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martes, 15 de marzo de 2016

EL DESARROLLO DE LA GRAN APOSTASÍA SOBRE LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS Y SUS APÓSTOLES (parte 6ª)



Una mejor esperanza para el alma
LOS soldados romanos no contaban con ello. En el asalto a la fortaleza de montaña de Masada, el último bastión de los judíos rebeldes, esperaban habérselas con la violenta arremetida del enemigo, oír el griterío de los guerreros y los alaridos de las mujeres y los niños. En vez de eso, solo oyeron el crepitar de las llamas. Cuando exploraron la ciudadela incendiada, descubrieron la horrible verdad: sus enemigos, unas novecientas sesenta personas, ya estaban muertos. De forma sistemática, los guerreros judíos habían matado a sus propias familias y después se habían dado muerte ellos mismos. El último hombre se había suicidado. ¿Qué los llevó a cometer este espantoso suicidio colectivo?
Según Josefo, historiador de la época, un elemento sustancial de la tragedia fue la creencia en la inmortalidad del alma. Eleazar ben Yaír, el jefe de los celotes refugiados en Masada, intentó primero convencer a sus hombres de que el suicidio sería más honroso que la muerte a manos de los romanos o la esclavitud a los mismos. Al ver que vacilaban, se puso a darles un apasionado discurso sobre el alma, en el que afirmó que el cuerpo no es más que un lastre, la cárcel del alma. Agregó: “Pero cuando el alma está libre de este peso que la inclina hacia la tierra y se refugia en el lugar que le es propio, goza de un poder feliz y libre, siendo, como Dios, invisible a los ojos mortales”.
¿Qué efecto causaron sus palabras? Josefo narra que después de que Eleazar habló extensamente siguiendo esta línea de pensamiento, “todos lo interrumpieron y, llenos de un ardor irresistible, se apresuraron a cumplir lo que les aconsejaba”. Y añade: “Movidos por un impulso divino, se alejaron impacientes [...] por adelantarse los unos a los otros [...]. ¡Tan grande era el empeño que tenían de dar muerte a sus mujeres y sus hijos y a ellos mismos!”.
Este macabro ejemplo ilustra hasta qué punto la doctrina del alma inmortal puede alterar la visión que los seres humanos tienen normalmente de la muerte. No se enseña a los fieles de una religión u otra a verla como el peor enemigo del hombre, sino como una simple puerta que libera el alma para que goce de una existencia superior. Ahora bien, ¿cómo es que aquellos celotes judíos tenían esta creencia? Muchos pensarán que sus libros sagrados, las Escrituras Hebreas, enseñan que el hombre posee dentro un espíritu consciente, un alma que sale de él y pervive en el más allá. ¿Es cierto eso?
El alma en las Escrituras Hebreas
En una palabra: no. Desde el mismo primer libro de la Biblia, el Génesis, se nos dice que el alma no es algo que uno tiene, sino algo que uno es. De la creación del primer ser humano, Adán, leemos: “El hombre vino a ser alma viviente”. (Génesis 2:7.) La voz hebrea que aquí se traduce por alma, né·fesch, aparece más de setecientas veces en las Escrituras Hebreas, y en ninguna de ellas transmite la idea de ser una parte espiritual, etérea, separada del hombre. Todo lo contrario: el alma es tangible, concreta, física.
Si busca en su propia Biblia los siguientes pasajes, en cada uno de los cuales aparece la palabra hebrea né·fesch, verá claramente que el alma puede exponerse al peligro e incluso ser secuestrada (Deuteronomio 24:7; Jueces 9:17; 1 Samuel 19:11); tocar objetos (Job 6:7); ser aprisionada con hierros (Salmo 105:18); anhelar alimento, afligirse con ayuno y desfallecer de hambre y sed; padecer una enfermedad extenuante o desvelarse a causa de una pena. (Deuteronomio 12:20; Salmo 35:13; 69:10; 106:15; 107:9; 119:28.) En otras palabras: dado que el alma es uno mismo, nuestro propio yo, puede experimentar todo lo que es característico del ser humano.
