La expresión “Hijo
de Dios” identifica principalmente a Cristo Jesús, aunque también reciben este
apelativo los espíritus inteligentes creados por Dios, Adán antes de pecar y
los seres humanos con quienes Dios ha mantenido una relación basada en un
pacto.
“Hijos
del Dios verdadero.” La primera vez que en la Biblia se
menciona a los “hijos del Dios verdadero” es en Génesis 6:2-4, donde se dice
que antes del diluvio universal, “empezaron a fijarse en las hijas de los
hombres, que ellas eran bien parecidas; y se pusieron a tomar esposas para sí,
a saber, todas las que escogieron”.
Muchos
comentaristas sostienen que estos ‘hijos de Dios’ eran descendientes varones de
Set. Se basan en la premisa de que el fiel Noé procedía de la línea de Set, mientras
que los demás linajes que descendieron de Adán —el de Caín y los de sus otros
hijos (Gé 5:3, 4.)— perecieron en el Diluvio. Por ello alegan que el que
los “hijos del Dios verdadero” tomaran por esposas a “las hijas de los hombres”
quiere decir que hubo uniones matrimoniales entre los setitas y las
descendientes del malvado Caín.
No hay nada, sin
embargo, que muestre que en aquel tiempo Dios hiciera tal distinción entre los
linajes. El resto de las Escrituras no confirma esta conclusión, a saber,
que las dos líneas hicieran enlaces maritales de los que nacieron los
“poderosos” de que habla el versículo 4. Si bien es cierto que la fórmula
“hijos de los hombres [o “de la humanidad”]” (que los defensores de la postura
antes indicada contrastan con el apelativo ‘hijos de Dios’) se suele emplear de
manera peyorativa, no siempre es así. (Compárese con Sl 4:2; 57:4; Pr
8:22, 30, 31; Jer 32:18, 19; Da 10:16.)
Hijos
angélicos de Dios. Por otra parte,
hay una explicación que cuenta con el refrendo de otros textos bíblicos. La
expresión “hijos del Dios verdadero” aparece también en Job 1:6, donde
obviamente se refiere a los hijos celestiales de Dios reunidos ante Su
presencia, entre los que apareció Satanás, que venía de “discurrir por la
tierra y de andar por ella”. (Job 1:7; véase también 2:1, 2.) Asimismo, no
cabe duda de que los “hijos de Dios” que ‘gritaron en aplauso’ cuando Él
‘colocó la piedra angular’ de la Tierra (Job 38:4-7) eran hijos angélicos y
no descendientes de Adán (que aún no había sido creado). Del mismo
modo, es evidente que los “hijos de Dios” mencionados en el Salmo 89:6 también
son criaturas celestiales, no humanos.
Los partidarios de
la interpretación citada con anterioridad cuestionan que los “hijos del Dios
verdadero” de Génesis 6:2-4 sean criaturas angélicas, pues objetan que el
contexto se refiere exclusivamente a la maldad humana. Sin embargo,
no es una objeción válida, pues la interferencia malévola de espíritus en
los asuntos del hombre podría contribuir o potenciar el aumento de la iniquidad
humana. Aunque estos seres no se materializaron cuando Jesucristo estuvo
en la Tierra, fueron responsables de conducta humana sumamente degradada. Es
lógico que Génesis mencione la interferencia de algunos hijos angélicos de Dios
en los asuntos humanos, ya que da cuenta a buen grado de la gravedad de la
situación existente en la Tierra antes del Diluvio.
El apóstol Pedro lo
corrobora, pues hace referencia a “los espíritus en prisión, que en un tiempo
habían sido desobedientes cuando la paciencia de Dios estaba esperando en los
días de Noé” (1Pe 3:19, 20), así como a los “ángeles que pecaron”, a los
que menciona en conexión con el “mundo antiguo” del tiempo de Noé. (2Pe
2:4, 5.) Judas también hace referencia a “los ángeles que no guardaron
su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de
habitación”. (Jud 6.) Si se niega que los “hijos del Dios verdadero” de
Génesis 6:2-4 eran espíritus, estas palabras de los escritores cristianos se
convierten en un enigma, pues no se explica ni cómo se concretó la
desobediencia angélica ni la relación con los días de Noé.
