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lunes, 27 de enero de 2014

"ciertamente sabrán que yo soy IEVE”. Exodo 14:4b.



Naciones de hace mucho tiempo tuvieron que saber quién es Él
TAL como no fue persona grata a naciones de hace mucho tiempo, así no es persona grata a las naciones de hoy día. Su nombre tampoco les gusta. Con no mencionar el nombre de él tratan de pasar por alto su existencia, dejar que llegue a ser una persona desconocida, dejar que su nombre desaparezca gradualmente de la memoria. Sin embargo, extraño como parezca, las naciones no han podido borrar de la historia humana su nombre. No han impedido que su nombre sea proclamado por todas partes de la Tierra, en nuestro siglo veintiuno. Es obvio que el Portador de ese nombre tiene que ser mayor que todas las naciones. Su nombre es el más grandioso de todo el universo. Es el nombre más antiguo de que hay registro. ¡Es inmortal! Adorna a la más Grandiosa Persona de todo el cielo y de toda la Tierra. Es tan imperecedero como lo es su Portador. Naciones del pasado llegaron a conocerlo. Naciones de hoy día, así como organizaciones políticas y religiosas, igualmente llegarán a conocer ese Nombre incomparable. En breve ellas perecerán, ¡pero no el Nombre! Antes que perezcan sabrán la superioridad de Aquel que lleva ese Nombre.
 Al respecto la historia tendrá que repetirse, pero en escala mucho más grandiosa. La historia registrada del pasado muestra que tenemos razón al esperar que ese nombre sea colocado en su lugar legítimo entre todos los que moran en la Tierra. La vindicación de éste como el nombre de Aquel que realmente vive, que es todopoderoso y supremo, llenará a las naciones de pavor. Aunque con renuencia, tendrán que reconocer a Aquel cuyo nombre ha sido injustamente vituperado y denigrado entre los hombres. Sabrán que él existe y que ha hablado y que lo que ha hablado jamás deja de suceder. Lo que esto significará para todas las naciones es de suma importancia para todo miembro de esta presente generación de la humanidad ahora mismo.
 Para nosotros del día actual cualquier acontecimiento que haya sucedido en el año 1513 antes de nuestra era común sucedió hace mucho tiempo. ¡Hace tres mil quinientos veintisiete años! Pero para el Eterno cuyo nombre tiene que ser vindicado ese período no se calcula según la rotación diaria de la Tierra sobre su eje y su movimiento anual alrededor del Sol. Esos tres milenios y medio se consideran como solo tres días y medio de nuestros días. ¿Y qué es una simple media semana de tiempo para Él? Para Él solo fue hace media semana que se encaró a la potencia política de primera clase del siglo dieciséis antes de nuestra era común. De modo que no fue un simple arranque poético lo que sucedió cuando un inspirado compositor de canciones de aquel día le dijo a Él: “Mil años son a tus ojos solo como el día de ayer cuando ha pasado, y como una vigilia durante la noche.” (Citado de las palabras del profeta Moisés, en Salmo 90:4. Vea también 2 Pedro 3:8.)
 A Él no le importó que aquella primera potencia mundial tuviera el más reciente equipo militar en gran cantidad y pudiera dominar la tierra habitada de entonces. La altamente estimada sabiduría de ella y su elevado grado de civilización no le importaron a Él. El gran número de dioses y diosas religiosos que ella tenía no lo intimidó, sino que le mostró lo ignorante y extraviada que en cuanto a religión estaba aquella potencia mundial sumamente civilizada. Lo que tuvo importancia para Él entonces fue que esta potencia mundial se había metido en dificultades con él. ¿Cómo?
