegos. En realidad, los
griegos las tomaron prestadas de culturas más antiguas, pues se encuentran
muestras de esas enseñanzas en la religión de Egipto y Babilonia.
Al seguir infiltrándose
doctrinas paganas en el cristianismo, también se torcieron o abandonaron otras
enseñanzas bíblicas.
Se
desvanece la esperanza del Reino
Los discípulos de Jesús
sabían bien que tenían que mantenerse vigilantes a la espera de la prometida
“presencia” de Jesús y la venida de su Reino. Con el tiempo se comprendió que
este Reino gobernará sobre la Tierra por mil años y la transformará en un jardín.
(Mat. 24:3; 2 Tim. 4:18; Rev. 20:4, 6.) Los escritores cristianos de
la Biblia exhortaron a los cristianos del siglo primero a seguir despiertos
espiritualmente y mantenerse separados del mundo. (Sant. 1:27; 4:4;
5:7, 8; 1 Ped. 4:7.) Pero tan pronto como murieron los apóstoles, se
desvaneció la expectativa cristiana de la presencia de Cristo y la venida de su
Reino. ¿Por qué?
Un factor fue la
contaminación espiritual que causó la doctrina griega de la inmortalidad del
alma. Cuando esta arraigó entre los cristianos, estos abandonaron gradualmente
la esperanza milenaria. ¿Por qué? El Diccionario teológico del Nuevo
Testamento explica: “En lugar de la escatología [la enseñanza sobre las
“últimas cosas”] neo testamentaria con su esperanza en la resurrección de los
muertos y de la nueva creación (Ap 21 s), entró la doctrina de la antigüedad
tardía sobre la inmortalidad del alma: después de la muerte el alma es sometida
al juicio y consigue el paraíso —ahora ya considerado como de ultratumba—”. En
otras palabras, los cristianos apóstatas pensaban que el alma sobrevivía al
cuerpo tras la muerte y que las bendiciones del Reinado Milenario de Cristo
tenían, por lo tanto, que relacionarse con la región o esfera espiritual. De
esa manera transfirieron el Paraíso de la Tierra al cielo, al cual, según
creían, llegaba el alma salvada al sobrevenir la muerte. Por lo tanto, no había
que esperar la presencia de Cristo ni la venida de su Reino, puesto que todos
confiaban en unirse a Cristo en el cielo al morir.
Sin embargo, hubo otro
factor que hizo que en realidad pareciera innecesario esperar la venida
del Reino de Cristo. The New Encyclopædia Britannica explica: “La
dilación [aparente] de la Parousía resultó en que se debilitara la expectación
marcada con sentido de inminencia en la iglesia primitiva. En este proceso de
‘desescatologizar’ [debilitamiento de la enseñanza sobre las “últimas cosas”], la
iglesia institucional reemplazó cada vez más el esperado Reino de Dios. La
formación de la Iglesia Católica como institución jerárquica tiene relación
directa con la decadencia de la expectación caracterizada por un sentido de
inminencia”. (Cursivas mías.) De modo que no solo se transfirieron de la Tierra
al cielo las bendiciones del milenio, sino que el Reino fue pasado del cielo a
la Tierra. Esta “reubicación” fue completada por Agustín de Hipona
(354-430 E.C.). En su famosa obra La Ciudad de Dios
(edición en español preparada por José Morán), declaró: “La Iglesia es, pues,
ahora el reino de Cristo y el reino de los cielos”.
Mientras tanto, alrededor de 313 E.C.,
durante el gobierno del emperador romano Constantino, el cristianismo, gran
parte del cual había degenerado en ideología apóstata, recibió reconocimiento
legal. Los caudillos religiosos estuvieron dispuestos a hacerse siervos del
Estado, que al principio controlaba los asuntos religiosos. (No pasaría mucho
tiempo antes de que la religión controlara los asuntos del Estado.) Así empezó
la cristiandad, parte de la cual (la religión católica) se convirtió con el
tiempo en la religión oficial del Estado romano. Desde entonces el “reino” no
solo estaba en el mundo, sino que era parte de él. ¡Qué diferente
del Reino que predicó Cristo! (Jua18:36.)
La
Reforma, ¿retorno a la adoración verdadera?
Como mala hierba que
florecía entre el trigo y lo ahogaba, la Iglesia de Roma, bajo su gobernante
papal, dominó los asuntos mundiales por siglos. (Mat. 13:24-30, 37-43.) Cuanto
más se integraba en el mundo, más se apartaba del cristianismo primitivo. A
través de los siglos, sectas “heréticas” pidieron reformas dentro de la
Iglesia, pero esta continuó abusando del poder y acumulando riquezas. Por fin
en el siglo XVI, estalló con pleno vigor la Reforma Protestante, una
rebelión religiosa.