En ciertas
ocasiones hubo ángeles que materializaron cuerpos humanos y que hasta comieron
y bebieron con hombres. (Gé 18:1-22; 19:1-3.) La declaración de Jesús de que
los resucitados no se casan ni se dan en matrimonio, sino que son como los
“ángeles en el cielo”, muestra que entre tales criaturas celestiales
no existe el matrimonio, pues no son seres sexuados. (Mt 22:30.)
Ahora bien, de esto no se infiere que no pudieran materializar
cuerpos humanos y formar vínculos matrimoniales con mujeres. Cabe notar que la
referencia de Judas a los ángeles que no guardaron su posición original y
abandonaron su “propio y debido lugar de habitación” (refiriéndose claramente
al abandono del ámbito de los espíritus) precede de manera inmediata a las
palabras: “Así también Sodoma y Gomorra y las ciudades circunvecinas —después
que ellas de la misma manera como los
anteriores hubieron cometido fornicación con exceso, e ido en
pos de carne para uso contranatural—
son puestas delante de nosotros como ejemplo amonestador”. (Jud 6, 7.) Por
lo tanto, las pruebas bíblicas señalan de manera contundente a que en los días
de Noé algunos ángeles se descarriaron y cometieron actos contrarios a su
naturaleza de espíritus. Por consiguiente, no parece que haya razones
válidas para cuestionar que los ‘hijos de Dios’ de Génesis 6:2-4 fuesen
ángeles.
El
primer hijo humano y sus descendientes.
Como IEVE lo había creado, Adán era el primer “hijo de Dios” humano. (Gé 2:7;
Lu 3:38.) Cuando se le echó de Edén, el santuario de Dios, y se le condenó a
muerte por ser pecador voluntario, Dios le repudió, de modo que perdió la
relación filial con su Padre celestial. (Gé 3:17-24.)
Sus descendientes
tenían tendencias pecaminosas congénitas. Como habían nacido de alguien a quien
Dios había rechazado, no podían alegar que eran hijos de Dios por
nacimiento. Juan 1:12, 13 demuestra este hecho al mencionar que los que
han recibido a Cristo Jesús y ejercido fe en su nombre han recibido la
“autoridad de llegar a ser hijos de Dios, [...] [naciendo], no de
sangre, ni de voluntad carnal, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Por
ello, la condición de hijos de Dios no se debe ver como algo que los
descendientes de Adán reciben de manera connatural. Este y otros textos
muestran que desde que Adán pecó se necesita un reconocimiento especial de Dios
para que el hombre pueda ser llamado “hijo” Suyo. Esto se ilustra en Su
relación con Israel.
“Israel
es mi hijo.” Cuando IEVE se dirigió a Faraón, que se creía
divino e hijo del dios Ra, se refirió a Israel como “mi hijo, mi primogénito”,
y le dijo al déspota egipcio: “Envía a mi hijo para que me sirva”. (Éx
4:22, 23.) Por consiguiente, Dios veía a la entera nación de Israel como
su “hijo” debido a que era su pueblo escogido, una “propiedad especial, de
entre todos los pueblos”. (Dt 14:1, 2.) Puesto que IEVE es la Fuente de la
vida y, más concretamente, puesto que produjo este pueblo en consonancia con el
pacto abrahámico, se dice que es su “Creador”, su “Formador” y su “Padre”, de
modo que al pueblo se le podía llamar por Su nombre. (Compárese con Sl
95:6, 7; 100:3; Isa 43:1-7, 15; 45:11, 12, 18, 19; 63:16.) Les
había ‘ayudado aun desde el vientre’, refiriéndose al comienzo de su desarrollo
como pueblo, y los había ‘formado’ mediante su relación con ellos y el pacto de
la Ley, dando forma a las características y estructura de la nación. (Isa 44:1,
2, 21; compárese con las expresiones de Dios dirigidas a Jerusalén según
se registran en Eze 16:1-14; también con las expresiones de Pablo en Gál 4:19 y
1Te 2:11, 12.) IEVE los protegió, llevó, corrigió y mantuvo como un padre
a un hijo. (Dt 1:30, 31; 8:5-9; compárese con Isa 49:14, 15.) La
nación debería haber glorificado a su padre tal como haría un “hijo”. (Isa
43:21; Mal 1:6.) No hacerlo sería negar su condición de hijos. (Dt 32:4-6,
18-20; Isa 1:2, 3; 30:1, 2, 9.) Algunos israelitas actuaron de manera
vergonzosa y se les llamó ‘hijos de belial’ (traducción literal de la expresión
hebrea que se traduce “hombres que no sirven para nada” en Dt 13:13 y en
otros textos; compárese con 2Co 6:15). Se convirtieron en “hijos renegados”.
