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domingo, 31 de diciembre de 2017

LAS RELIGIONES ¿COMO EMPEZARON?




LA HISTORIA de la religión es tan antigua como la del hombre mismo. Eso es lo que nos dicen arqueólogos y antropólogos. Hasta entre las civilizaciones más “primitivas”, es decir, subdesarrolladas, se encuentra prueba de algún tipo de adoración. De hecho, The New Encyclopædia Britannica dice que “hasta donde ha llevado la investigación a los eruditos, considerando todo lugar y tiempo, nunca ha existido un pueblo que no fuera de alguna manera religioso”.
 Además de ser antigua, la religión también se manifiesta en gran variedad. Los cazadores de cabezas de las selvas de Borneo, los esquimales de las heladas regiones árticas, los nómadas del desierto del Sahara, los moradores de las grandes metrópolis del mundo... todo pueblo y toda nación de la Tierra tiene su dios, o dioses, y su manera de adorar. Realmente es asombrosa la diversidad que hay en el campo religioso.
 Como es lógico, surgen ciertas preguntas. ¿De dónde vinieron todas estas religiones? Puesto que entre ellas hay claras diferencias y obvias similitudes, ¿empezaron independientemente, o pudieran haberse desarrollado de una sola fuente? Bien pudiéramos preguntar: ¿Qué razón pudo haber para que comenzara la religión? ¿Y cómo empezó? Para todos los que se interesan en descubrir la verdad sobre la religión y las creencias religiosas, las respuestas a estas preguntas son vitalmente importantes.
La cuestión del origen
 Sobre la cuestión del origen, personas de diferentes religiones piensan en nombres como Mahoma, el Buda, Confucio y Jesús. En casi toda religión podemos hallar alguna figura central de quien se dice que fundó la ‘fe verdadera’. Algunos fueron reformadores iconoclastas. Otros fueron filósofos moralistas. Otros fueron héroes folclóricos abnegados. Muchos han dejado escritos o dichos que formaron la base de una nueva religión. Con el tiempo la gente elaboró sobre sus dichos y hechos, los embelleció y los rodeó de misterio. Hasta se deificó a algunos de estos líderes.
 Aunque se vea a estos hombres como fundadores de las religiones principales que conocemos, debe notarse que ellos en realidad no fueron originadores de religión. En la mayoría de los casos sus enseñanzas se derivaron de ideas religiosas ya existentes, aunque la mayoría de estos fundadores afirmaron que tenían como fuente la inspiración divina. En el caso de algunos, cambiaron y modificaron sistemas religiosos existentes que de algún modo ya no eran satisfactorios.
 Por ejemplo, hasta donde puede determinarse con exactitud histórica, nos enteramos de que el Buda había sido un príncipe a quien impresionó el sufrimiento y las condiciones lamentables de la sociedad dominada por el hinduismo que le rodeaba. El budismo fue el resultado de su búsqueda de una solución para los dolorosos problemas de la vida. Mahoma, de manera similar, se perturbó mucho debido a la idolatría e inmoralidad que vio en las prácticas religiosas de su entorno. Después afirmó haber recibido revelaciones especiales de Dios, que formaron el Corán y fueron la base de un nuevo movimiento religioso, el islam. El protestantismo se desarrolló del catolicismo como resultado de la Reforma que empezó a principios del siglo XVI, cuando Martín Lutero protestó contra la venta de indulgencias por la Iglesia Católica en aquel tiempo.
 Así, pues, en lo referente a las religiones que ahora existen no hay falta de información sobre su origen y desarrollo, sus fundadores, sus escritos sagrados y así por el estilo. Pero ¿qué se puede decir de las religiones que las precedieron? ¿Y de las que antecedieron a esas? Si seguimos remontándonos en la historia, tarde o temprano nos vemos ante la pregunta: ¿Cómo empezó la religión? Queda claro que para hallar la respuesta a esa pregunta tenemos que ir más allá de los límites de cada religión.