Reformadores como Martín
Lutero (1483-1546), Ulrico Zuinglio (1484-1531) y Juan Calvino (1509-1564)
atacaron a la Iglesia en varias cuestiones: Lutero atacó la venta de
indulgencias; Zuinglio, el celibato clerical y la mariolatría, y Calvino, la
necesidad de que la Iglesia regresara a los principios originales del
cristianismo. ¿Qué lograron sus esfuerzos?
Hay que admitir que la
Reforma logró algunas cosas buenas, la más notable de las cuales fue que la
Biblia se tradujera a las lenguas de la gente común. El espíritu de libertad de
la Reforma llevó a una investigación bíblica más objetiva y a una mejor
comprensión de los idiomas bíblicos. Sin embargo, la Reforma no supuso un
regreso a la adoración y la doctrina verdaderas. ¿Por qué no?
Los efectos de la
apostasía habían penetrado profundamente, hasta los cimientos mismos de la
cristiandad. Así, aunque varios grupos protestantes se libraron de la autoridad
papal de Roma, llevaron consigo algunos de los errores fundamentales de la
Iglesia Católica Romana, características que habían resultado de haberse
apartado del cristianismo verdadero. Por ejemplo, aunque la administración de
las iglesias protestantes varió algo, se conservó la división fundamental de la
Iglesia en clase clerical dominante y legos dominados. También se mantuvieron
doctrinas antibíblicas, como la Trinidad, el alma inmortal y el tormento eterno
después de la muerte. Y, al igual que la Iglesia Romana, las iglesias
protestantes siguieron siendo parte del mundo, relacionadas estrechamente con
los sistemas políticos y las clases gobernantes.
Mientras tanto, ¿qué les
sucedió a las expectativas cristianas en cuanto a la presencia de Jesús y la
venida de su Reino? Durante los siglos que siguieron a la Reforma, las iglesias
—tanto católicas como protestantes— estuvieron muy enlazadas con el poder
seglar y siguieron postergando las expectativas de la venida del Reino de
Cristo.
Algunos
dan señales de estar alerta
Sin embargo, el clima
religioso del siglo XIX produjo brotes de vigilancia cristiana. Como
resultado de la investigación bíblica de algunos clérigos y escriturarios, se
reexaminaron enseñanzas como el alma inmortal, el tormento eterno después de la
muerte, la predestinación y la Trinidad. Además, algunos estudiantes de la Biblia
escudriñaban profecías bíblicas relacionadas con los últimos días. Por
consiguiente, varios grupos empezaron a pensar seriamente en el regreso
prometido del Señor. (Mat. 24:3.)
En Estados Unidos,
William Miller predijo que Cristo regresaría visiblemente en 1843
ó 1844. El teólogo alemán J. A. Bengel fijó la fecha
de 1836; en Inglaterra, los irvingianos esperaron la venida primero
en 1835, y luego en 1838, 1864 y 1866. En Rusia hubo un grupo
menonita que en un principio estuvo atento a 1889 y después a 1891.
Aquellos esfuerzos por
mantener la vigilancia sirvieron para que muchos percibieran la perspectiva del
regreso de nuestro Señor. Sin embargo, estos intentos de vigilancia cristiana
terminaron en desilusión. ¿Por qué? Principalmente porque aquellos grupos
confiaron demasiado en los hombres y no lo suficiente en las Escrituras.
Décadas después, la mayoría de estos grupos habían desaparecido.
Mientras tanto, otros
acontecimientos de este período afectaron las esperanzas y expectativas
humanas.
Una
época de “ilustración” e industrialización
En 1848 Karl Marx y
Friedrich Engels publicaron el Manifiesto comunista. En vez de abogar
por la religión, a la que Marx llamó “el opio del pueblo”, abogaron por el
ateísmo. Aunque aparentemente estaban contra toda religión, en realidad
fomentaron la religión o adoración del Estado y sus líderes.
Aproximadamente una
década después, en 1859, se publicó la obra de Charles Darwin El origen
de las especies, que influyó profundamente en el pensamiento científico y
religioso de su tiempo. Las teorías evolutivas llevaron a algunos a poner en
duda la veracidad del relato bíblico de la creación y la introducción del
pecado debido a la desobediencia de la primera pareja humana. (Gén.,
caps. 1-3.) El resultado fue que se socavó la fe de muchos en la Biblia.