 ¿Hemos visto alguna vez a un pueblo inofensivo ser oprimido por un gobierno político poderoso, nacionalista y militarizado en este siglo veintiuno? Esa pregunta dirige nuestra mente a varios pueblos y grupos raciales oprimidos. Por eso, pues, podemos comprender la opresión tiránica que se había ejercido por veintenas de años sobre un pueblo inocente en aquel entonces, una tierra en el que eran residentes forasteros. Según las tres grandes ramas en que se divide nuestra familia humana, estos residentes forasteros eran de la rama semítica y moraban en un país camítico. Finalmente la opresión que se ejerció sobre ellos se hizo tan extremada que se intentó lo que hoy día se llama “genocidio,” para efectuar la desaparición de aquella familia particular de semitas que ahora había crecido al tamaño de un pueblo sobresaliente, una nación ciertamente populosa pero que no participaba activamente en el gobierno de aquel país camítico.
 Aparentemente era una cuestión racial la que perturbaba al país camítico, pues aquel cuerpo grande de residentes forasteros de otro linaje hasta podría suministrar una amenaza militar a esta potencia mundial de primera clase. Pero si estudiamos más profundamente la situación, podemos discernir que había una cuestión de importancia aun mayor que la de la cuestión racial. Era una cuestión religiosa. Los registros de la historia antigua prueban sin que puedan negarlo nuestros irreligiosos modernistas de educación científica que la religión desempeñaba un papel dominante en la vida de las naciones, hasta de los gobernantes. Una religión asombrosamente diferente estaba identificada con aquel pueblo forastero que residía en aquel país camítico de fama mundial. Era por eso que el núcleo firme de aquel pueblo rehusaba participar en la adoración de los muchos dioses del país. De modo que el exterminio de este pueblo de linaje semítico significaría el exterminio de esta religión. Esto era, según los sacerdotes de los dioses de aquel país, lo que más había de desearse.
 Tal como ha sucedió en el caso de centenares de millones de indios orientales en el pasado siglo veinte, les parecía extraño a aquellos adoradores antiguos de los muchos dioses camíticos que este pueblo forastero en medio de ellos adorara a un solo Dios, de quien se creía que era el Único Creador de todo el cielo y la Tierra. Pero para aquellos adoradores de muchos dioses y diosas antiguos este Único Dios de aquel pueblo de residentes forasteros no podía ser un Dios verdadero, vivo, todopoderoso. Si lo fuera, ¿por qué dejaría que fueran oprimidos como simples esclavos por más de cien años? ¿Por qué dejaría que sus opresores prosiguieran con el plan nacionalista de exterminar de la Tierra a sus adoradores y su religión? ¿Por qué no había librado ya para entonces a sus adoradores de sus opresores y amos politeístas? Esas eran buenas preguntas. Si él fuera un Dios como el que este pueblo oprimido adoraba, entonces debería contestar aquellas preguntas. ¡Debería darse a conocer a aquella nación camítica! ¡Al hacer esto, también podría darse a conocer a todas las naciones!
 En cuanto a eso, ¿qué había en cuanto a darse a conocer a Sus propios adoradores? Hasta a muchos de éstos Él pudiera haberles parecido un Dios desconocido. En medio de las circunstancias penosas de aquel siglo dieciséis antes de nuestra era común, ¿tenían que saber que Él existe, que tiene un nombre diferente de los nombres de todos los dioses y diosas de sus opresores, y que es su Dios que los reconoce como su pueblo? ¡Sí! Él no había sido ningún Dios desconocido para sus antepasados de siglos anteriores. Estos hasta habían conocido su nombre personal, pero especialmente habían llegado a apreciarlo como “Dios Todopoderoso” debido a lo que hizo a favor de ellos. ¿Por qué, entonces, no deberían adorar ellos a este Dios de sus antepasados?
 Él había hecho maravillosas promesas a sus antepasados, promesas no solo de interés e importancia para ellos como descendientes, sino del mayor interés y de la mayor importancia para toda la humanidad. Había predicho, tal como les sucedió, la aflicción que les sobrevino en este país camítico. ¿Podría no estar al tanto de la aflicción cuando de hecho viniera sobre ellos? ¡Consistentemente, no! De hecho, él estaba midiendo el tiempo de esta aflicción, porque había predeterminado y predicho cuándo terminaría y debería terminar esa aflicción. Ellos tenían los registros de la duración de la vida de sus antepasados en sucesión y de las generaciones comprendidas. Si los hubieran consultado y hubieran hecho cálculos correctos, habrían sabido que había llegado ahora el tiempo para su liberación. Era el tiempo señalado por su Dios para darse a conocer a ellos como su Libertador y para coronar Su nombre con gloria inmarcesible. Era el tiempo para que Él demostrara con hechos que no hace ninguna declaración juramentada que le sea imposible llevar a cabo. Él todavía es Dios Todopoderoso a pesar del transcurso de los siglos. Puesto que había llegado su tiempo, se podía esperar que diera a su nombre un lugar por encima de todos los otros nombres en la historia humana.