Muchas teorías
 El estudio del origen y desarrollo de la religión es un campo comparativamente nuevo. Por siglos la gente aceptaba a grado mayor o menor la tradición religiosa en cuyo seno había nacido y se había criado. La mayoría de las personas estaban satisfechas con las explicaciones que les pasaban sus antepasados y creían que su religión era la verdad. Rara vez había razón para cuestionar nada, ni necesidad de investigar cómo, cuándo ni por qué empezó lo que conocían. De hecho, porque los medios de transportación y comunicación eran limitados, pocas personas siquiera sabían que había otros sistemas religiosos.
 No obstante, durante el siglo XIX ese cuadro empezó a cambiar. La teoría de la evolución cundió por los círculos intelectuales. Eso, junto con el advenimiento de la investigación científica, hizo que muchos pusieran en tela de juicio los sistemas establecidos, y en eso estuvo incluida la religión. Porque reconocieron que sería limitado lo que podrían descubrir dentro de la religión existente, algunos eruditos estudiaron los restos de civilizaciones del pasado remoto o investigaron lugares distantes del mundo donde la gente aún vivía en sociedades primitivas. Trataron de aplicar a estas sociedades los métodos de la sicología, la sociología, la antropología, y así por el estilo, con la esperanza de hallar alguna clave en cuanto a cómo había empezado la religión y por qué.
 ¿Qué resultado tuvo esto? De súbito se presentaron muchas teorías —pareció que había tantas teorías como investigadores—, y cada investigador contradecía al otro, y cada uno se esforzaba por sobrepasar al otro en atrevimiento y originalidad. Algunos de estos investigadores llegaron a conclusiones importantes; la obra de otros sencillamente ha pasado al olvido. Nos educa e ilumina el tener alguna idea de los resultados de esta investigación. Nos ayuda a comprender mejor las actitudes religiosas de personas con quienes tratamos.
 El antropólogo inglés Edward Tylor (1832-1917) propuso una teoría a la que comúnmente se llama animismo. Sugirió que experiencias como sueños, visiones, alucinaciones y la ausencia de vida en los cadáveres hizo que la gente primitiva concluyera que un alma (latín: anima) habitaba el cuerpo. Según esta teoría, puesto que la gente solía soñar con sus amados que habían muerto, supuso que el alma seguía viviendo después de la muerte; que salía del cuerpo y moraba en árboles, rocas, ríos, y así por el estilo. Con el tiempo se adoró como dioses a los difuntos y a los objetos en que se decía que habitaban las almas. Y así, según Tylor, nació la religión.
 Otro antropólogo inglés, R. R. Marett (1866-1943), propuso un perfeccionamiento del animismo, y llamó a esto animatismo. Después de estudiar las creencias de los melanesios de las islas del Pacífico y de los nativos de África y los Estados Unidos, Marett concluyó que en vez de tener la noción de un alma personal los pueblos primitivos creían que había una fuerza o poder sobrenatural impersonal que lo animaba todo; aquella creencia despertó en el hombre emociones de reverencia y temor que se convirtieron en la base de su religión primitiva. Para Marett la religión era principalmente la respuesta emocional del hombre a lo desconocido. Su declaración favorita era que “más bien que pensar [en lo religioso], el hombre lo danzaba”.
 En 1890, James Frazer (1854-1941), escocés experto en folclor antiguo, publicó la influyente obra The Golden Bough (La rama dorada), y en ella afirmó que la religión se había desarrollado de la magia. Según Frazer, al principio el hombre trató de controlar su propia vida y su entorno mediante imitar lo que veía que pasaba en la naturaleza. Por ejemplo, creyó que podría atraer la lluvia si rociaba agua sobre el terreno mientras le acompañaban golpes de tambor que imitaban el sonido de truenos, o que podría causar daño a su enemigo mediante meter alfileres en una efigie de él. Esto llevó al uso de ritos, hechizos y objetos mágicos en muchos campos de la vida. Cuando nada surtía el efecto esperado, entonces el hombre trataba de apaciguar a los poderes sobrenaturales o suplicaba su ayuda, en vez de tratar de controlarlos. Los ritos y conjuros se convirtieron en sacrificios y oraciones, y así empezó la religión. Según Frazer, la religión es “ganar el favor o la benevolencia de poderes superiores al hombre”.
