Seguidores

domingo, 30 de agosto de 2015

RECONCILIACIÓN (Parte 2)




¿Qué clase de arrepentimiento trae “tiempos de refrigerio”?
A UNA muchedumbre reunida en la columnata de Salomón en el templo de Jerusalén, el apóstol Pedro hizo el llamamiento: “Arrepiéntanse, por lo tanto, y vuélvanse para que sean borrados sus pecados, para que vengan tiempos de refrigerio de parte de la persona de Jehová.”—Hech. 3:11-19.
¿Qué quería decir el que ‘se arrepintieran y se volvieran’? ¿Cómo llevaría a “tiempos de refrigerio”? ¿Y nos aplica eso hoy día?
LO QUE SIGNIFICA ARREPENTIMIENTO
En el día de Pedro, los judíos hablaban tanto el hebreo como el griego. En ambos idiomas las palabras que transmitían la idea de “arrepentimiento” se refieren a un cambio, un cambio de parecer, actitud o propósito.
Por ejemplo, el término griego metanoeo se forma de dos palabras: metá, que significa “después,” y noeo, relacionada con nous, que significa la mente, la disposición o la conciencia moral. De modo que metanoeo literalmente significa una idea que se ocurre después (en contraste con una idea de antemano). Es algo semejante a la expresión ‘después de pensarlo bien,’ refiriéndose a que las ideas posteriores producen un cambio en nuestra actitud. A menudo ese cambio es acompañado de, o impelido por, un sentimiento de pena, remordimiento, descontento o hasta disgusto relacionado con el asunto acerca del cual lo ‘hemos pensado bien.’
Pero esto de que hablaba Pedro no era un cambio ordinario de actitud. Previamente les había mostrado a sus oyentes que ellos eran partícipes en la culpa por la muerte de Jesucristo, a quien Dios había hecho “Agente Principal de la vida.” Aunque habían obrado en ignorancia, como lo hicieron sus gobernantes, no obstante tenían culpa porque apoyaron y acompañaron a los que resistían la verdad, incluso las profecías de las Escrituras Hebreas que predecían la venida del Mesías.
Entonces, ¿qué clase de “cambio” les pedía Pedro que hicieran? ¿Simplemente que sintieran remordimiento por la muerte de un hombre inocente y resolvieran jamás volver a participar en la responsabilidad de semejante crimen? ¿Era eso todo? ¡De ninguna manera! El cambio habría de ser tan penetrante que los haría ‘volverse,’ no solo de un acto incorrecto en particular, sino de un entero derrotero de la vida que iba contrario al propósito declarado de Dios. El arrepentimiento debería hacerlos volver de ese derrotero y emprender un diferente derrotero de la vida. Su derrotero estaba alejándolos de Dios. Pero ahora habrían de volverse a Dios por medio de su “Agente Principal de la vida.” Pedro aclaró además que el no escuchar a aquel Enviado de Dios significaría destrucción, mientras que la obediencia a su mensaje traería bendiciones. Sí, por fe en él como Agente Principal de la vida de Dios podrían comenzar a disfrutar de “tiempos de refrigerio” porque ahora Dios perdonaría su derrotero incorrecto, ‘borraría’ sus pecados, y estarían libres de una conciencia cargada de culpa. Entrarían en el favor de Dios, él volvería su rostro hacia ellos en aprobación y los bendeciría y los llevaría a la vida eterna.—Hech. 3:19-26.
¿Qué muestra esto, pues, que es el propósito verdadero del arrepentimiento? Es entrar en relación correcta con Dios... no temporalmente, sino sobre una base permanente, una verdadera reconciliación.
Esto lo aclara lo que otro apóstol, Pablo, anunció a un auditorio en Atenas, no a un auditorio judío, sino a uno compuesto de griegos, adoradores de muchos dioses y diosas.
RESPONSABILIDAD PARA CON EL DADOR DE VIDA
En el poderoso discurso que presentó en el Areópago (o cerro de Marte), Pablo le señaló a su auditorio politeísta el único Dios verdadero, el Hacedor del cielo y la Tierra. Los griegos se enorgullecían de su lógica y Pablo demostró lo ilógico que es “imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, o plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre.” Entonces declaró que, aunque Dios había permitido que continuara por un tiempo este extravío, “sin embargo ahora le está diciendo a la humanidad que todos en todas partes se arrepientan.”—Hech. 17:29, 30, para establece un reconciliación con el Creador.
Bueno pues, ¿bastaría con que aquellos griegos se arrepintieran de su uso idolátrico de estatuas y de su adoración de un gran conjunto de deidades? ¿Podrían seguir entonces viviendo su vida en otros respectos de la misma manera que lo hacían antes? No, eso no era lo que estaba diciendo Pablo.
Él primero había establecido sólidamente la verdad de que toda la humanidad le debe su vida, y la continuación de la vida, a Dios, la Fuente de toda la vida. De modo que toda la humanidad está endeudada con Dios... es responsable a él. Como Creador y Dador de vida, Dios tiene el derecho de requerir de todas sus criaturas que sirvan su propósito, que vivan en armonía con su voluntad suprema. Pablo enfatizó la necesidad de que estos griegos consideraran seriamente esa responsabilidad cuando pasó a decir: “Porque [Dios] ha fijado un día en que se propone juzgar a la tierra habitada con justicia por un varón [Cristo Jesús] a quien él ha nombrado, y ha proporcionado a todos los hombres la garantía con haberlo resucitado de entre los muertos.”—Hech. 17:22-31.