¿CÓMO LO HARÁ?
 La pregunta ante los que todavía tenían fe en las promesas inquebrantables de Dios era: ¿Cómo lo hará? ¿Cómo dará pruebas de que no es un dios mítico? ¿Cómo vindicará su mismísima existencia? ¿Cómo hará que su nombre sea respetado, sí, que sea temido por todas las naciones de la Tierra? No por medios comunes que nuestros científicos del día moderno pudieran explicar. No, sino por algo que ni siquiera los científicos del siglo veintiuno pueden explicar a pesar de todos sus experimentos en los laboratorios, por cosas tan humanamente increíbles que los que dudaran las llamarían simplemente míticas y legendarias. Pero, ¿de qué otro modo sino por tal demostración de su poder e inteligencia científica superiores podría demostrar aun a esta generación de la humanidad que él es el único Dios Todopoderoso? El que es Dios debería poder hacer cosas que no pudieran hacer hombres comunes de ningún siglo en el tiempo. De otro modo, ¿cómo puede estar en la elevada posición de Dios? Razonablemente, debería esperarse que hiciera cosas que jamás pudieran hacer los sacerdotes practicantes de magia de todos los dioses falsos. Debería distinguirse haciendo cosas inexplicables, ¡milagros!
Sin embargo, ¿cómo se identificarían estas milagrosas hazañas de poder con este único Dios vivo y verdadero, a fin de ser atribuidas inequívocamente a él como la fuente verdadera? ¿Especialmente cómo, al considerar que es invisible y no tiene ídolo o imagen visible, material, que lo represente ante los ojos y el tacto de los hombres? Simplemente haciendo que estos actos milagrosos se anunciaran de antemano y haciendo que se ejecutaran en su nombre, y esto por medio de un representante, vocero o profeta humano vivo, a quien él enviara para hablar y actuar en Su nombre. No era necesario que este Dios invisible, todopoderoso, se presentara en persona a criaturas humanas carnales que eran demasiado frágiles de vista y estructura corporal como para aguantar una confrontación directa con el Hacedor celestial del Sol y todos los miles de millones de galaxias de estrellas y fuentes de rayos cósmicos. En cumplimiento de las predicciones hechas por voceros humanos en Su nombre, podría ejecutar por control remoto los milagros especificados, y esto sería lo más seguro para las insignificantes criaturas humanas que solo pueden aguantar hasta cierto límite sin ser destruidas. ¡Todo esto mostraría consideración divina a las simples criaturas humanas de nuestra diminuta Tierra!
Los dioses-ídolos de aquel país camítico antiguo tenían sus sacerdotes practicantes de magia y otros representantes oficiales, entre quienes estaban los hombres notables Janes y Jambres. ¿Quién, pues, fue la figura histórica enviada por el Dios que no admitía idolatría para hablar y actuar en su nombre personal? No fue un extraño para aquel país. De hecho, había nacido en aquel país camítico meridional ochenta años antes. De modo que ahora era un anciano, probablemente demasiado viejo para que se le reconociera como un individuo que había huido del país cuarenta años antes, un hombre del cual posiblemente hubieran pensado que era persona a quien con justicia podían matar como homicida. Habían deseado haberle dado muerte aun como niño recién nacido haciendo que fuera arrojado en su río sagrado, al cual adoraban como un dios. Pero mientras flotaba en las aguas cerca de la orilla en un área de papiro hecha a mano, fue rescatado por la compasiva hija del que entonces gobernaba en aquel país. Ella se sintió movida a adoptar a este hermoso varoncito, y adecuadamente le puso el nombre que significa “Sacado,” o “Salvado del Agua,” es decir, Mosheh, o, como pronunciaríamos hoy el nombre, Moisés. Esto quiso decir una derrota para el dios-río al que no se le había permitido que se lo engullera.