 Hasta el famoso sicoanalista austriaco Sigmund Freud (1856-1939), en su libro Tótem y tabú, trató de explicar el origen de la religión. Fiel a su profesión, explicó que la religión más antigua se desarrolló de lo que él llamó una neurosis en cuanto a una figura paternal. Teorizó que, como sucedía entre los caballos y el ganado en condición salvaje, en la sociedad primitiva el padre dominaba al clan. Los hijos, que a la vez odiaban y admiraban al padre, se rebelaron contra él y lo mataron. Para adquirir el poder del padre, alegó Freud, ‘estos salvajes caníbales se comieron a su víctima’. Después, por remordimiento, inventaron ritos y ceremonias como expiación por lo que habían hecho. Según la teoría de Freud la figura del padre llegó a ser Dios, los ritos y ceremonias llegaron a ser la religión más antigua, y el que los hijos se comieran al padre muerto se convirtió en la comunión que es práctica tradicional de muchas religiones.
 Pudiéramos citar muchas otras teorías que son intentos de explicar el origen de la religión. Sin embargo, la mayoría de ellas se han relegado al olvido, y ninguna realmente se ha destacado como más digna de credibilidad o aceptable que las demás. ¿Por qué? Sencillamente porque nunca hubo evidencia o prueba histórica de que estas teorías fueran verdad. Eran solo el producto de la imaginación o conjetura de algún investigador, algo que pronto se reemplazaba por la siguiente teoría que se presentara.
Cimientos débiles
 Después de años de luchar con esta cuestión, muchos han concluido ahora que no es muy probable que se adelante mucho en resolver la incógnita del comienzo de la religión. Esto se debe, en primer lugar, a que los huesos y restos de los pueblos del pasado remoto no nos dicen cómo pensaba aquella gente, ni lo que temía ni por qué adoraba. Cuanto se diga como resultado del estudio de estos artefactos no pasa de ser adivinación, aunque se base en algún conocimiento. Segundo, las prácticas religiosas de los llamados pueblos primitivos de hoy día, como los aborígenes australianos, no son necesariamente una vara de medir confiable en cuanto a lo que decía o pensaba la gente de tiempos antiguos. Nadie sabe de seguro si la cultura de aquellos pueblos cambió a través de los siglos, ni cómo, si así fue.
 Debido a todas estas incertidumbres, el libro World Religions—From Ancient History to the Present (Las religiones universales... desde la historia antigua hasta la actualidad) llega a la conclusión de que “el historiador moderno de religiones sabe que es imposible llegar al origen de la religión”. Sin embargo, sobre los esfuerzos de los historiadores este libro dice: “En el pasado, demasiados teóricos buscaron, no solo describir o explicar la religión, sino eliminarla por explicaciones, pues creían que si se mostraba que sus primeras formas se basaban en ilusiones, entonces podrían socavarse las religiones posteriores y superiores”.
 Ese último comentario nos ayuda a comprender por qué varios investigadores “científicos” del origen de la religión no han propuesto explicaciones sostenibles. La lógica nos dice que solo de proposiciones correctas puede llegarse a una conclusión correcta. Si uno empieza con una proposición errónea, no es probable que llegue a una conclusión sólida. El que después de tratar vez tras vez los investigadores “científicos” no hayan alcanzado una explicación razonable hace surgir serias dudas en cuanto a la proposición sobre la cual han basado sus puntos de vista. Al seguir su noción preconcebida, en sus esfuerzos por ‘eliminar por explicaciones la religión’ han tratado de eliminar por explicaciones a Dios.
 La situación se puede comparar con la de los astrónomos de antes del siglo XVI que de muchas maneras trataron de explicar el movimiento de los planetas. Había muchas teorías, pero ninguna verdaderamente satisfacía. ¿Por qué? Porque se basaban en la suposición de que la Tierra era el centro del universo y que las estrellas y los planetas giraban alrededor de ella. No se logró verdadero progreso sino hasta que los científicos —y la Iglesia Católica— estuvieron dispuestos a aceptar el hecho de que la Tierra no era el centro del universo, sino que giraba alrededor del Sol, el centro del sistema solar. El que no se pudieran explicar los hechos mediante las muchas teorías hizo que personas pensadoras dejaran de presentar nuevas teorías y decidieran reexaminar la proposición original que era base de sus investigaciones. Y eso condujo al éxito.
