Seguidores

domingo, 14 de febrero de 2010

El Primer Pilar del Sistema “La Religión”

LAS MANIPULACIONES DE LOS DIRIGENTES DEL CAMPO
La Iglesia y el Estado en Bizancio
EL FUNDADOR del cristianismo dejó muy clara la marcada
diferencia que debe existir entre sus seguidores y el mundo de la
humanidad apartado de Dios. Jesús dijo a sus discípulos: “Si
ustedes fueran parte del mundo, el mundo le tendría afecto a lo que
es suyo. Ahora bien, porque ustedes no son parte del mundo, sino
que yo los he escogido del mundo, a causa de esto el mundo los
odia” (Juan 15:19). Y ante Pilato, un representante de la potencia
política de su día, declaró: “Mi reino no es parte de este mundo”
(Juan 18:36).
Para cumplir con su responsabilidad de predicar “hasta la parte
más distante de la tierra”, los cristianos no podían distraerse con los
asuntos del mundo (Hechos 1:8).
Al igual que Jesús, los primeros cristianos no intervinieron en la
política (Juan 6:15). Era obvio que los cristianos fieles no ocupaban
cargos públicos ni posiciones administrativas. Sin embargo, esa
situación cambió con el tiempo.
“Parte del mundo”
Algún tiempo después de la muerte del último apóstol, los guías
religiosos empezaron a cambiar, por voluntad propia, su opinión
sobre sí mismos y el mundo. Comenzaron a imaginarse un “reino”
que no solo estaba en el mundo, sino que era parte de él. Será
aleccionador examinar cómo se fusionaron la religión y la política en
el Imperio bizantino —el Imperio romano de Oriente—, cuya capital
era Bizancio (hoy Estambul).
La Iglesia bizantina, con su centro en Bizancio, ejercía una
considerable influencia en una sociedad en la cual la religión
tradicionalmente desempeñaba un papel muy importante.
El historiador eclesiástico Panayotis Christou dijo: “Los bizantinos
consideraban a su imperio terrestre una imagen del Reino de Dios”.
Sin embargo, la autoridad imperial no siempre opinó lo mismo.
Como consecuencia, las relaciones entre la Iglesia y el Estado
fueron a veces tormentosas. The Oxford Dictionary of Byzantium
comenta: “Los obispos de Constantinopla [o Bizancio] manifestaron
actitudes muy diversas, como por ejemplo, una cobarde sumisión
ciega a un poderoso gobernante [...], una colaboración productiva
con el emperador [...] y una atrevida oposición a la voluntad
imperial”.
El patriarca de Constantinopla —cabeza de la Iglesia de
Oriente— se convirtió en una figura de gran influencia. Él era quien
coronaba al emperador, por lo que esperaba que este fuera un firme
defensor de la ortodoxia. El patriarca también era muy rico, pues
controlaba los enormes recursos de la Iglesia. El poder se lo
proporcionaba tanto su autoridad sobre una innumerable cantidad
de monjes como su influencia sobre los laicos.
El patriarca a menudo estaba en condiciones de desafiar al
emperador. Podía amenazarlo con la excomunión —imponiendo así
su voluntad en el nombre de Dios— o valerse de otros medios para
destronarlo.
A causa del gradual debilitamiento de la administración civil fuera
de la capital, no era raro que los obispos se convirtieran en los
hombres más poderosos de sus ciudades, en el mismo plano que
los gobernadores provinciales, a quienes ellos ayudaban a elegir.
Los obispos daban atención a los casos judiciales y a las cuestiones
seculares en que interviniera la Iglesia e incluso, a veces, aunque
no interviniera. Un factor que contribuía a esta situación era el alto
número de sacerdotes y monjes —todos sujetos al obispo local—,
que ascendía a decenas de miles.