(Jer 3:14, 22; compárese con 4:22.)
Dios trató a los
israelitas como a hijos en sentido nacional debido a su relación de pacto con
Él, como se desprende de que Dios se proclame no solo su “Hacedor”, sino
también su “Recomprador” y, lo que es más, su “dueño marital”, expresión que
coloca a Israel en una relación de esposa de Dios. (Isa 54:5, 6; compárese
con Isa 63:8; Jer 3:14.) Probablemente debido a que los israelitas estaban en
relación de pacto con Dios y a que reconocían que Él había formado la nación,
se dirigían a Él como “nuestro Padre”. (Isa 63:16-19; compárese con Jer
3:18-20; Os 1:10, 11.)
La tribu de Efraín
fue la más importante del reino norteño de diez tribus, y su nombre a menudo
representaba al reino entero. Debido a que IEVE escogió a Efraín en lugar de
Manasés —el verdadero primogénito de José— para que recibiese de su abuelo
Jacob la bendición que le correspondía al primogénito, IEVE pudo llamar a la
tribu de Efraín “mi primogénito”. (Jer 31:9, 20; Os 11:1-8, 12;
compárese con Gé 48:13-20.)
Israelitas
individuales llamados ‘hijos’. Dios
también llamó ‘hijos’ a ciertos israelitas en un sentido especial. En el
Salmo 2, que Hechos 4:24-26 atribuye a David, es evidente que cuando el
escritor habla del “hijo” de Dios, se refiere a sí mismo. (Sl 2:1, 2, 7-12.)
Ese salmo se cumplió posteriormente en Cristo Jesús, como se desprende del
contexto de Hechos. Como otros versículos del salmo muestran que Dios
no se dirigía a un recién nacido, sino a un hombre adulto, al decir: “Tú
eres mi hijo; yo, hoy, yo he llegado a ser tu padre”, es obvio que David
adquirió la condición de hijo como resultado de la selección divina para la gobernación
real y por la manera paternal como Dios le trató. (Compárese con Sl 89:3,
19-27.) De manera similar, IEVE dijo de Salomón, el hijo de David: “Yo mismo
llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a ser mi hijo”. (2Sa 7:12-14; 1Cr
22:10; 28:6.)
Se
puede perder la condición
de hijo. Cuando Jesús estaba en la Tierra, los
judíos aún afirmaban que Dios era su “Padre”. No obstante, Jesús dijo sin
rodeos a algunos opositores que procedían “de su padre el Diablo”, pues
escuchaban y hacían la voluntad y las obras del adversario de Dios, y, por
consiguiente, mostraban que ‘no procedían de Dios’. (Jn 8:41,
44, 47.) Esto vuelve a corroborar que el hecho de que un descendiente de
Adán disfrute de la condición de hijo de Dios no depende del linaje, sino
de que IEVE ponga la base para tener esa relación espiritual con Él, relación
que exige que los “hijos” cumplan con su parte, de manera que manifiesten las
cualidades de Dios, obedezcan su voluntad y sirvan fielmente a favor de Su
propósito e intereses.
Hijos
cristianos de Dios. Como manifiesta Juan 1:11, 12,
solo algunos de la nación de Israel, los que ejercieron fe en Cristo Jesús,
recibieron la “autoridad de llegar a ser hijos de Dios”. El sacrificio de
rescate de Cristo permitió que este “resto” judío (Ro 9:27; 11:5) dejara de
estar bajo el pacto de la Ley, que, aunque era bueno y perfecto, los condenaba
como pecadores, como esclavos bajo la custodia del pecado. De manera que Cristo
los libertó para que pudieran recibir “la adopción de hijos” y llegar a ser
‘herederos gracias a Dios’. (Gál 4:1-7; compárese con Gál 3:19-26.)
Las personas de las
naciones que antes estaban “sin Dios en el mundo” (Ef 2:12) también se
reconciliaron con Él al ejercer fe en Cristo, y de este modo entraron en una
relación de hijos. (Ro 9:8, 25, 26; Gál 3:26-29.)