 El mismo principio se puede aplicar al esfuerzo por descubrir el origen de la religión. Por el surgimiento del ateísmo y la aceptación extensa de la teoría de la evolución, muchas personas han dado por sentado que Dios no existe. Fundándose en eso, les parece que pueden explicar la existencia de la religión por lo que hay en el hombre mismo... en sus pensamientos, sus necesidades, sus temores, sus “neurosis”. Voltaire declaró: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”; de modo que afirman que el hombre ha inventado a Dios.
 Puesto que ninguna de las muchas teorías ha dado una respuesta que en verdad satisfaga, ¿no ha llegado el tiempo de reexaminar la proposición sobre la cual se han basado esas investigaciones? En vez de seguir esforzándonos infructuosamente del mismo modo, ¿no sería lógico buscar la respuesta de otra manera? Si queremos ser razonables, concordaremos en que hacer eso es tanto lógico como científico. Y precisamente tenemos un ejemplo que nos puede ayudar a ver lo lógico de este proceder.
Una investigación de mucho tiempo atrás
 En el primer siglo de nuestra era común la ciudad de Atenas, Grecia, era un prominente centro de enseñanza. Sin embargo, entre los atenienses había muchas diferentes escuelas de pensamiento —como la de los epicúreos y la de los estoicos—, cada una con su propia idea acerca de los dioses. Con estas diferentes ideas como base, se veneraba a muchas deidades, y se desarrollaron diversos modos de adoración. El resultado fue que la ciudad estaba llena de ídolos y templos hechos por los hombres. Lea en su Biblia esta cita. (Hechos 17:16.)
 Alrededor del año 50 E.C., el apóstol cristiano Pablo visitó Atenas y presentó a los atenienses un punto de vista totalmente diferente. Les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, siendo, como es Este, Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos de manos, ni es atendido por manos humanas como si necesitara algo, porque él mismo da a toda persona vida y aliento y todas las cosas”. (Hechos 17:24, 25.)
 En otras palabras, Pablo estaba diciendo a los atenienses que el Dios verdadero, quien “hizo el mundo y todas las cosas que hay en él”, no es producto de la imaginación del hombre, ni se sirve a ese Dios de las maneras que el hombre mismo invente. La relación verdadera con el Creador no es simplemente un esfuerzo unilateral del hombre por tratar de satisfacer alguna necesidad sicológica o ahogar algún temor. Más bien, puesto que el Dios verdadero es el Creador, quien dio al hombre capacidad de pensar y facultad de razonar, lo lógico es que Él le suministraría al hombre un modo de entrar en una relación satisfaciente con Él. Según Pablo, eso era exactamente lo que Dios había hecho. “Hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra, [...] para que busquen a Dios, por si buscaban a tientas y verdaderamente lo hallaban, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros.” (Hechos 17:26, 27.)
 Note el punto clave de Pablo: Dios “hizo de un solo hombre toda nación de hombres”. Aunque hoy día por toda la Tierra viven muchas naciones de hombres, los científicos saben que en verdad toda la humanidad es de un mismo linaje. Este concepto es muy importante, porque el decir que toda la humanidad es del mismo linaje significa mucho más que solo el que los hombres estén relacionados biológica y genéticamente. Están relacionados en otros aspectos también.
 Por ejemplo, note en lo siguiente lo que dice el libro Story of the World’s Worship (Cómo adora el mundo) sobre el lenguaje humano. “Los que han estudiado los idiomas del mundo y los han comparado unos con otros pueden decir algo, y es esto: Es posible agrupar todos los idiomas en familias o grupos del habla, y se puede ver que todas estas familias han venido de la misma fuente.” En otras palabras, las lenguas o idiomas del mundo no se originaron por separado e independientemente como los evolucionistas quisieran que creyéramos. Ellos teorizan que cavernícolas de África, Europa y Asia empezaron a expresarse con gruñidos y al fin desarrollaron sus propios idiomas. No sucedió así. Lo que las pruebas indican es que ‘vinieron de la misma fuente’.
