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lunes, 16 de abril de 2012

EL SÁBADO (Parte 1ª)

SÁBADO
Material extraído en parte de:
 El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, de A. Edersheim, 1990.

Día que Dios apartó con el fin de que se descansase en él de los trabajos cotidianos, y que dio como señal entre Él y los hijos de Israel. (Éx 31:16, 17.) La expresión hebrea yohm hasch·schab·báth procede del verbo hebreo scha·váth, que significa “descanso; cesación”. (Gé 2:2; 8:22.) La expresión griega que corresponde a “día de sábado” es hē hē·mé·ra tou sab·bá·tou.
La primera observancia sabática semanal de veinticuatro horas la llevó a cabo la nación de Israel en el desierto, en el segundo mes después de su éxodo de Egipto, en el año 1513 a. E.C. (Éx 16:1.) Jehová le había dicho a Moisés que la provisión milagrosa del maná sería doble en el día sexto. Cuando esto resultó ser así, los principales de la asamblea lo informaron a Moisés, y entonces se anunció la institución del sábado semanal. (Éx 16:22, 23.) Como lo muestran las palabras de Jehová en Éxodo 16:28, 29, desde ese momento Israel quedó obligado a observar el sábado.
Poco tiempo después, con la inauguración formal del pacto de la Ley en el monte Sinaí, el sábado semanal pasó a formar parte de un sistema de sábados. (Éx 19:1; 20:8-10; 24:5-8.) Este sistema sabático se componía de varias clases de sábados: el séptimo día, el séptimo año, el año quincuagésimo (año del Jubileo), el 14 de Nisán (Pascua), el 15 de Nisán, el 21 de Nisán, el 6 de Siván (Pentecostés), el 1 de Etanim, el 10 de Etanim (Día de Expiación), el 15 de Etanim y el 22 de Etanim.
Según Deuteronomio 5:2, 3 y Éxodo 31:16, 17, es evidente que no se impuso el sábado a ninguno de los siervos de Dios hasta después del éxodo, pues estos textos dicen, respectivamente: “No fue con nuestros antepasados con quienes Jehová celebró este pacto, sino con nosotros”; “Los hijos de Israel tienen que guardar el sábado, [...] durante sus generaciones. [...] Entre yo y los hijos de Israel es una señal hasta tiempo indefinido”. Si Israel hubiese observado el sábado con anterioridad, no podría haberles servido de recordatorio de que Jehová los había liberado de Egipto, como se muestra en Deuteronomio 5:15. El hecho de que algunos israelitas fuesen a recoger maná el séptimo día, a pesar de habérseles dicho claramente que no lo hicieran, indica que la observancia del sábado era algo nuevo. (Éx 16:11-30.) Otra prueba de que hacía poco que se había instituido el sábado se aprecia en la incertidumbre que hubo al tratar el primer caso de violación del sábado que se registra después de haberse dado la Ley en Sinaí. (Nú 15:32-36.) Como los israelitas habían sido esclavos en Egipto, no podrían haber observado el sábado en aquel país aunque hubiesen estado bajo esa ley. El Faraón se quejó tan solo porque Moisés pidió un período de tres días para hacerle un sacrificio a Dios, cuanto más si los israelitas hubiesen tratado de descansar un día de cada siete. (Éx 5:1-5.) Aunque es cierto que al parecer los patriarcas dividían el tiempo en una semana de siete días, no hay ninguna prueba de que se hiciesen distinciones con respecto al séptimo día. Sin embargo, el número siete significaba plenitud. (Gé 4:15, 23, 24; 21:28-32.) La palabra hebrea “jurar” (scha·vá) parece provenir de la misma raíz que la palabra que significa “siete”.