Política y simonía
Lo antedicho demuestra que la función pastoral y la política
estaban inextricablemente entrelazadas. Además, hacían falta
grandes sumas de dinero para mantener a la enorme cantidad de
clérigos existentes y sus actividades religiosas. La mayoría de los
altos jerarcas eclesiásticos vivían con mucho lujo. A medida que la
Iglesia fue adquiriendo poder y riquezas, desapareció la pobreza y
santidad apostólicas. Algunos sacerdotes y obispos pagaban por
sus nombramientos, y la simonía era común incluso en las
jerarquías más altas. Los clérigos, apoyados por acaudalados
grupos de presión, competían por puestos eclesiásticos ante el
emperador.
El soborno era otro medio que se empleaba para influir en los
líderes eminentes de la Iglesia. Cuando la emperatriz Zoe (c. 978-
1050 E.C.) mandó asesinar a su esposo, Romano III, para casarse
con su amante y futuro emperador Miguel IV, ordenó
precipitadamente al patriarca Alejo que se presentara en el palacio.
Allí este se enteró de la muerte de Romano y del servicio patriarcal
que se esperaba de él. El hecho de que la Iglesia celebrara el
Viernes Santo esa noche no facilitó la situación para Alejo.
No obstante, aceptó los generosos regalos de la emperatriz y le
concedió su petición.
Sumisión ciega al emperador
A lo largo de la historia del Imperio bizantino hubo ocasiones en
que el emperador ejerció su derecho de escoger y nombrar al
patriarca de Constantinopla. Durante esos períodos, nadie podía
alcanzar ese puesto o seguir en él por mucho tiempo contra la
voluntad del emperador.
El emperador Andrónico II (1260-1332) vio necesario cambiar los
patriarcas nueve veces. En la mayoría de esos casos, el objetivo
era colocar en el trono patriarcal al candidato más complaciente.
El libro The Byzantines indica que un patriarca incluso prometió por
escrito al emperador ‘que haría cualquier cosa que le mandara, sin
importar lo ilícito que fuera, y que no haría nada que le
desagradara’. En dos ocasiones hubo emperadores que intentaron
imponer su voluntad a la Iglesia al consagrar a un príncipe de la
familia real como patriarca. El emperador Romano I elevó al trono
patriarcal a su hijo Teofilacto, de tan solo 16 años de edad.
Si el patriarca no agradaba al soberano, este podía obligarlo a
renunciar u ordenar al sínodo que lo depusiera. El libro Byzantium
comenta: “En el transcurso de la historia bizantina, las autoridades
superiores e incluso la influencia directa del emperador llegaron a
desempeñar un papel cada vez más preponderante en la elección
de los obispos”.
El emperador también presidía los concilios eclesiásticos, con el
patriarca a su lado. Dirigía los debates, formulaba los artículos de fe
y discutía con los obispos, así como con los herejes, para quienes
reservaba la última palabra: muerte en la hoguera. El emperador
también confirmaba e imponía los cánones que adoptaba el
concilio. A sus opositores los acusaba, no solo del delito de lesa
majestad, sino de ser enemigos de la fe y de Dios. “No debe
hacerse nada en la Iglesia que vaya en contra de la voluntad y los
mandatos del emperador”, dijo un patriarca del siglo VI. Los obispos
de la corte —hombres melosos y complacientes que se dejaban
influir fácilmente por hábiles negociadores y por quienes buscaban
con discreción su favor— por lo general no protestaban más que su
superior.
Por ejemplo, cuando el patriarca Ignacio (c. 799-878 E.C.) rehusó
dar la comunión al ministro principal Bardas, este tomó represalias e
incriminó a Ignacio en un supuesto complot y una traición.
El patriarca fue arrestado y desterrado. Para reemplazarlo, el
ministro logró que se eligiera a Focio, un laico que en seis días
ascendió en todas las órdenes eclesiásticas, hasta alcanzar el
cargo de patriarca. ¿Estaba Focio capacitado para ocupar dicho
puesto? Se dice que era un hombre de “consumada ambición,
extraordinaria arrogancia y una habilidad política sin igual”.