Aparentemente sin saber que se le estaba haciendo cumplir una voluntad ajena, la hija del gobernante entregó al nene de pecho a la propia madre de éste, Jocabed, para que lo amamantara y criara hasta que el niño tuviese suficiente edad para ser llevado al palacio del gobernante. Con grandeza de corazón ella estaba obrando de modo contrario a la cruel norma de genocidio de su padre contra los residentes forasteros que estaban esclavizados en su país. Así el niño que estaba en peligro fue protegido de morir a manos de los opresores de su pueblo y no recibió instrucción en la adoración de los muchos dioses falsos del país, sino en la del Dios de su padre Amram. Un fuerte apego de familia y religioso a su pueblo se mantuvo profundamente arraigado en este niño, que evidentemente estaba señalado para un papel importante en la historia, hasta que cumplió cuarenta años de edad, hasta a pesar de haber vivido la mayor parte de esos años en la corte del rey y haber sido instruido en toda la sabiduría mundana de ésta. Entonces, por la gran indignación que produjo en él el trato severo que se le daba a su pueblo esclavizado, trató de encabezar un movimiento de liberación. Hubo derramamiento de sangre, y él tuvo que huir para escapar con vida.
¿Qué o quién pudo haberlo inducido ahora como anciano de ochenta años a dejar el país en que vivió como fugitivo y regresar al país de los opresores de su pueblo, que habían buscado su vida? ¿No había fracasado ya una vez como libertador? ¡Sí! Pero ahora sería su Dios el que actuaría como Libertador de los que le adoraban a Él a pesar de haber sido afligidos por tanto tiempo. Para ahora casi era un extraño a su propio pueblo, pero su hermana mayor, Míriam, y su hermano, Aarón, todavía vivían allá en el país de la esclavitud. En grado sumo tendría que identificarse ante ellos. “¿Por qué has regresado? ¿Quién te envía?” le preguntarían. El presentarse ante ellos como su libertador en su propio nombre no tendría entre ellos más éxito del que había tenido en la primera ocasión. Solo si viniera en el nombre del Dios de ellos como Libertador tenderían a aceptarlo como su líder visible. Sin embargo, ¿cuál era el nombre de este Dios que lo había enviado? ¿Cómo probaría Moisés que este Dios lo había enviado para llevarlos a la libertad? ¿Había cambiado su nombre este Dios?
El divino Enviado de Moisés sabía que su pueblo que dudaba se preguntaba por qué el Dios de sus antepasados había permitido por tanto tiempo esta iniquidad que se practicaba en ellos, y sabía que le harían estas preguntas a Moisés. Por medio de una manifestación milagrosa, no en algún país mítico, sino al pie del monte Horeb en el desierto de Sinaí de la península Arábiga, Dios dio verbalmente órdenes a Moisés de regresar al país de los opresivos capataces de esclavos. ¿Qué habría de decir cuando se presentara inicialmente a su propio pueblo? Por medio de un ángel invisible en una zarza del desierto que ardía milagrosamente, Dios le dijo qué decir. Según The New English Bible publicada en un país muy al oeste de la península de Sinaí, 3.482 años después (en 1970 E.C.), Moisés habría de decir al explicar su misión:

“Tienes que decir esto a los israelitas, que es יהוה-IEVE el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, quien te ha enviado a ellos. Éste es mi nombre para siempre; éste es mi título en toda generación. Ve y congrega a los ancianos de Israel y diles que יהוה-IEVE el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, se te ha aparecido y ha dicho: ‘De veras he vuelto mis ojos hacia ustedes; he observado todo lo que se les ha hecho en Egipto, y estoy resuelto a hacerlos subir de su desdicha en Egipto, e introducirlos en el país de los cananeos, hititas, amorreos, perezeos, heveos y jebuseos, una tierra que mana leche y miel.’ Ellos te escucharán, y entonces tú y los ancianos de Israel tienen que ir al rey de Egipto.”—Éxodo 3:15-18.