El sábado se conmemoraba como un día sagrado (Dt 5:12), un día de descanso y de regocijo para todos —israelitas, siervos, residentes forasteros y animales—, en el que se cesaba de todo trabajo. (Isa 58:13, 14; Os 2:11; Éx 20:10; 34:21; Dt 5:12-15; Jer 17:21, 24.) Se hacía una ofrenda quemada especial, junto con ofrendas de grano y de libación, además de la “ofrenda quemada constante” que se presentaba a diario. (Nú 28:9, 10.) Se reponía el pan de la proposición en el santuario, y una nueva división de sacerdotes se encargaba de sus deberes. (Le 24:5-9; 1Cr 9:32; 2Cr 23:4.) Los deberes de los sacerdotes no sufrían en sábado variación alguna. (Mt 12:5.) E incluso se circuncidaba a los niños en sábado si coincidía con el octavo día desde su nacimiento. En tiempos posteriores los judíos acuñaron el dicho: “No hay sábado en el santuario”, lo que quiere decir que los deberes sacerdotales no cesaban nunca. (Jn 7:22; Le 12:2, 3; El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, de A. Edersheim, 1990, pág. 199.)
Según fuentes rabínicas, en tiempos de Jesús tres toques de trompetas hacia la hora nona —las tres de la tarde— del viernes anunciaban la llegada del sábado. A partir de ese momento cesaba todo trabajo y actividad comercial, se encendía la lámpara sabática y la gente se ponía los vestidos de fiesta. El comienzo oficial del sábado se indicaba con otros tres toques de trompeta. La división saliente de sacerdotes ofrecía el sacrificio matutino correspondiente al sábado, mientras que la entrante ofrecía los sacrificios de la tarde, si bien ambas pasaban todo el día en el santuario. Las dos divisiones le entregaban al sumo sacerdote la mitad de su porción correspondiente de pan. Los sacerdotes que se habían purificado comían el pan durante el día de sábado en el templo mismo. Los cabezas sacerdotales de las familias que pertenecían a las divisiones entrantes determinaban por suertes a qué familia le correspondería servir en cada uno de los días especiales de su semana de ministerio en el templo y a quién le correspondería asumir las funciones sacerdotales el día de sábado. (Le 24:8, 9; Mr 2:26, 27; El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, págs. 197, 198, 203-205.)
Diferían los requisitos para el sábado semanal regular y los sábados o “convocaciones santas” que estaban relacionados con las fiestas. (Le 23:2.) En términos generales, el sábado semanal era más restrictivo, no podía hacerse ningún trabajo, fuese fatigoso o de otra clase (excepto en el santuario). Hasta estaba prohibido recoger leña o encender fuego. (Nú 15:32-36; Éx 35:3.) También se restringían los viajes en día de sábado basándose, al parecer, en las palabras de Éxodo 16:29. El Día de Expiación era igualmente un período de descanso de toda clase de trabajo. (Le 16:29-31; 23:28-31.) Sin embargo, en los días de la convocación santa de las fiestas no se efectuaba trabajo fatigoso ni se participaba en actividades comerciales, pero estaba permitido cocinar, hacer preparativos para la fiesta, etc. (Éx 12:16; Le 23:7, 8, 21, 35, 36.)
Algunas veces se daba el caso de que una fiesta sabática especial coincidía con un sábado regular; este era un sábado “grande”, como cuando el 15 de Nisán (un día sabático) coincidía con el día de sábado regular. (Jn 19:31.)
Beneficios e importancia del sábado. El cese de todo trabajo y la observancia de otros requisitos sabáticos dados por Dios no solo proporcionaban descanso al cuerpo, sino que, como cosa más importante, daba a la persona la oportunidad de demostrar su fe y obediencia por medio de la observancia sabática. Los padres podían inculcar las leyes y los mandamientos de Dios en la mente y el corazón de sus hijos. (Dt 6:4-9.) El sábado se dedicaba habitualmente a adquirir conocimiento de Dios y a atender necesidades espirituales, como lo indica la respuesta del esposo de la mujer sunamita cuando ella le pidió permiso para ir a ver a Eliseo, el hombre de Dios: “¿Por qué vas a él hoy? No es luna nueva ni sábado”. (2Re 4:22, 23.) Los levitas que estaban esparcidos por todo el país sin duda aprovecharon el sábado para enseñar la Ley al pueblo de Israel. (Dt 33:8, 10; Le 10:11.)