Esta verdad cardinal acerca de la responsabilidad de todos los hombres para con el único Dios verdadero por la vida que viven... ésta fue una nueva enseñanza para los griegos. Puso el arrepentimiento bajo una nueva luz. El Theological Dictionary of the New Testament (tomo IV, pág. 979) señala esto, declarando que “arrepentimiento” (metánoia) entre los griegos antiguos “nunca sugiere una alteración de la actitud moral total, un cambio profundo en la dirección de la vida, una conversión que afecta toda la conducta.”
Oh, es posible que aquellos griegos “se arrepintieran” (metanoeo) de cierto hecho, habla, plan o proyecto, rechazándolo como insatisfactorio o lamentable. Quizás hasta fueran ante la estatua de uno de sus dioses y expresaran remordimiento acerca del asunto. Pero el apóstol Pablo ahora estaba mostrándoles que su entera vida se debía a Dios. Eran responsables a él por todo su derrotero de la vida. ¡Qué profundo cambio podría significar “arrepentimiento” en vista de esa enseñanza! Si ahora comenzaban a ‘buscar a Dios’ como Pablo les mostró que podían hacerlo, conseguirían conocimiento y, a la luz de ese conocimiento, ¡qué cantidad de cosas descubrirían que habían estado haciendo contrarias a la voluntad y propósito del Dios verdadero, el Dador de vida!
¿QUÉ HAY DEL DÍA ACTUAL?
No solo a aquellos griegos que oyeron a Pablo, sino a “todos” los de la humanidad, “en todas partes” les era, y les es, necesario este arrepentimiento. Hoy la mayoría de las personas, especialmente en la cristiandad, tienen la idea de que simplemente por haber nacido entran en una relación con Dios como parte de su familia. Las Escrituras muestran que este punto de vista es completamente nulo.
Es verdad, todos entramos en la vida en la relación de deudores con Dios, habiendo recibido vida de él, pero no como miembros aprobados de su familia universal. Como muestra claramente el apóstol Pablo, por el pecado de Adán todos sus descendientes fueron vendidos a la esclavitud y llegaron a estar bajo sujeción al ‘rey’ Pecado y al ‘rey’ Muerte. (Rom. 5:12-14, 21; 7:14) La humanidad en conjunto ha estado alejada de Dios, necesitando reconciliarse con Él. Es por eso que el apóstol pudo decir de las naciones gentiles, que estaban fuera del pacto de Dios con Israel, que ellas en ese entonces “no tenían esperanza y estaban sin Dios en el mundo.” (Efe. 2:11, 12) Por el sacrificio propiciatorio de su Hijo, Cristo Jesús, Dios proveyó el medio para la reconciliación consigo mismo de parte de todos los que mostraran fe en ese sacrificio. (Col. 1:19-23) La súplica de los apóstoles, como embajadores por Cristo, fue por lo tanto: “Reconcíliense con Dios.”—2 Cor. 5:20.
Por eso, una razón básica para el arrepentimiento de parte de todas las personas es que todos somos inherentemente pecaminosos. Una segunda razón es que, si hemos estado acompañando al mundo de la humanidad en su derrotero, entonces hemos estado tomando un derrotero de oposición a Dios... por la sencilla razón de que la humanidad en conjunto ha pasado por alto la voluntad y los propósitos de Dios y hasta ha peleado contra ellos. Es por eso que la historia humana básicamente no es más que un relato deprimente de repetidos actos de derramamiento de sangre, opresión, injusticia e inmoralidad. El rehusar ver, reconocer y confesar uno su propia responsabilidad en todo esto como miembro anuente de la comunidad mundial sería tratar de taparse con una capa rota. Como lo expresa el apóstol Juan: “Si hacemos la declaración: ‘No hemos pecado,’ lo estamos haciendo a él [Dios] mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”—1 Juan 1:10.
Al ver su situación verdadera la persona sincera no tratará de evadir la responsabilidad o justificarse, más bien sentirá pesar genuino y se esforzará por reconciliarse con Dios. Definitivamente rechazará su derrotero pasado de conformidad voluntaria con un mundo que está en enemistad con Dios, odiará sinceramente ese derrotero incorrecto y todo lo que contradice las normas justas de Dios. (Sant. 4:4; Sal. 119:104; Rom. 12:9) Verdaderamente arrepentida, se “volverá” y demostrará esa conversión por “obras propias del arrepentimiento.” (Hech. 26:20; Mat. 3:8) Se vestirá con una “nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad.”—Efe. 4:17-24.
Hoy, como en tiempos apostólicos, el arrepentimiento y la conversión conducen a otro paso: el bautismo. El bautismo, según la escritura inspirada del apóstol Pedro, simboliza “la solicitud [de uno] hecha a Dios para una buena conciencia.” (1 Ped. 3:21) Sí, así uno le pide formalmente a Dios que lo permita entrar en buenas relaciones con Él y disfrutar de los beneficios de una buena conciencia para con Él. Habiendo experimentado los malos efectos de la esclavitud al ‘rey’ Pecado con la muerte en mira, este individuo entonces suplica a Dios que lo compre como Su propio esclavo por medio del precio de rescate que pagó amorosamente el Hijo de Dios.—Rom. 6:16-18; 1 Cor. 7:22, 23.
¿Ha hecho usted este cambio vital? ¿Reconoce usted la responsabilidad que tiene para con el Dador de vida de vivir su vida de acuerdo con la voluntad de Él? ¿Se siente usted impelido a hacerlo por amor a él y a la justicia?
Esto exige estudio de su Palabra. Usted tiene que ‘abrir los ojos y oídos’ receptivamente a la verdad bíblica para que pueda ‘captar el sentido de ello con el corazón.’ De los que lo hacen, IEVE dice: ‘Yo los sanaré.’ (Isa. 6:9, 10; Mat. 13:13-15) Habiendo esto, usted experimentará “tiempos de refrigerio” y será introducido en los “caminos de agradabilidad” y en las ‘veredas de paz’ mientras disfruta de una buena conciencia delante de Dios.—Pro. 3:17; 1 Ped. 3:21.

