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sábado, 13 de febrero de 2010

Satanás: ¿personaje mítico, o siniestra realidad?

DESDE los tiempos más remotos, el origen del mal inquieta a las
personas reflexivas. La obra A Dictionary of the Bible, de James
Hastings, señala: “Tan pronto como adquirió conciencia de sí y de
su entorno, el hombre se vio ante fuerzas que era incapaz de
controlar, y que ejercían una influencia funesta y hasta destructiva”.
El citado diccionario agrega: “En fecha temprana, la humanidad
buscó instintivamente las causas, y atribuyó un carácter personal a
las fuerzas y otras manifestaciones de la naturaleza”.
Según los historiadores, la creencia en dioses demoníacos y
espíritus malignos se remonta a las etapas más antiguas de la
historia mesopotámica. Así, los babilonios creían en un mundo
subterráneo, la “tierra sin retorno”, presidido por Nergal, violenta
divinidad conocida como “el que arde”; también vivían en temor de
los demonios, a quienes procuraban apaciguar con encantamientos.
Por otro lado, en la mitología egipcia, Set era el dios del mal,
“representado con los rasgos de una bestia fabulosa de hocico
delgado y curvo, orejas rectas y cuadradas, y cola rígida bifurcada”
(Larousse Encyclopedia of Mythology).
En el caso de los griegos y romanos, creían tanto en deidades
benévolas como maléficas, pero no en un dios predominantemente
malo. Sus filósofos enseñaban que había dos principios opuestos.
Para Empédocles, se trataban del Amor y la Discordia, y según
Platón, el mundo poseía dos “Almas”: una de ellas era la causa del
bien, y la otra, la del mal. En efecto, como señala Georges Minois
en su libro Breve historia del Diablo, “la religión pagana clásica
[grecorromana] ignora al diablo”.
En Irán, el mazdeísmo (o zoroastrismo) enseñaba que la deidad
suprema, llamada Ahura Mazda u Ormuz, creó a Angra Mainyu, o
Ahrimán, quien optó por obrar mal y de este modo se convirtió en el
Aniquilador, el Espíritu Destructivo.
En el judaísmo, el concepto original de Satanás es bastante
sencillo: se trata del adversario de Dios que introdujo el pecado. Sin
embargo, el paso de los siglos coloreó con ideas paganas dicho
concepto. La Encyclopaedia Judaica afirma al respecto: “Para los
últimos siglos anteriores a la era común se había producido un gran
cambio [...]. Durante dicho período, la religión [judía] [...] adquirió
muchos aspectos de un sistema dualista en el que Dios y las
fuerzas del bien y de la verdad se enfrentaban, tanto en el cielo
como en la tierra, a las poderosas fuerzas del mal y del engaño.
Este cambio parece deberse a la influencia de la religión persa”.
The Concise Jewish Encyclopedia declara: “La protección contra los
d[emonios] se obtenía mediante la observancia de los
mandamientos y el empleo de amuletos”.
La teología del cristianismo apóstata
Tal como el judaísmo adoptó conceptos sobre los demonios y
Satanás ajenos a las Escrituras, los cristianos apóstatas
desarrollaron ideas antibíblicas. The Anchor Bible Dictionary afirma:
“Una de las nociones teológicas más extremistas de la antigüedad
es que Dios redimió a su pueblo pagándole a Satanás para
liberarlo”. Esta doctrina la propuso Ireneo (siglo II E.C.) y la elaboró
Orígenes (siglo III E.C.), quien afirmó que el Maligno “había
adquirido derechos legales sobre los hombres” y que “la muerte de
Cristo [...] era un rescate pagado al diablo” (History of Dogma, de
Adolf Harnack).