 Si eso es cierto de algo tan personal y singularmente humano como el idioma, ¿no sería entonces razonable pensar que las ideas del hombre acerca de Dios y la religión también hayan venido de una misma fuente? Después de todo, la religión se relaciona con el pensamiento, y el pensamiento está relacionado con la capacidad humana para usar el lenguaje. No es que todas las religiones de hecho se desarrollaran de una sola religión, sino que debería ser posible conectar las ideas y los conceptos con algún origen o conjunto de ideas religiosas común. ¿Hay pruebas de esto? Y si en verdad las religiones del hombre tuvieron la misma fuente, ¿cuál pudiera ser? ¿Cómo podemos averiguar eso?
Diferentes, pero similares
 Podemos conseguir la respuesta tal como los expertos en asuntos lingüísticos consiguieron la contestación a sus preguntas sobre el origen del lenguaje. Al colocar los idiomas lado a lado y notar sus similitudes, el etimólogo puede determinar la fuente de los diversos idiomas. De manera similar, si nosotros colocamos las religiones lado a lado podemos examinar sus doctrinas, leyendas, ritos, ceremonias, instituciones, y así por el estilo, y ver si tienen en común algún hilo subyacente de identidad y, si así es, ver a qué nos lleva ese hilo.
 Superficialmente las muchas religiones de hoy día parecen diferir mucho unas de otras. Sin embargo, si las despojamos de las cosas que son sencillamente adornos y añadiduras posteriores, o si les quitamos las distinciones que son el resultado del clima, el idioma, las particularidades de su tierra nativa y otros factores, es sorprendente cuán similares resultan ser la mayoría de ellas.
 Por ejemplo, muchísimas personas pensarían que difícilmente pudiera haber dos religiones más diferentes que la católica romana de Occidente y el budismo de Oriente. Pero ¿qué vemos cuando eliminamos las diferencias que pudieran atribuirse al idioma y la cultura? Si mantenemos la objetividad, tendremos que admitir que las dos tienen muchas cosas en común. Tanto el catolicismo como el budismo observan muchos ritos y ceremonias. Entre las cosas comunes a ambas están el uso de velas, incienso, agua bendita, el rosario, imágenes de santos, salmodias y devocionarios, hasta la señal de la cruz. Ambas religiones tienen órdenes de monjes y monjas y se caracterizan por el celibato de los sacerdotes, vestidura especial, días de fiesta sagrados, alimentos especiales. Esta lista ciertamente no está completa, pero sirve para ilustrar el punto. La cuestión es: ¿A qué se debe que dos religiones que parecen tan diferentes tengan tantas cosas en común?
 La comparación de estas dos religiones es iluminadora, y lo mismo puede hacerse con otras religiones. Cuando hacemos eso, descubrimos que ciertas enseñanzas y creencias son casi universales entre ellas. La mayoría de nosotros estamos familiarizados con doctrinas como las siguientes: el alma humana es inmortal, hay una recompensa celestial para todos los buenos, tormento eterno para los inicuos en un infierno, existe un purgatorio, hay un dios trino y uno o una divinidad compuesta de muchos dioses, y una diosa a quien se llama madre de dios o reina del cielo. Sin embargo, además de estas doctrinas hay muchas leyendas y mitos que también son generales. Por ejemplo, hay leyendas de que el hombre cayó del favor divino en un intento ilícito por alcanzar la inmortalidad, de que se necesitan sacrificios para expiar el pecado, de la búsqueda de un árbol de la vida o una fuente de la juventud, de dioses y semidioses que vivieron entre los humanos y produjeron prole sobrehumana, y de un diluvio catastrófico que devastó a casi toda la humanidad.