Al igual que
Israel, estos cristianos forman un pueblo que está bajo un pacto, pues se les
introduce en el “nuevo pacto” validado por la aplicación de la sangre derramada
de Cristo. (Lu 22:20; Heb 9:15.) Sin embargo, Dios mantiene una relación individual
con los cristianos al aceptarlos en este pacto. Debido a que escuchan las
buenas nuevas y ejercen fe, se les llama para que sean coherederos con el Hijo
de Dios (Ro 8:17; Heb 3:1), Dios los ‘declara justos’ sobre la base de su fe en
el rescate (Ro 5:1, 2) y, por consiguiente, ‘se les produce por la palabra
de la verdad’ (Snt 1:18), de manera que ‘nacen de nuevo’ como cristianos
bautizados, ungidos o engendrados por el espíritu de Dios como sus hijos, con
la perspectiva de disfrutar de vida espiritual en los cielos. (Jn 3:3; 1Pe
1:3, 4.) Ellos han recibido, no un espíritu de esclavitud, tal como
el que resultó de la transgresión de Adán, sino un “espíritu de adopción como
hijos, espíritu por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’”. El término “Abba”
es un tratamiento íntimo y cariñoso. (Ro 8:14-17. Gracias a la superioridad del
papel de Cristo como mediador y a su sacerdocio, así como a la bondad
inmerecida que Dios expresa por medio de aquel, la condición de hijos de estos
cristianos ungidos por espíritu es una relación con Dios más íntima que la del
Israel carnal. (Heb 4:14-16; 7:19-25; 12:18-24.)
Cómo
mantener la condición de
hijos. Su “nuevo nacimiento” a esta esperanza viva (1Pe 1:3)
no garantiza de por sí que continuarán en esta condición de hijos. Deben
ser “conducidos por el espíritu de Dios”, no por su propia carne
pecaminosa, y tienen que estar dispuestos a sufrir como Cristo. (Ro
8:12-14, 17.) Han de ser también “imitadores de Dios, como hijos amados”
(Ef 5:1), de manera que reflejen las cualidades divinas —paz, amor,
misericordia, bondad (Mt 5:9, 44, 45; Lu 6:35, 36)—, muestren que son
“sin culpa e inocentes” de la maldad de la “generación torcida y aviesa” que los
rodea (Flp 2:15), se purifiquen de las prácticas injustas (1Jn 3:1-4,
9, 10), obedezcan los mandamientos de Dios y acepten su disciplina. (1Jn
5:1-3; Heb 12:5-7.)
Plena
adopción como hijos. Aunque se les
llama para ser hijos de Dios, mientras están en la carne solo tienen una
“prenda de lo que ha de venir”. (2Co 1:22; 5:1-5; Ef 1:5, 13, 14.) Por
esta razón, pese a que el apóstol hablaba de sí y de sus compañeros cristianos
como “hijos de Dios”, podía decir: “Nosotros mismos los que tenemos las
primicias, a saber, el espíritu, sí, nosotros mismos gemimos en nuestro
interior, mientras aguardamos con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser
puestos en libertad de nuestros cuerpos por rescate”. (Ro 8:14, 23.) Por
consiguiente, después de vencer al mundo por su fidelidad hasta la muerte, por
fin reciben la plena adopción como hijos y resucitan como hijos celestiales de
Dios y “hermanos” del Principal Hijo de Dios, Cristo Jesús. (Heb 2:10-17; Rev
21:7; compárese con Rev 2:7, 11, 26, 27; 3:12, 21.)
Los que han
recibido el llamamiento celestial saben que son hijos espirituales de Dios
porque el ‘espíritu mismo [de Dios] da testimonio con su espíritu de que son
hijos de Dios’. (Ro 8:16.) Esto debe significar que su espíritu actúa como una
fuerza impelente que los mueve a responder de manera positiva tanto a las
expresiones del espíritu de Dios que hay en su Palabra inspirada y que tienen
que ver con esa esperanza celestial, como a la relación que Dios mantiene con
ellos mediante Su espíritu. Por lo tanto, están seguros de que son en realidad
hijos y herederos espirituales de Dios.