Según The Catholic Encyclopedia, “durante unos mil años [la
doctrina de que el rescate se pagó al Diablo] fue parte importante
de la historia de la teología” y se mantuvo como enseñanza
eclesiástica. Otros Padres de la Iglesia, entre ellos Agustín (siglos
IV y V E.C.), abrazaron la idea de que el pago se había hecho a
Satanás. Finalmente, en el siglo XII, los teólogos católicos Anselmo
y Abelardo llegaron a la conclusión de que el sacrificio de Cristo
no se ofreció al Diablo, sino a Dios.
Supersticiones medievales
Aunque la mayoría de los concilios católicos curiosamente
guardaron silencio sobre la figura de Satanás, en el año 1215, el
cuarto Concilio de Letrán presentó lo que la New Catholic
Encyclopedia denomina “solemne profesión de fe”. El canon 1
proclama: “El diablo y demás demonios, por Dios ciertamente
fueron creados buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismos, se
hicieron malos”. Luego añade que su ocupación es tentar a la
humanidad, idea que obsesionó a muchas mentes durante la Edad
Media. En efecto, el Maligno estaba siempre detrás de lo que
parecía extraño, fueran enfermedades inexplicables, muertes
súbitas o malas cosechas. En el año 1233, el papa Gregorio IX
emitió varias bulas en las que condenaba a los herejes, una de ellas
dirigida contra los luciferianos, acusados de adorar al Diablo.
La creencia de que Satanás o sus demonios podían poseer a las
personas no tardó en suscitar paranoia colectiva, sí, miedo histérico
a todo tipo de hechicería. Entre los siglos XIII y XVII, el temor a las
brujas embargó a Europa entera y alcanzó a las colonias europeas
de Norteamérica. Hasta los reformadores protestantes Martín Lutero
y Juan Calvino aprobaron la caza de brujas. En Europa, los
procesos contra ellas, basados en simples rumores o incluso en
denuncias maliciosas, los llevaron a cabo tanto los tribunales civiles
como la Inquisición. A menudo se recurría a la tortura para arrancar
confesiones de “culpabilidad”.
Si el tribunal declaraba culpable a la acusada, podía
condenársela a morir en la hoguera o, en Inglaterra y Escocia, en la
horca. The World Book Encyclopedia aporta estos datos: “Según
diversos historiadores, entre 1484 y 1782, la Iglesia ejecutó a
300.000 mujeres acusadas de brujería”. En el caso de que Satanás
hubiera estado detrás de esta tragedia medieval, ¿quiénes habrían
sido sus agentes? ¿Las víctimas, o los fanáticos perseguidores
religiosos?
Creencia e incredulidad actuales
En el siglo XVIII floreció el pensamiento racionalista, la llamada
Ilustración. “La filosofía y la teología ilustradas procuraron eliminar
de la conciencia cristiana la figura del diablo por considerarla
producto de la fantasía mítica medieval”, indica la Encyclopædia
Britannica. Ante tales tentativas, la Iglesia Católica reaccionó
reafirmando en el Concilio Vaticano I (1869-1870) que creía en la
existencia de Satanás, y reiterando esta postura un tanto
tímidamente en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Como reconoce la New Catholic Encyclopedia, oficialmente “la
lglesia respalda la creencia en los ángeles y los demonios”. Sin
embargo, el diccionario católico francés Théo admite que “muchos
cristianos actuales rehúsan explicar la existencia del mal en el
mundo mediante el diablo”. En los últimos años, muchos teólogos
católicos han tratado de mantener un precario equilibrio entre la
doctrina oficial católica y el pensamiento moderno. “La teología
cristiana liberal —señala la Encyclopædia Britannica— tiende a
tratar las expresiones bíblicas sobre Satanás como ‘imágenes
literarias’ que no han de tomarse al pie de la letra, sino como un
intento mítico de expresar la realidad y el alcance del mal en el
universo.” En cuanto a los evangélicos, la citada obra de consulta
hace esta indicación: “El protestantismo liberal de nuestros tiempos
tiende a negar la necesidad de creer en un diablo con personalidad
real”. Ahora bien, ¿deberían los cristianos verdaderos considerar
que las afirmaciones de la Biblia referentes a esta perversa criatura
no son más que “imágenes literarias”?