Valerosamente Moisés obedeció a este Dios de sus antepasados יהוה-IEVE. Por señales milagrosas que por instrucciones de יהוה-IEVE ejecutó Moisés, Moisés probó que יהוה-IEVE el Dios de la liberación de veras lo había enviado para servir de líder de ellos hacia la libertad. Su liberación pudo haberse efectuado de manera fácil para los egipcios, si éstos, al demandarlo יהוה-IEVE, hubieran cesado de oprimir a los israelitas y los hubieran dejado ir libres a su Tierra Prometida de leche y miel. Pero, ¿qué hay que hacer cuando el rey Faraón de Egipto hace escarnio de la demanda que se le hace en el nombre del Dios vivo y verdadero y da la respuesta desafiante: “¿Quién es יהוה-IEVE, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel?” Para respaldar su desafío a יהוה-IEVE como si fuese un simple Don Nadie, el idólatra Faraón de Egipto añadió: “Absolutamente no conozco a יהוה-IEVE y, lo que es más, no voy a enviar a Israel.” Y cuando Faraón, el comandante de las mejores fuerzas militares de aquel mundo antiguo, persiste en su decisión, ¿qué otra cosa se puede hacer salvo obligarlo a conocer a יהוה-IEVE, hacer por fuerza que sepa que el Dios que le demanda la liberación de Su pueblo es יהוה-IEVE? ¡Faraón lo pidió!

¿Adoptan algunos de los gobernantes políticos de este siglo veintiuno la actitud de aquel Faraón de 1514/1513 a. de la E.C., según se registra en Éxodo 5:1, 2? La situación nacional que se desarrolló en aquel tiempo del pasado remoto provocó por primera vez la declaración divina que dio notificación a las naciones políticas de tiempos bíblicos del propósito de Dios de dar a saber quién es él. Pero es necesario que las naciones de este mundo moderno presten atención a esta declaración antigua del propósito de Dios como a algo que también les aplica a ellas. Bien podrían considerar muy seriamente si están representadas o prefiguradas por el antiguo país de los Faraones, cuando IEVE le dijo a Moisés: “Ciertamente sabrán los egipcios que yo soy IEVE cuando extienda mi mano contra Egipto, y verdaderamente sacaré a los hijos de Israel de en medio de ellos.”—Éxodo 7:1-5.
También, se le ordenó a Moisés que le dijera al desobediente Faraón de Egipto: “Por esto sabrás que yo soy IEVE. Aquí estoy golpeando con la vara que está en mi mano sobre el agua que está en el río Nilo, y ciertamente se tornará en sangre.” Así fue. Esta resultó ser la primera de las diez plagas por medio de las cuales los egipcios testarudos y resistidores llegaron a saber de manera desastrosa para ellos que el Dios verdadero es IEVE. —Éxodo 7:17-25.
Esa primera plaga, la de convertir en sangre el río Nilo y sus canales, no tuvo como objetivo directo al pueblo de Moisés, que moraba separado en la parte nordestal de Egipto conocida como Gosén. Pero éstos sintieron los efectos de esta plaga que afligió a todo el país de Egipto durante siete días. Sin embargo, sabían que IEVE no se proponía castigarlos mediante esta plaga, y al sufrir con los egipcios se les hizo posible percibir lo real que fue como golpe para los egipcios opresivos. Lo mismo aplicó a la segunda plaga, la de ranas que invadieron el país de Egipto, pues ni la tierra de Gosén escapó de ella. (Éxodo 7:19 a 8:15) Quizás Faraón haya sacado algún consuelo del hecho de que el propio pueblo de Moisés se viera obligado a sufrir por aquellas plagas lo mismo que los egipcios. Quizás haya dudado de que IEVE pudiera proteger a su propio pueblo, los israelitas, de aquellas plagas que los sacerdotes practicantes de magia de Egipto parecieron imitar. De modo que la situación presentaba un desafío a IEVE. ¿Podía él hacerle frente?