Era importante que todos los israelitas se acordaran de guardar el sábado, pues no hacerlo se veía como una rebelión contra Jehová que se castigaba con la muerte. (Éx 31:14, 15; Nú 15:32-36.) El mismo principio aplicaba a toda la nación. El que observasen todo el sistema sabático de días y años, y lo hicieran de todo corazón, era un factor esencial para que continuasen existiendo como nación en la tierra que Dios les había dado. La falta de respeto a las leyes sabáticas contribuyó grandemente a su caída y a la desolación de la tierra de Judá durante setenta años para compensar los sábados que no se habían guardado. (Le 26:31-35; 2Cr 36:20, 21.)
Restricciones rabínicas del sábado. El propósito del sábado en sus comienzos era el de ser una ocasión de gozo y edificación espiritual. No obstante, el afán de los guías religiosos judíos por distinguirse al máximo de los gentiles los llevó —sobre todo a partir del regreso del exilio babilonio— a ir aumentando las restricciones sabáticas hasta alcanzar el número de treinta y nueve, con innumerables restricciones subsidiarias, que convirtieron el sábado en una carga. La compilación posterior de estas restricciones llenaba dos grandes volúmenes. Por ejemplo, estaba prohibido atrapar una pulga debido a que era cazar. No se podía atender a un enfermo a menos que estuviese en peligro de muerte. No se permitía colocar en su lugar un hueso dislocado, ni tampoco vendar una torcedura. Los guías religiosos judíos habían anulado el verdadero propósito del sábado, puesto que habían convertido al pueblo en esclavos de la tradición, en vez de dejar que el sábado les sirviese para honrar a Dios. (Mt 15:3, 6; 23:2-4; Mr 2:27.) Cuando los discípulos de Jesús arrancaron espigas y las frotaron con las manos para comérselas, por lo visto se les acusó de dos cosas: de cosechar y de trillar en día de sábado. (Lu 6:1, 2.) Los rabinos tenían un dicho: “Los pecados del que observe escrupulosamente toda ley del sábado, aunque sea idólatra, son perdonados”.
No se impuso a los cristianos. Como Jesús era un judío obligado por la Ley, observó el sábado, pero no como los fariseos, sino como instruía la Palabra de Dios. Sabía que era lícito hacer obras buenas aun en sábado. (Mt 12:12.) Sin embargo, los escritos cristianos inspirados declaran que “Cristo es el fin de la Ley” (Ro 10:4), lo que resulta en que los cristianos hayan sido “desobligados de la Ley”. (Ro 7:6.) Ni Jesús ni sus discípulos hicieron la más mínima distinción entre una supuesta ley moral y otra ceremonial. Citaron de otros pasajes de la Ley, así como de los Diez Mandamientos, considerando que eran igualmente obligatorios para quienes estaban bajo la Ley. (Mt 5:21-48; 22:37-40; Ro 13:8-10; Snt 2:10, 11.) Las Escrituras dicen llanamente que el sacrificio de Cristo “abolió [...] la Ley de mandamientos que consistía en decretos”, y que Dios “borró el documento manuscrito contra nosotros, que consistía en decretos [...] y Él lo ha quitado del camino clavándolo al madero de tormento”. La ley mosaica fue ‘abolida’, ‘borrada’, ‘quitada del camino’ en su totalidad. (Ef 2:13-15; Col 2:13, 14.) Por consiguiente, el entero sistema sabático, tanto de días como de años, fue cancelado junto con el resto de la Ley por medio del sacrificio de Cristo Jesús. Este hecho explica por qué los cristianos pueden considerar “un día como todos los demás”, tanto si es un sábado como cualquier otro día, sin tener ninguna clase de temor de ser juzgados por ello. (Ro 14:4-6; Col 2:16.) Pablo hizo el siguiente comentario concerniente a los que observaban escrupulosamente “días y meses y sazones y años”: “Temo por ustedes, que de algún modo me haya afanado en vano respecto a ustedes”. (Gál 4:10, 11.)