Gloriosa
libertad de los hijos de Dios. El
apóstol habla de la “gloria que va a ser revelada en nosotros” y también de la
“expectación anhelante de la creación [que] aguarda la revelación de los hijos
de Dios”. (Ro 8:18, 19.) Como la gloria de estos hijos es celestial, es
patente que tal “revelación” de su gloria tiene que ir precedida de su
resurrección a la vida celestial. (Compárese con Ro 8:23.) Sin embargo, en
2 Tesalonicenses 1:6-10 se indica que esto no es lo implicado, pues
habla de la “revelación del Señor Jesús”, que traerá castigo judicial sobre los
que han recibido el juicio adverso de Dios “al tiempo en que él viene para ser
glorificado con relación a sus santos”.
Como Pablo dice que
“la creación” espera esta revelación, y entonces “será libertada de la
esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios”,
es evidente que aparte de estos “hijos de Dios” celestiales, hay otros que se
benefician de la revelación de ellos en gloria. (Ro 8:19-23.) El término griego
que se traduce “creación” puede referirse a cualquier criatura, humana o
animal, o a la creación en general. No obstante, Pablo indica que esta
“creación” está en “expectación anhelante”, y menciona que, pese a haber sido
“sujetada a futilidad, [aunque] no de su propia voluntad”, ‘aguarda’ el
tiempo en que será “libertada de la esclavitud a la corrupción [con el fin de
tener] la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, y mientras tanto ‘gime
juntamente’ tal como hacen los “hijos” cristianos dentro de sí mismos. Todas
estas acciones muestran de manera concluyente que se refiere a la creación o
familia humana, no a la creación en general: los animales, la
vegetación y otras creaciones animadas e inanimadas. (Compárese con Col 1:23.)
Por consiguiente, esto tiene que significar que la revelación de los hijos de
Dios en gloria abre el camino para que otros miembros de la familia humana
entren en una relación con Dios como hijos verdaderos y disfruten de la
libertad que acompaña a tal relación.
En vista de que
Cristo es el prometido “Padre Eterno” (Isa 9:6) y de que los “hijos
[cristianos] de Dios” llegan a ser sus “hermanos” (Ro 8:29), se desprende que
ha de haber otros miembros de la familia humana que consigan la vida por medio
de Cristo Jesús y que sean, no sus coherederos y reyes asociados y
sacerdotes, sino sus súbditos en el Reino. (Compárese con Mt 25:34-40; Heb
2:10-12; Rev 5:9, 10; 7:9, 10, 14-17; 20:4-9; 21:1-4.)
Puede notarse
también que Santiago (1:18) llama a estos “hijos de Dios” ungidos por espíritu
“ciertas primicias” de las criaturas de Dios, una expresión similar a la
utilizada con referencia a los “ciento cuarenta y cuatro mil” que son
“comprados de entre la humanidad”, según se dice en Revelación 14:1-4. La
palabra “primicias” implica que después vienen otros frutos, de modo que la
“creación” de Romanos 8:19-22 se refiere lógicamente a tales ‘frutos
posteriores’ o ‘secundarios’ de la humanidad, a quienes se les otorga finalmente
la condición de hijos en la familia universal de Dios debido a su fe en Cristo
Jesús.
Cuando Jesús habló
del futuro “sistema de cosas” y de la “resurrección de entre los muertos” a la
vida en ese sistema, dijo que estos llegan a ser “hijos de Dios por ser hijos
de la resurrección”. (Lu 20:34-36.)
De toda la
información que se ha examinado se desprende que se puede ser ‘hijo’ de Dios en
diversos sentidos. Por tanto, para determinar qué abarca dicha expresión en
cada caso y la naturaleza exacta de esa relación filial hay que tomar en cuenta
el contexto.
Cristo
Jesús, el Hijo de Dios. El evangelio de Juan
pone de relieve particularmente la existencia prehumana de Jesús como “la
Palabra”, y explica que “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros,
y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo
unigénito de parte de un padre”. (Jn 1:1-3, 14.) Las propias declaraciones
de Jesús muestran que su condición de hijo era anterior a su nacimiento como
hombre; por ejemplo, en una ocasión Jesús dijo: “Cuantas cosas he visto con mi
Padre las hablo” (Jn 8:38, 42; compárese con Jn 17:5, 24); también lo
muestra el claro testimonio de los apóstoles inspirados. (Ro 8:3; Gál 4:4; 1Jn
4:9-11, 14.)
“Unigénito.”