Mientras tanto, la
revolución industrial avanzaba imparable. La agricultura perdió importancia
ante la industria y el uso de las máquinas. La invención de la locomotora de
vapor (a principios del siglo XIX) llevaría a la expansión de las redes de
ferrocarril nacionales. En las postrimerías del siglo XIX se inventó el
teléfono (1876), el fonógrafo (1877) y la luz eléctrica (1878-1879), y comenzó
el uso de la linotipia para producir líneas de tipo para la
impresión (1884).
La humanidad entraba en
la época de la historia de mayor progreso en el transporte y la comunicación.
Aunque estas ventajas se utilizarían para el progreso del comercio y para fines
políticos, también podrían emplearse en el campo religioso. Así se preparó el
escenario para la iniciativa modesta de un grupito de estudiantes de la Biblia
que tendría efectos de alcance mundial.
Enfatizando todo lo leído:
En las Escrituras Griegas
Cristianas, el sustantivo “apostasía” (gr.: a·po·sta·sí·a) tiene el
sentido de “deserción, abandono o rebelión”. (Hech. 21:21, nota.) Allí se
refiere principalmente a defección religiosa; renuncia o abandono de la
adoración verdadera.
En las Escrituras los
términos “superintendente” y “anciano” se refieren al mismo puesto. (Hech.
20:17, 28; Tito 1:5, 7.) “Anciano” alude a las cualidades de madurez
de la persona nombrada para tal posición, y “superintendente”, a la
responsabilidad inherente al nombramiento: velar por los intereses de las
personas confiadas a su custodia.
La palabra española
“obispo” viene del término griego e·pí·sko·pos
(“superintendente”) a través del latín tardío episcopus.
Al
narrar el viaje de vuelta que hicieron Pablo y Bernabé por Listra, Iconio y
Antioquía, Hechos 14:23 dice que “les nombraron
[gr.: kjei·ro·to·nḗ·san·tes]
ancianos en cada congregación” (“designaron presbíteros en cada Iglesia”, BJ; “constituyeron ancianos en cada
iglesia”, Val). Respecto al significado del verbo
griego kjei·ro·to·né·ō, se hace
la siguiente observación en la obra The
Acts of the Apostles (de F. F. Bruce, 1970, pág. 286):
“Aunque el sentido etimológico de [kjei·ro·to·né·ō]
es ‘elegir mostrando las manos’, se llegó a usar con el sentido de ‘designar’,
‘nombrar’: compárese la misma palabra con prefijo [pro, “delante”] en X. 41”. En el Greek-English Lexicon, de Liddell y Scott, en primer lugar se
ofrece la definición común de kjei·ro·to·né·ō,
y después se dice: “Posteriormente, por lo general, significó nombrar, [...] nombrar a un puesto en la iglesia”
(revisión de H. Jones, Oxford, 1968, pág. 1986). Así mismo, el Greek and English Lexicon to the New
Testament (Londres, 1845, pág. 673), de Parkhurst, dice: “Seguido de un
complemento directo, nombrar o instaurar en un cargo, aunque sin
mediar sufragios o votos”. El cargo para el que se nombraba a estos cristianos
era el de “anciano” u “hombre mayor”, sin que mediase un recuento de votos a
mano alzada.
Con el tiempo se pensó
que el obispo de Roma, que afirmaba ser sucesor de Pedro, era el obispo supremo
y papa.
Uno de los primeros
obispos de Roma que impuso su autoridad fue el papa León I (papa: 440-461
E.C.). Michael Walsh sigue explicando: “León tomó para sí el título de Pontifex
Maximus, que era un título pagano que llevaron los emperadores romanos
hasta cerca del fin del siglo IV y que todavía usan los papas hoy”.
León I basó sus acciones en la interpretación católica de las palabras de
Jesús en Mateo 16:18, 19. (Véase la página 268.) León I “declaró
que porque San Pedro era el primero entre los Apóstoles, la iglesia de San
Pedro debería recibir primacía entre las iglesias” (Man’s Religions [Las
religiones del hombre]). Por este acto León I manifestó claramente que
mientras el emperador tenía poder temporal en Constantinopla, en Oriente, él
ejercía poder espiritual desde Roma en Occidente. Este poder se ilustró también
cuando el papa León III coronó emperador del Santo Imperio Romano a
Carlomagno en 800 E.C.