 ¿A qué conclusión llegamos al considerar todo esto? Notamos que los que creían en estos mitos y leyendas vivían a gran distancia geográfica unos de otros. Su cultura y sus tradiciones diferían y los distinguían. Sus costumbres sociales no estaban relacionadas unas con otras. Sin embargo, en el terreno religioso creían en ideas tan similares. Aunque no todos estos pueblos creían en todas las cosas que hemos mencionado, todos creían en algunas de ellas. La pregunta obvia es: ¿Por qué? Parecería que existía un conjunto común de creencias del cual cada religión sacó sus creencias básicas, algunas más, otras menos. Al pasar el tiempo estas ideas básicas acumularon adornos y modificaciones, y de ellas se desarrollaron otras enseñanzas. Pero el esquema básico se distingue con claridad.
 Lógicamente, el parecido en los conceptos básicos de las muchas religiones del mundo es prueba fuerte de que no empezaron cada una por sí sola y de manera independiente. Más bien, al remontarnos suficientemente al pasado podemos ver que sus ideas tienen que haber tenido un origen común. ¿Cuál fue ese origen?
Una edad de oro primitiva
 Es interesante que entre las leyendas comunes a muchas religiones hay una que dice que la humanidad empezó en una edad de oro en la cual el hombre no conocía culpa, y vivía feliz y apaciblemente, en estrecha comunión con Dios, y no enfermaba ni moría. Aunque los detalles difieran, el mismo concepto de un paraíso perfecto que existió en el pasado se encuentra en los escritos y leyendas de muchas religiones.
 El Avesta, el libro sagrado de la antigua religión persa del zoroastrismo, habla sobre “el hermoso Yima, el buen pastor”, quien fue el primer mortal con quien conversó Ahura-Mazda (el creador). Ahura-Mazda le dio instrucciones de “nutrir, gobernar y vigilar mi mundo”. Para hacer eso, tenía que construir Vara, una morada subterránea, para todas las criaturas vivientes. En aquel lugar “no había ni opresión ni ánimo malvado, ni estupidez ni violencia, ni pobreza ni engaño, ni debilidad ni deformidad, ni dientes enormes ni cuerpos que pasaran del tamaño usual. Los habitantes no estaban contaminados por el espíritu maligno. Moraban entre árboles olorosos y columnas doradas; eran los mayores, mejores y más hermosos de la Tierra; ellos mismos eran una raza alta y hermosa”.
 Entre los griegos de la antigüedad, el poema “Los trabajos y los días”, de Hesíodo, habla de las Cinco Edades del Hombre, la primera de las cuales fue la “Edad de Oro”, en la cual los hombres disfrutaron de felicidad completa. Escribió:
“Cuando los hombres y los dioses todos vinieron a la vida, fue creada por los que moran en el alto Olimpo, la edad de oro tan tranquila y grata. A Saturno obedientes los mortales, quien en el cielo entonces imperaba, a la misma existencia de los dioses la suya asemejaron; de la infausta inquietud siempre libres, libres siempre de trabajos, de penas y desgracias, éranle, pues, desconocidos esos achaques propios de vejez cansada, y sus pies y sus manos no perdían su vigor, y al placer todos se daban”.
Según la mitología griega aquella legendaria edad de oro se perdió cuando Epimeteo aceptó como esposa a la hermosa Pandora, que le fue regalada por el dios olímpico Zeus. Cierto día Pandora destapó una gran tinaja que tenía, y súbitamente escaparon de ella las dificultades, las miserias y las enfermedades de las cuales la humanidad nunca se recuperaría.
 Leyendas de la China antigua también mencionan una edad de oro en los días de Huang Ti (Emperador Amarillo), de quien se dice que gobernó por cien años en el siglo XXVI a.E.C. A él se le atribuye haber inventado todo cuanto se relaciona con la civilización: la ropa y el abrigo, vehículos de transportación, armas y guerrear, administración del terreno, manufactura, cultivo de la seda, música, el lenguaje, matemática, el calendario, y así por el estilo. Se dice que durante su reinado “no había ladrones ni peleas en China, y la gente vivía en humildad y paz. Las lluvias y el clima propicios tenían como resultado una cosecha abundante año tras año. Muy sorprendente era que ni las bestias salvajes mataban ni las aves rapaces causaban daño. Puesto en pocas palabras, la historia de China empezó con un paraíso”. Hasta el día de hoy los chinos todavía alegan que son descendientes del Emperador Amarillo.