Algunos comentaristas cuestionan la traducción de la palabra griega mo·no·gue·nḗs
por “unigénito”. Dicen que la última parte de la palabra (gue·nḗs)
no se deriva de guen·ná·ō (engendrar), sino de gué·nos
(clase), por lo que el término se refiere al ‘único de una clase o género’.
Debido a ello varias traducciones dicen que Jesucristo es el “Hijo único” o
“único Hijo” (BI, BJ, NBE, NVI, RH),
más bien que el “hijo unigénito” de Dios. (Jn 1:14; 3:16, 18; 1Jn 4:9.)
Sin embargo, aunque los componentes de la palabra no tengan que ver con la
idea de nacimiento, el uso del término implica, sin lugar a dudas, la idea de
descendencia o nacimiento, pues la palabra griega gué·nos significa
“linaje; parentesco; prole; raza”. Se traduce “raza” en 1 Pedro 2:9. La Vulgata
latina de Jerónimo traduce mo·no·gue·nḗs por unigenitus. Muchos
lexicógrafos reconocen esta relación del término con nacimiento o descendencia.
La obra Greek
and English Lexicon of the New Testament
(de Edward Robinson, 1885, pág. 471) define mo·no·gue·nḗs como “único
nacido, unigénito, i. e.: hijo único”. El Greek-English Lexicon
to the New Testament (de W. Hickie, 1956,
pág. 123) también da: “unigénito”. El Theological Dictionary
of the New Testament dice: “Μονο- [mo·no-]
no denota la fuente, sino la naturaleza de la derivación. Así, μονογενής [mo·no·gue·nés]
significa ‘de nacimiento único’, i. e.: sin hermanos o hermanas. Esto nos
da la idea de unigénito. La ref[erencia] es al hijo único de unos padres,
primordialmente en relación con ellos. [...] No obstante, la palabra
también puede utilizarse en un sentido más general sin ref[erencia] a
derivación con el significado de ‘único’, ‘sin par’, ‘incomparable’, aunque
no deberían confundirse las ref[erencias] a clase o especie y a manera”
(edición de G. Kittel, traducción al inglés y edición de G. Bromiley,
1969, vol. 4, pág. 738).
Con respecto al uso
del término en las Escrituras Griegas Cristianas o “Nuevo Testamento”, esta
última obra dice: “Significa ‘unigénito’. [...] En [Juan] 3:16, 18;
1 Jn. 4:9; [Juan] 1:18, la relación de Jesús no solo se compara a la
de un hijo único con respecto a su padre. Es la relación del unigénito
con respecto al Padre. [...] En Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn.
4:9 μονογενής denota más que la singularidad o excelencia de Jesús. En todos
estos versículos se le llama expresamente el Hijo, y así se le considera en
1:14. En Jn. μονογενής denota el origen de Jesús. Él es μονογενής en cuanto es
el unigénito” (págs. 739-741).
En vista de estos
comentarios y de las pruebas procedentes de las Escrituras, no hay razón
para cuestionar las traducciones que muestran que Jesús no solo es el
único o incomparable Hijo de Dios, sino su “Hijo unigénito”, descendiente de
Dios en el sentido de que Él le ha creado. Confirman esta idea las referencias
apostólicas al Hijo como “el primogénito de toda la creación” y “Aquel que
nació de Dios”. (Col 1:15; 1Jn 5:18.) De hecho, Jesús mismo declara que es “el
principio de la creación por Dios”. (Rev 3:14.)
Jesús, que se
llamaba “la Palabra” antes de ser hombre, es el hijo “primogénito” de Dios (Col
1:15) por ser su primera creación. (Jn 1:1.) La voz “principio” que aparece en
Juan 1:1 no puede referirse al “principio” de Dios el Creador, pues Él
no tiene principio, es eterno. (Sl 90:2.) Debe referirse, pues, al
principio de la creación, cuando Dios produjo a la Palabra como su Hijo
primogénito. El término “principio” se usa de manera similar en muchos otros
textos con referencia al comienzo de un período, carrera o proceder, como el
“principio” de la carrera cristiana de aquellos a quienes Juan escribió su
primera carta (1Jn 2:7; 3:11), el “principio” del proceder rebelde de Satanás
(1Jn 3:8) o el “principio” de la desviación de Judas de la justicia. (Jn 6:64.