Desde 1929 los gobiernos seglares han
visto al papa de Roma como gobernante de un estado soberano distinto de los
demás, el de Ciudad del Vaticano. Así pues, la Iglesia Católica Romana, como
ninguna otra organización religiosa, puede enviar representantes diplomáticos,
nuncios, a los gobiernos del mundo. (Juan 18:36.) Se honra al papa con muchos
títulos, algunos de los cuales son: Vicario de Jesucristo, Sucesor de San
Pedro, Sumo Pontífice o Rector de la Iglesia Universal, Patriarca de Occidente,
Primado de Italia, Soberano de la Ciudad del Vaticano. Lo transportan con pompa
y ceremonia. Se le dan los honores de un cabeza de estado. Por contraste, note
cómo reaccionó Pedro —supuestamente el primer papa y obispo de Roma— cuando el
centurión romano Cornelio cayó a sus pies para rendirle homenaje: “Pedro lo
alzó, y dijo: ‘Levántate; yo mismo también soy hombre’”. (Hechos
10:25, 26; Mateo 23:8-12.)
(Es interesante la
observación del Dr. Neander: “Se llegó a la falsa conclusión de que así
como en el Antiguo Testamento había habido un sacerdocio visible unido a una
clase particular de hombres, debería ocurrir lo mismo en el Nuevo
[Testamento] [...] La errónea comparación del sacerdocio cristiano con el
judío fomentó también la elevación del episcopado sobre el puesto de los
presbíteros” (The History of the Christian Religion and Church [Historia
de la religión y la Iglesia cristianas], traducido al inglés por Henry John
Rose, segunda edición, Nueva York, 1848, página 111).
Esta creencia supone
erróneamente que todos los cristianos van al cielo cuando mueren. Sin embargo,
la Biblia enseña que solo se llama a 144.000 personas para que gobiernen
con Cristo en el cielo. (Rev. 7:4-8; 20:4-6.) Muchísimas otras pueden tener la
esperanza de vivir eternamente en una Tierra convertida en un jardín bajo el
Reino de Cristo. (Mat. 6:10; Rev. 7:9, 15.)
En esta publicación, el
término “cristiandad” se refiere al cristianismo nominal, a diferencia del
cristianismo verdadero de la Biblia.
Mientras todavía
estaba en su infancia, la congregación cristiana se vio amenazada por
la apostasía.
La oposición
interna empezó en pequeña escala.
Los apóstatas
no solo transfirieron las bendiciones del milenio de la Tierra
al cielo, sino que pasaron el Reino del cielo a la Tierra.
Platón y el “cristianismo”
El filósofo griego Platón (nacido alrededor
de 428 a.E.C.) no se imaginó jamás que con el tiempo sus enseñanzas
penetrarían en el cristianismo apóstata. Las principales contribuciones de
Platón al “cristianismo” tuvieron que ver con las enseñanzas de la Trinidad y
la inmortalidad del alma.
Las ideas de Platón acerca de Dios y la
naturaleza influyeron en la doctrina trinitaria de la cristiandad. El “Nouveau
Dictionnaire Universel” Tomo 2,página 1467, explica: “La trinidad de Platón, en
sí meramente un nuevo arreglo de trinidades más antiguas que se remontan hasta
pueblos más primitivos, parece ser la trinidad racional de atributos de índole
filosófica que dio origen a las tres hipóstasis o personas divinas respecto a
las cuales enseñan las iglesias cristianas. [...] El concepto de la divina
trinidad que tuvo este filósofo griego [...] puede encontrarse en toda religión
antigua [del paganismo]”.
En cuanto a la doctrina del alma inmortal, la
“New Catholic Encyclopedia” dice: “El concepto cristiano de un alma espiritual
creada por Dios e infundida en el cuerpo al tiempo de la concepción para hacer
al hombre un conjunto viviente es el fruto de un largo desarrollo en la
filosofía cristiana. Solo con Orígenes [murió cerca de 254 E.C.] en
Oriente y san Agustín [murió en 430 E.C.] en Occidente quedó establecida
el alma como sustancia espiritual y se formó un concepto filosófico sobre su
naturaleza. [...] Su doctrina [la de Agustín] [...] debió mucho
(incluso algunos defectos) al neoplatonismo”. Tomo XIII, páginas 452,
454.
Cipriano, “obispo”
de Cartago, opinaba que los obispos eran una clase separada de los
presbíteros, los diáconos y los legos.
“La Iglesia es, pues, ahora el reino de Cristo
y el reino de los cielos”
(Agustín de Hipona)
A continuación, Reformadores que atacaron a la Iglesia en
varias cuestiones.
Martín Lutero
Ulrico Zuinglio
El “Manifiesto
comunista”, de Karl Marx, en realidad fomentó la adoración del
Estado.
La obra “El origen de las especies”, de Charles Darwin, influyó
profundamente en
el pensamiento científico y religioso de su tiempo.