La enseñanza de las Escrituras
La filosofía y la teología del hombre no ofrecen explicaciones del
origen del mal que superen a las de la Biblia. Lo que esta dice sobre
Satanás es esencial para comprender el origen del mal y del
sufrimiento de la humanidad, así como la razón por la que la
violencia se recrudece de año en año.
Habrá quien pregunte: “Si el Creador es bueno y amoroso,
¿cómo pudo hacer a un espíritu perverso como Satanás?”. Las
Escrituras establecen el principio de que las obras de Jehová Dios
son perfectas y que sus criaturas inteligentes están dotadas de libre
albedrío (Deuteronomio 30:19; 32:4; Josué 24:15; 1 Reyes 18:21).
Por lo tanto, el espíritu que se convirtió en Satanás tiene que haber
sido creado perfecto y luego, por voluntad propia, haberse desviado
de la senda de la verdad y la justicia (Juan 8:44; Santiago 1:14, 15).
En muchos aspectos, su actuación rebelde recuerda a la del “rey
de Tiro”, de quien se dijo poéticamente que era “perfecto en
hermosura” y “exento de falta en [sus] caminos desde el día en que
[fue] creado hasta que se halló injusticia” en él (Ezequiel 28:11-19).
El Diablo no puso en tela de juicio la supremacía de Jehová ni su
posición como Creador. ¿Cómo iba a hacerlo si él era una creación
de Dios? Pero sí cuestionó el ejercicio de la soberanía divina. En el
jardín de Edén, insinuó que el Altísimo privaba a nuestros primeros
padres de un derecho imprescindible para su felicidad (Génesis 3:1-
5). Logró que Adán y Eva se rebelaran contra la justa soberanía
divina y que se acarrearan el pecado y la muerte para sí y para sus
descendientes (Génesis 3:6-19; Romanos 5:12). Así pues, la Biblia
indica que Satanás es la causa del sufrimiento que padece la
humanidad.
Durante la etapa antediluviana, algunos ángeles secundaron la
rebelión satánica. Se materializaron en cuerpos humanos para
satisfacer sus deseos eróticos con las hijas de los hombres
(Génesis 6:1-4). Cuando llegó el Diluvio, aquellos renegados
regresaron al mundo espiritual, si bien no recobraron la “posición
original” que ocupaban junto a Dios en el cielo (Judas 6). Sufrieron
la degradación de ser confinados a una condición de densa
oscuridad espiritual (1 Pedro 3:19, 20; 2 Pedro 2:4). Se convirtieron
en demonios, seres que dejaron de someterse a la soberanía de
Jehová y aceptaron la dirección del Diablo. Aunque por lo visto
perdieron la facultad de materializarse, aún ejercen una poderosa
influencia en la mente y en la vida de los seres humanos, y son sin
duda culpables de buena parte de los actos violentos que vemos
hoy día (Mateo 12:43-45; Lucas 8:27-33).
Se acerca el fin del dominio satánico
Es patente que en la sociedad actual intervienen las fuerzas del
mal, como bien indicó el apóstol Juan: “El mundo entero yace en el
poder del inicuo” (1 Juan 5:19).
No obstante, las profecías bíblicas ya cumplidas muestran que el
Diablo está avivando los males de este mundo porque sabe que
solo le queda “un corto espacio de tiempo” para sembrar el caos
antes de ser encerrado (Revelación [Apocalipsis] 12:7-12; 20:1-3).
El fin de su dominio dará paso a un nuevo mundo de justicia donde
no “existirá ya más” llanto, dolor ni muerte. Entonces se cumplirá
esta petición: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”
(Revelación 21:1-4; Mateo 6:10, Serafín de Ausejo, 1964).