¿Quiere decir esto que el alma puede morir? Sí. Lejos de ser inmortal, las Escrituras Hebreas mencionan que el alma humana puede ser “cortada”, o ejecutada, por su maldad; herida mortalmente; asesinada; destruida y despedazada. (Éxodo 31:14; Deuteronomio 19:6; 22:26; Salmo 7:2.) “El alma que peca... ella misma morirá”, afirma Ezequiel 18:4. Es obvio que el destino común de todas las almas humanas es la muerte, ya que todos pecamos. (Salmo 51:5.) Al primer hombre, Adán, se le informó que la pena por el pecado sería la muerte, no la transferencia al reino de los espíritus ni la inmortalidad. (Génesis 2:17.) Y cuando pecó, la sentencia fue: “Porque polvo eres y a polvo volverás”. (Génesis 3:19.) Cuando Adán y Eva murieron, sencillamente se convirtieron en lo que la Biblia a menudo llama ‘almas muertas’ o ‘almas difuntas’. (Números 5:2; 6:6.)
No es extraño que The Encyclopedia Americana comente sobre el alma en las Escrituras Hebreas lo siguiente: “La concepción del hombre en el Antiguo Testamento es la de una unidad, no la unión de alma y cuerpo”. Y añade: “Nefesh [...] no se concibe nunca como una entidad que funcione separada del cuerpo”.
Por lo tanto, ¿qué idea tenían los judíos fieles sobre la muerte? Simple y llanamente creían que la muerte era lo contrario de la vida. Salmo 146:4 describe lo que sucede cuando el espíritu, o sea, la fuerza vital, abandona al hombre: “Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos”. Así mismo, el rey Salomón escribió que los muertos “no tienen conciencia de nada en absoluto”. (Eclesiastés 9:5.)
¿Por qué, entonces, muchos judíos del siglo I, como los celotes de Masada, estaban tan convencidos de la inmortalidad del alma?
El influjo de los griegos
Los judíos no tomaron esta idea de la Biblia, sino de los griegos. Parece ser que entre los siglos VII y V a.E.C., el concepto pasó de los misteriosos cultos religiosos de Grecia a la filosofía griega. La noción de un más allá donde las almas malas recibirían castigo doloroso por sus faltas había ejercido gran fascinación por mucho tiempo, hasta que cobró forma y se difundió. Los filósofos debatían sin cesar acerca de la naturaleza precisa del alma. Para Homero, esta se escabullía en la muerte, haciendo una especie de susurro, chirriando y zumbando. Para Epicuro, el alma tenía masa y era, por lo tanto, un cuerpo infinitesimal.
Sin embargo, el máximo exponente de la inmortalidad del alma tal vez fue el filósofo griego Platón, del siglo IV a.E.C. En su descripción de la muerte de su maestro, Sócrates, se revelan convicciones muy parecidas a las que albergaban los celotes de Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar Cullmann, “Platón nos muestra cómo Sócrates, con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El horror está completamente ausente de ella. Sócrates no podría temer la muerte, puesto que ella nos libera del cuerpo. [...] La muerte es la gran amiga del alma. Así lo enseña y así es como muere, en admirable armonía con sus enseñanzas”.
Fue, al parecer, en el siglo II antes de Cristo, durante el período de los Macabeos, cuando los judíos empezaron a asimilar esta enseñanza de origen helénico. Josefo dice en el siglo I E.C. que los fariseos y los esenios, dos influyentes grupos religiosos judíos, abrazaron dicha doctrina. Algunas poesías que se cree fueron compuestas por aquella época reflejan la misma creencia.
¿Qué se puede decir de Jesucristo? ¿Enseñaron también él y sus seguidores esta idea tomada de la religión griega?