Después de la muerte de Jesús, sus apóstoles no ordenaron en ningún momento que se observase el sábado. Tampoco se incluyó como requisito cristiano ni en Hechos 15:28, 29 ni posteriormente. No instituyeron un nuevo sábado, un “día del Señor”. Aunque Jesús fue resucitado en el día que actualmente llamamos domingo, en ningún lugar indica la Biblia que deba conmemorarse este día de su resurrección como un “nuevo” sábado o algo semejante. Se han citado 1 Corintios 16:2 y Hechos 20:7 para apoyar la observancia del domingo como un sábado o día de descanso. Sin embargo, el primer texto meramente indica que Pablo dio instrucciones a los cristianos para que cada primer día de la semana pusiesen aparte en sus casas una cierta cantidad para sus hermanos necesitados de Jerusalén. No tenían que entregar el dinero en su lugar de reunión, sino guardarlo hasta la llegada de Pablo. En cuanto al segundo texto, era lógico que Pablo se reuniese con los hermanos de Troas el primer día de la semana, puesto que partía al día siguiente.
Lo antedicho deja claro que la observancia literal de días y años sabáticos no formaba parte del cristianismo del primer siglo. No fue sino hasta 321 E.C. cuando Constantino decretó que el domingo (en latín: dies Solis, un título antiguo relacionado con la astrología y la adoración del Sol, no Sabbatum [sábado] o el dies Domini [día del Señor]) fuese un día de descanso para todos excepto para los agricultores.
Entrar en el descanso de Dios. Según Génesis 2:2, 3, después del sexto día o período creativo, Dios “procedió a descansar en el día séptimo” al cesar sus obras creativas —mencionadas en el capítulo 1 de Génesis— con relación a la Tierra.
En los capítulos 3 y 4 de Hebreos, el apóstol Pablo muestra que si el pueblo judío que viajaba por el desierto no entró en el descanso de Dios se debió a su falta de fe y obediencia. (Heb 3:18, 19; Sl 95:7-11; Nú 14:28-35.) Los que entraron en la Tierra Prometida acaudillados por Josué experimentaron un descanso, pero no el descanso completo que se disfrutará bajo el Mesías. Solamente fue un tipo o sombra de la realidad. (Jos 21:44; Heb 4:8; Heb 10:1.) Sin embargo, Pablo dice seguidamente: “Queda un descanso sabático para el pueblo de Dios”. (Heb 4:9.) Por consiguiente, toda persona obediente y que ejerza fe en Cristo puede disfrutar del “descanso sabático” al dejar de hacer “sus propias obras”, por medio de las cuales procuró en el pasado demostrar su propia justicia. (Compárese con Ro 10:3.) Pablo muestra así que el sábado o descanso de Dios aún estaba vigente en su día y que los cristianos tenían acceso a él, todo lo cual indica que el día de descanso de Dios se extiende por miles de años. (Heb 4:3, 6, 10.)
“Señor del sábado.” Durante su ministerio terrestre, Jesús dijo de sí mismo que era “Señor del sábado”. (Mt 12:8.) El sábado semanal, que había tenido el propósito de proporcionar a los israelitas alivio de sus ocupaciones cotidianas, era “una sombra de las cosas por venir, pero la realidad [pertenecía] al Cristo”. (Col 2:16, 17.) Una de esas “cosas por venir” es el sábado del que Jesús será Señor. En calidad de Señor de señores, Jesucristo regirá sobre toda la Tierra por un período de mil años. (Rev 19:16; 20:6.) Algunos de los milagros más impresionantes que realizó durante su ministerio tuvieron lugar en sábado. (Lu 13:10-13; Jn 5:5-9; 9:1-14.) Esos ejemplos ofrecen una vislumbre de la clase de alivio que Jesús traerá a la humanidad a medida que la conduzca hacia la perfección física y espiritual durante su reinado milenario, un período que será semejante a un descanso sabático tanto para la Tierra como para la humanidad que la habita. (Rev 21:1-4.)
Final de la primera parte.

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