Jesús es el “Hijo unigénito” (Jn 3:16) en el sentido de que es el único de los
hijos de Dios, celestiales o humanos, creado exclusivamente por Dios, pues a
todos los demás se les creó a través o “por medio de” ese Hijo primogénito.
(Col 1:16, 17;
Engendrado
por espíritu, vuelve a ser
hijo celestial. Cuando Jesús nació como hombre,
mantuvo la condición de Hijo de Dios de que disfrutaba en su existencia pre
humana. Su nacimiento no fue el fruto de una concepción por simiente o
esperma humano de ningún descendiente de Adán, sino que se debió a la acción
del espíritu santo de Dios. (Mt 1:20, 25; Lu 1:30-35; compárese con Mt
22:42-45.) Jesús confesó que era hijo de Dios a la edad de doce años, cuando
dijo a sus padres terrestres: “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi
Padre?”. Ellos no captaron el sentido de estas palabras, pues quizás
pensaron que llamaba a Dios “Padre” como lo hacían los israelitas en general,
como ya se ha visto. (Lu 2:48-50.)
Sin embargo, cuando
Juan el Bautista lo bautizó unos treinta años después de nacer como hombre, el
espíritu santo vino sobre Jesús y Dios le dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado; yo
te he aprobado”. (Lu 3:21-23; Mt 3:16, 17.) Jesús, en tanto hombre, ‘nació
de nuevo’ para ser a partir de entonces un Hijo espiritual con la esperanza de
volver a la vida celestial, y fue ungido con espíritu para ser el rey y sumo
sacerdote nombrado por Dios. (Jn 3:3-6; compárese con 17:4, 5.
De un modo parecido
se expresó Dios en la transfiguración en el monte, cuando se mostró a Jesús en
la gloria del Reino. (Compárese con Mt 16:28 y 17:1-5.) Con respecto a la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos, Pablo aplicó parte del Salmo
segundo a aquella ocasión, citando las palabras de Dios: “Tú eres mi hijo; yo,
hoy, yo he llegado a ser tu padre”, y también aplicó las palabras del pacto de
Dios con David, a saber: “Yo mismo llegaré a ser su padre, y él mismo llegará a
ser mi hijo”. (Sl 2:7; 2Sa 7:14; Hch 13:33; Heb 1:5; compárese con Heb 5:5.)
Por su resurrección de entre los muertos a vida de espíritu Jesús fue
“declarado Hijo de Dios” (Ro 1:4), “declarado justo en espíritu”. (1Ti 3:16.)
Por tanto, se ve
que tal como David, un hombre adulto, podía ‘llegar a ser hijo de Dios’ en un
sentido especial, así también Cristo Jesús ‘llegó a ser Hijo de Dios’ de una
manera especial cuando fue bautizado y cuando fue resucitado, y seguramente
también cuando entró en la gloria completa del Reino.
Acusación
falsa de blasfemia. Debido a que
Jesús varias veces llamó a Dios su Padre, ciertos judíos opuestos lo acusaron
de blasfemia, diciendo: “Tú, aunque eres hombre, te haces a ti mismo un dios”.
(Jn 10:33.) La mayor parte de las traducciones leen aquí “Dios”. Sin embargo,
la versión de Besson y la traducción al inglés de Charles Cutler Torrey
escriben la palabra en minúscula (“dios”), mientras que The Emphatic
Diaglott ofrece la lectura interlineal “un dios”. La base principal para
traducir “un dios” se halla en la propia respuesta de Jesús, en la que citó del
Salmo 82:1-7. Como puede verse, este texto no se refería a que hubiera
personas a las que se llamara “Dios”, sino “dioses” e “hijos del Altísimo”.
Según el contexto,
aquellos a quienes IEVE llamó “dioses” e “hijos del Altísimo” en este salmo
eran jueces israelitas que habían obrado de manera injusta, lo que hizo que el
propio IEVE tuviera que juzgar ‘en medio de esos dioses’. (Sl 82:1-6, 8.)
En vista de que IEVE aplicó esos
términos a aquellos hombres, ciertamente Jesús no era culpable de ninguna
blasfemia al decir: “Soy Hijo de Dios”. Mientras que las obras de aquellos
“dioses” o jueces contradecían su afirmación de ser “hijos del Altísimo”, las
obras de Jesús siempre dieron prueba de que estaba en unión con su Padre y
tenía una relación de perfecta armonía con Él. (Jn 10:34-38.)
FRAN.