El concepto de los primeros cristianos sobre el alma
Los cristianos del siglo I y los griegos diferían en su concepto del alma. Considere, por ejemplo, el caso de la muerte de Lázaro, el amigo de Jesús. De haber tenido un alma inmortal que se hubiera escabullido, libre y feliz, en el momento de la muerte, ¿no narraría algo muy distinto el capítulo 11 de Juan? Si Lázaro hubiera estado vivo, con buena salud y consciente en el cielo, Jesús seguramente se lo hubiera revelado a sus seguidores. Por el contrario: haciéndose eco de las Escrituras Hebreas, les dijo que estaba dormido, inconsciente (versículo 11). Si su amigo hubiera estado disfrutando de una maravillosa nueva existencia, sin duda Jesús se habría alegrado; no obstante, lo encontramos llorando en público por su muerte (versículo 35). Suponiendo que el alma de Lázaro hubiese estado en el cielo gozando de feliz inmortalidad, Jesús ciertamente no hubiera sido tan cruel como para hacerlo regresar a la vida unos cuantos años más, atrapado en la “cárcel” de un cuerpo físico imperfecto y en medio de una raza humana enferma y moribunda.
¿Volvió Lázaro de la muerte contando entusiastas relatos de los maravillosos cuatro días que pasó como ser espiritual libre e incorpóreo? No. Los creyentes en el alma inmortal argüirán que se debió a que su experiencia fue tan imponente que era inenarrable. Pero tal argumento no es convincente; después de todo, ¿no pudo Lázaro haber dicho a sus seres queridos por lo menos eso mismo, que había tenido una experiencia demasiado maravillosa para describirla? Pero Lázaro no comentó nada sobre ninguna experiencia que hubiera tenido mientras estuvo muerto. ¡Imagínese! Guardó silencio con respecto a la cuestión que más aviva la curiosidad del hombre, a saber, cómo es la muerte. Su silencio solo tiene una explicación: no había nada que contar, pues los muertos están dormidos, sumidos en la inconsciencia.
¿Presenta la Biblia a la muerte como la amiga del alma, un mero rito para pasar a otras etapas de la existencia? No. Para los cristianos verdaderos, como el apóstol Pablo, la muerte no era una amiga, sino “el último enemigo”. (1 Corintios 15:26.) Los cristianos no estiman la muerte como algo natural; al revés: la ven como algo horrible, antinatural, pues es una consecuencia directa del pecado y la rebelión contra Dios. (Romanos 5:12; 6:23.) Nunca formó parte del propósito original de Dios para el hombre.
Sin embargo, los verdaderos cristianos no están sin esperanzas en lo que toca a la muerte del alma. La resurrección de Lázaro es uno de los muchos relatos bíblicos que muestran gráficamente la esperanza genuina que da la Biblia para las almas muertas: la resurrección. La Biblia enseña que hay dos tipos de resurrección. Para la inmensa mayoría de los seres humanos que yacen dormidos en el sepulcro, ya sean justos o injustos, existe la esperanza de la resurrección a la vida eterna aquí en la Tierra convertida en un jardín. (Lucas 23:43; Juan 5:28, 29; Hechos 24:15.) A los que componen el grupo pequeño que Jesús llamó su “rebaño pequeño”, les aguarda una resurrección a la vida inmortal como espíritus en el cielo. Estos, entre quienes figuran los apóstoles, regirán con Jesucristo sobre la humanidad y la restituirán a la perfección. (Lucas 12:32; 1 Corintios 15:53, 54; Revelación [Apocalipsis] 20:6.)
¿A qué se debe, entonces, que las iglesias de la cristiandad enseñen la inmortalidad del alma en vez de la resurrección? Escuche la respuesta que dio en 1959 el teólogo Werner Jaeger en The Harvard Theological Review: “El hecho más relevante en la historia de la doctrina cristiana consistió en que el padre de la teología cristiana, Orígenes, fuera un filósofo platónico de la escuela de Alejandría. Él convirtió en dogma cristiano el entero drama cósmico del alma, el cual tomó de Platón”. Así que la Iglesia hizo exactamente lo mismo que habían hecho los judíos siglos antes, esto es, pasó por alto las enseñanzas bíblicas en favor de la filosofía griega.