El dogma al servicio de la política
La ortodoxia y la herejía con frecuencia enmascaraban la
oposición política, y muchos emperadores se dejaban influir por
factores políticos en vez de por un deseo de introducir nuevas
doctrinas. Por lo general, el emperador se reservaba el derecho de
dictar dogmas y exigir la obediencia de la Iglesia.
Por ejemplo, el emperador Heraclio (575-641 E.C.) trató de poner
fin al cisma respecto a la naturaleza de Cristo que amenazaba
dividir su agotado y débil imperio. Con ese propósito presentó una
nueva doctrina, llamada monotelismo. Luego, para ganarse la
lealtad de las provincias meridionales de su imperio, escogió a un
nuevo patriarca de Alejandría, Ciro de Fasis, quien aprobó la
doctrina que apoyaba el soberano. Este no solo le hizo patriarca,
sino también prefecto de Egipto, con autoridad sobre sus
gobernantes locales. Ciro se valió de un poco de persecución para
presionar a la Iglesia egipcia y así consiguió el consentimiento de la
mayor parte de ella.
Una amarga cosecha
¿Cómo es posible afirmar que estos sucesos reflejaron las
palabras y el espíritu de la oración de Jesús en la que dijo que sus
seguidores no serían “parte del mundo”? (Juan 17:14-16.)
A los supuestos caudillos cristianos —del período bizantino y de
tiempos posteriores— les ha costado cara su implicación en los
asuntos políticos y militares del mundo. ¿Qué le enseña a usted
este breve análisis histórico? ¿Consiguieron el favor de Dios y de
Jesucristo los líderes de la Iglesia bizantina? (Santiago 4:4.)
Tales guías religiosos ambiciosos y sus amantes políticos no han
beneficiado al cristianismo verdadero. La mezcla inmunda de la
religión y la política ha deformado la religión pura que enseñó
Jesús. Conviene que aprendamos de la historia y que ‘no seamos
parte del mundo’.
[Nota]
El monotelismo sostiene que, aunque Cristo posee dos naturalezas
como Dios y hombre, tiene una sola voluntad.
“COMO UN DIOS QUE CAMINA EN LOS CIELOS”
Los sucesos del patriarcado de Miguel Cerulario (c. 1000-1059)
constituyen un ejemplo típico del grado de intervención del cabeza
de la Iglesia en los asuntos del Estado y de las ambiciones
implicadas. Tras su nombramiento como patriarca, Cerulario
ambicionó más. Se dice que era arrogante, presuntuoso e inflexible,
y que “se comportaba como un dios que camina en los cielos”.
Como deseaba promocionarse, instigó el cisma con el Papa de
Roma en 1054 y presionó al emperador a aceptar la división.
Satisfecho con su victoria, se encargó de entronizar a Miguel VI y le
ayudó a consolidar su poderío. Un año más tarde, obligó al
emperador a renunciar a su puesto y coronó a Isaac Comneno
(c. 1005-1061).
El conflicto entre el patriarcado y el imperio se intensificó. Cerulario
—seguro del apoyo del público— recurrió a amenazas, exigencias y
violencia. Un historiador contemporáneo observó: “Predijo la caída
del emperador con un lenguaje banal y grosero, al decir: ‘Yo mismo
te ensalcé, imbécil; pero también acabaré contigo’”. No obstante,
Isaac Comneno ordenó su detención y encarcelamiento, así como
su destierro a Imbros.
Estos ejemplos demuestran los muchos problemas que podía
ocasionar el patriarca de Constantinopla y el atrevimiento con que
podía oponerse al emperador. El trono con frecuencia tenía que
tratar con esa clase de hombres, que eran políticos hábiles,
capaces de desafiar tanto al emperador como al ejército.
Máxima extensión del Imperio bizantino
Ravena
Roma
MACEDONIA
Constantinopla
Mar Negro
Nicea
Éfeso
Antioquía
Jerusalén
Alejandría
Mar Mediterráneo.