 En las religiones de muchos otros pueblos: los egipcios, los tibetanos, los peruanos, los mexicanos y otros, hay relatos legendarios similares sobre un tiempo de felicidad y perfección al principio de la historia humana. ¿Fue solo por accidente que todos estos pueblos, que vivían a gran distancia unos de otros y tenían culturas, idiomas y costumbres totalmente diferentes, tuvieran las mismas ideas acerca de su origen? ¿Fue solo por casualidad o coincidencia que todos optaron por explicar sus comienzos de la misma manera? La lógica y la experiencia nos dicen que difícilmente pudiera haber sido así. Al contrario, en todas estas leyendas tienen que estar entretejidos elementos comunes de verdad sobre el principio del hombre y el desarrollo de sus religiónnes.
 Sí, se pueden discernir muchos elementos en común en todas las diferentes leyendas acerca del principio del hombre. Cuando los ponemos juntos, empieza a surgir un cuadro más completo. De ese cuadro se desprende que Dios creó al primer hombre y la primera mujer y los colocó en un paraíso. Ellos estaban muy contentos y felices al principio, pero en poco tiempo se hicieron rebeldes. Aquella rebelión condujo a que perdieran el paraíso perfecto, y pasaran a una vida de afán y duro trabajo, dolor y sufrimiento. Con el tiempo la humanidad se hizo tan mala que Dios castigó a los hombres enviando un enorme diluvio que destruyó a toda la gente excepto a una familia. Al multiplicarse esta familia, algunos de los descendientes formaron un grupo y empezaron a edificar una inmensa torre en desafío a Dios. Dios frustró su proyecto al confundir su idioma y dispersarlos hasta los extremos de la Tierra.
 ¿Es este cuadro compuesto tan solo el resultado del ejercicio mental de alguien? No. Básicamente, ese es el cuadro que se presenta en la Biblia, en los primeros 11 capítulos del libro de Génesis. Aunque no vamos a entrar en una consideración de la autenticidad de la Biblia aquí, nótese que el relato bíblico de la historia antigua del hombre se refleja en los elementos clave de muchas leyendas. El relato revela que a medida que la raza humana empezó a dispersarse desde Mesopotamia los hombres llevaron consigo sus recuerdos, experiencias e ideas dondequiera que fueron. Con el tiempo estos experimentaron alteraciones y cambios y llegaron a ser la trama y urdimbre de la religión en todas partes del mundo. En otras palabras, volviendo a la analogía que usamos anteriormente, el relato de Génesis constituye la agrupación original y cristalina de ideas de la cual se derivaron las ideas básicas sobre el principio del hombre y de la adoración que se hallan en las diversas religiones del mundo. A estas los hombres añadieron sus doctrinas y prácticas particulares, pero la conexión es innegable.
  En los capítulos siguientes consideraremos con más detalle cómo empezaron y se desarrollaron algunas religiones particulares. Le resultará iluminador notar no solo cómo difiere cada religión de las demás, sino también las similitudes que hay entre unas y otras. También podrá notar cómo encaja cada religión dentro de los tiempos de la historia humana y la historia de la religión, la relación que hay entre los libros o escritos sagrados de unas y otras religiones, cómo influyeron en el fundador o líder de una religión otras ideas religiosas, y cómo ha ejercido influencia en la conducta e historia de la humanidad esa religión. El estudiar estos puntos presentes y la larga búsqueda de Dios por el hombre le ayudará a ver más claramente la verdad sobre la religiónes y las enseñanzas religiosas.

Al dispersarse desde Mesopotamia la raza humana, sus ideas y recuerdos religiosos la acompañaron.
BABILONIA
LIDIA
SIRIA
EGIPTO
ASIRIA
MEDIA
ELAM
PERSIA.