El verdadero origen de la doctrina
Llegados a este punto, quizás alguien pregunte en defensa de la doctrina de la inmortalidad del alma: ¿Por qué enseñan la misma doctrina, en una u otra forma, tantas religiones del mundo? Las Escrituras proporcionan una razón sólida de por qué está tan extendida en las comunidades religiosas del mundo.
La Biblia nos dice que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”, e identifica específicamente a Satanás como “el gobernante de este mundo”. (1 Juan 5:19; Juan 12:31.) Obviamente, las religiones del mundo no han sido inmunes a la influencia satánica; más bien, han contribuido en gran manera a los problemas y conflictos del mundo actual. Y en lo que tiene que ver con el alma, parece que reflejan el pensamiento de Satanás muy claramente. ¿Cómo?
Recuerde la primera mentira que se dijo. Dios había dicho a Adán y Eva que morirían si pecaban contra él; en cambio, Satanás le aseguró a Eva: “Positivamente no morirán”. (Génesis 3:4.) Adán y Eva, en efecto, murieron; volvieron al polvo, como Dios había dicho. Pero Satanás, “el padre de la mentira”, nunca abandonó su primer embuste. (Juan 8:44.) Incontables religiones que se desvían de la doctrina bíblica o la desconocen por completo promulgan el mismo concepto: ‘Usted positivamente no morirá. Puede ser que su cuerpo perezca, mas su alma subsistirá para siempre, como Dios’. Es interesante que Satanás también le dijera a Eva que sería “como Dios”. (Génesis 3:5.)
¡Cuánto mejor es abrigar una esperanza que se funda en la verdad y no en mentiras ni filosofías humanas! ¡Cuánto mejor es confiar en que nuestros amados muertos yacen inconscientes en la sepultura, en vez de preocuparnos por el paradero de su alma inmortal! El sueño de la muerte no tiene por qué aterrorizarnos ni deprimirnos. En cierto modo podemos imaginar que los muertos están en un lugar de descanso seguro. ¿Por qué seguro? Porque la Biblia garantiza que los muertos a quienes IEVÉ ama viven en un sentido particular. (Lucas 20:38.) Viven en su memoria. Esta es una idea sumamente alentadora, porque la memoria de él es infinita. Dios desea traer de nuevo a la vida a innumerables millones de seres humanos queridos para darles la oportunidad de que moren por siempre en una Tierra paradisíaca. (Compárese con Job 14:14, 15.)
El glorioso día de la resurrección llegará, pues todas las promesas de IEVÉ deben cumplirse. (Isaías 55:10, 11.) Imagínese la realización de esta profecía: “Pero tus muertos sí volverán a vivir, sus cadáveres resucitarán. Los que duermen en la tierra se despertarán y darán gritos de alegría. Porque tú envías tu luz como rocío y los muertos volverán a nacer de la tierra”. (Isaías 26:19, Versión Popular.) Así pues, los muertos que duermen en la sepultura están tan seguros como un bebé en la matriz de su madre. Pronto habrán de “nacer”, cuando vuelvan a la vida en una Tierra paradisíaca.
¿Qué mejor esperanza puede haber?
(NOTAS)
Por supuesto, como sucede con muchas palabras polivalentes, né·fesch también posee otros matices. Por ejemplo, designa a la persona interior, sobre todo en lo relativo a sentimientos profundos. (1 Samuel 18:1.) Se refiere asimismo a la vida de que gozamos como almas. (1 Reyes 17:21-23.)
El término hebreo para “espíritu”, rú·aj, significa “aliento” o “viento”. Con relación a los seres humanos, no se refiere a una entidad espiritual consciente, sino, más bien, de acuerdo con el Diccionario teológico del Nuevo Testamento, a la “energía vital [...] individual”.