Las primeras dos plagas no ablandaron suficientemente el corazón de Faraón. De hecho, el que IEVE cediera a los clamores de Faraón por alivio realmente endureció al gobernante desafiante. Se exigía ahora una tercera plaga sobre Egipto. Esta produjo enjambres de jejenes por todo Egipto. Los sacerdotes practicantes de magia no pudieron copiarla. No pudieron atribuir la plaga a ninguno de sus dioses demoníacos. De modo que se vieron obligados a decirle a Faraón: “¡Es el dedo de Dios!” Es notable que ellos no dijeron: ‘¡Es el dedo de IEVE!’ ¿Evitaron deliberadamente decir el nombre verdadero de Dios? Sea como fuere, el que ellos pasaran por alto el nombre del Dios verdadero no ocultó los hechos, ni los salvó. —Éxodo 8:16-19.


PROTECCIÓN POR MEDIO DE ADORAR AL DIOS VERDADERO
¿Hay alguna protección posible por medio de adorar al Dios verdadero, aun a este Dios de nombre no grato para muchos? La manera en que se manejó la imposición de la cuarta plaga sobre Egipto contestó esta pregunta de manera positiva. Escuche el registro histórico, en Éxodo 8:20-24:
“Entonces IEVE le dijo a Moisés: ‘Levántate muy de mañana y colócate enfrente de Faraón. ¡Mira! ¡Viene saliendo al agua! (BAÑARSE) Y tienes que decirle: “Esto es lo que ha dicho IEVE: ‘Envía a mi pueblo para que me sirva. Pero si no estás enviando a mi pueblo, aquí estoy enviando sobre ti y tus siervos y tu pueblo y en tus casas el tábano; y simplemente estarán llenas las casas de Egipto del tábano, y también el suelo sobre el cual están. Y ciertamente haré distinta en aquel día a la tierra de Gosén sobre la cual está en pie mi pueblo, para que no exista allí tábano alguno; a fin de que sepas que yo soy IEVE en medio de la tierra. Y verdaderamente fijaré una demarcación entre mi pueblo y tu pueblo. Mañana se efectuará esta señal.’”’ Y procedió IEVE a hacerlo así; y densos enjambres de tábanos empezaron a invadir la casa de Faraón y las casas de sus siervos y toda la tierra de Egipto. Quedó arruinada la tierra como resultado de los tábanos.”
Así, de dos maneras se le siguió haciendo saber al Faraón empedernido que el Dios verdadero es IEVE: por la plaga misma de tábanos, que también podía decirse que era “el dedo de Dios,” y por la separación milagrosa del pueblo de IEVE, los israelitas, y el que fueran protegidos de la plaga de tábanos. Si Faraón hubiera enviado a alguien a la tierra de Gosén, habría averiguado que esto fue así, tal como lo hizo respecto a la mismísima siguiente plaga, que mató de peste a toda clase de ganado de los egipcios. Acerca del examen que hizo Faraón para ver si IEVE realmente había hecho una distinción entre el ganado de los israelitas y el ganado de los egipcios, leemos: “Entonces envió Faraón, y, ¡mire! no había muerto ni siquiera uno del ganado de Israel.” (Éxodo 9:7) Pero ni esto fue suficiente conocimiento de IEVE para Faraón, que no aceptaba aprender. Solo fue después que la décima y última plaga había matado a su hijo primogénito y a los hijos primogénitos de todos sus súbditos egipcios que se ablandó lo suficiente como para dejar ir al pueblo de IEVE. Fue su propia culpa el que llegara a conocer a IEVE únicamente del modo que resultó penoso para Egipto.
A pesar de todo esto, el Dios de los milagros no había acabado con haber obligado a Faraón y sus súbditos a saber que él es IEVE. Unos días después de haber partido los israelitas llevando consigo todos sus primogénitos de hombre y ganado, acamparon junto al mar Rojo, en su margen occidental, cerca de la cabecera del golfo de Suez, y “a vista de Baal-zefón (“Señor del Norte, o, de la Atalaya”).” Cerca de este sitio geográfico IEVE se propuso darse a conocer todavía más a sus enemigos. Fue tal como IEVE le dijo a Moisés: “Entonces ciertamente dirá Faraón respecto a los hijos de Israel: ‘Andan vagando en confusión en la tierra. El desierto los tiene encerrados.’ De modo que yo realmente dejaré que se ponga terco el corazón de Faraón, y él ciertamente correrá tras ellos y yo me conseguiré gloria por medio de Faraón y todas sus fuerzas militares; y ciertamente sabrán los egipcios que yo soy IEVE.”—Éxodo 14:1-4.
Realmente, pues, no fueron los israelitas los atrapados en el mar Rojo con las fuerzas militares egipcias lanzándose impetuosa y velozmente sobre ellos, sino que fueron los egipcios mismos los que cayeron en una trampa que significaba su destrucción. Mediante esto los egipcios recibirían una lección final en cuanto a conocer a IEVE. Esto ajustaría sus cuentas con ellos. Cuando IEVE le dijo a Moisés ahora que abriría un corredor a través del lecho del mar Rojo para que los israelitas avanzaran a la margen oriental y a la liberación, le reveló a Moisés el propósito de esto, diciendo: “En cuanto a mí, aquí estoy dejando que se ponga terco el corazón de los egipcios, para que entren tras ellos y para que yo me consiga gloria por medio de Faraón y todas sus fuerzas militares, sus carros de guerra y sus soldados de caballería. Y los egipcios ciertamente sabrán que yo soy IEVE cuando yo me consiga gloria por medio de Faraón, sus carros de guerra y sus soldados de caballería.”—Éxodo 14:15-18.
Aquella noche, bajo la luz de la Luna pascual, los centenares de miles de israelitas atravesaron el lecho del mar Rojo con las aguas separadas milagrosamente a ambos lados de ellos. Hacia la mañana IEVE permitió que las fuerzas militares egipcias entraran en el lecho seco del mar en perseguimiento de los israelitas. Cuando el Dios de Israel empezó a estorbar el progreso de sus perseguidores, las fuerzas militares egipcias percibieron que estaban en peligro y empezaron a creer que estaban luchando contra IEVE. Reconociéndolo al fin por nombre, se dijeron unos a otros: “Huyamos de contacto alguno con Israel, porque IEVE ciertamente pelea por ellos contra los egipcios.” Pero era demasiado tarde para huir, pues IEVE les soltó la trampa. Leemos:
“Mientras tanto los egipcios estaban huyendo para no encontrarse con éste [el mar], pero IEVE sacudió a los egipcios al medio del mar. Y las aguas siguieron volviéndose. Finalmente cubrieron los carros de guerra y a los soldados de caballería que pertenecían a todas las fuerzas militares de Faraón y que habían entrado en el mar tras ellos. No se dejó que quedara ni siquiera uno solo de entre ellos. En cuanto a los hijos de Israel, anduvieron en tierra seca en medio del lecho del mar, y las aguas fueron para ellos un muro a su derecha y a su izquierda. Así salvó IEVE en aquel día a Israel de mano de los egipcios, e Israel alcanzó a ver a los egipcios muertos en la orilla del mar.”—Éxodo 14:21-30.
[Notas]
Citado de las palabras del profeta Moisés, en Salmo 90:4. Vea también 2 Pedro 3:8.
Vea la profecía de Ezequiel, capítulo veinte, versículos 6-10.
Vea el primer libro de Moisés, Génesis, capítulo quince, versículos 12-14.
Vea la Segunda Carta a Timoteo, capítulo tres, versículo ocho.
Vea el libro de Éxodo, desde el capítulo uno, versículo veintidós, hasta el capítulo dos, versículo diez, inclusive.
Vea el libro de Éxodo, capítulo seis, versículo veinte.
Éxodo, capítulo dos, versículos 11-22.
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CONTINÚA…
Fran.