jueves, 27 de agosto de 2015

RECONCILIACIÓN, (parte 1)




Acción de volver a la concordia, de atraer y acordar los ánimos desunidos. Las palabras griegas relacionadas con el término reconciliación se derivan del verbo al·lás·sō, que significa básicamente “cambiar; alterar”. (Hch 6:14; Gál 4:20, Int.)
Por lo tanto, aunque la forma compuesta ka·tal·lás·sō significa esencialmente “cambiar” o “canjear”, adquirió el significado de “reconciliar”. (Ro 5:10.) Pablo empleó este verbo al hablar de la mujer separada que debía ‘reconciliarse’ con su esposo. (1Co 7:11.) En las instrucciones de Jesús registradas en Mateo 5:24 en cuanto a que se deberían ‘hacer primero las paces’ con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar, aparece un término de la misma familia: di·al·lás·so·mai.
Reconciliación con Dios. Pablo utiliza los términos ka·tal·lás·sō y a·po·ka·tal·lás·sō (una forma intensificada) en la carta a los Romanos y en otras varias, al tratar el tema de la reconciliación del hombre con Dios por medio del sacrificio de Cristo Jesús.
La reconciliación con Dios es necesaria porque ha existido un alejamiento, una separación, una falta de armonía y de relaciones amistosas, más que eso, enemistad. Esta mala relación se produjo como consecuencia del pecado del primer hombre, Adán, y la consiguiente pecaminosidad e imperfección que heredaron todos sus descendientes. (Ro 5:12; compárese con Isa 43:27.) Por esa razón el apóstol podía decir que “el tener la mente puesta en la carne significa enemistad con Dios, porque esta no está sujeta a la ley de Dios, ni, de hecho, lo puede estar [debido a la naturaleza imperfecta y pecaminosa que ha heredado]. Por eso los que están en armonía con la carne no pueden agradar a Dios”. (Ro 8:7, 8.) Existe enemistad porque las normas perfectas de Dios no permiten que Él apruebe o tolere el mal. (Sl 5:4; 89:14.) En cuanto a su Hijo, quien reflejó las cualidades perfectas de su Padre, está escrito: “Amaste la justicia, y odiaste el desafuero”. (Heb 1:9.) Por consiguiente, aunque “Dios es amor” y “tanto amó [...] al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito” a favor de él, el hecho es que toda la humanidad ha estado enemistada con Dios, y Él ha manifestado al mundo de los hombres el amor que se tiene a los enemigos, el amor que está fundado sobre los principios (gr. a·gá·pē) más bien que sobre el afecto o la amistad (gr. fi·lí·a). (1Jn 4:16; Jn 3:16; compárese con Snt 4:4.)
Como la norma de justicia de Dios es perfecta, no puede tolerar ni aprobar el pecado, pues este consiste en la violación de su voluntad expresa. Él es “benévolo y misericordioso”, y “rico en misericordia” (Sl 145:8, 9; Ef 2:4); pero no antepone la misericordia a la justicia. Como se observa correctamente en la Cyclopædia, de M’Clintock y Strong (1894, vol. 8, pág. 958), la relación entre Dios y el hombre pecaminoso es por ello una relación “legal, como la de un soberano en calidad de juez y un delincuente que ha infringido sus leyes y se ha alzado contra su autoridad, y al que por tanto se trata como enemigo”. Esta era la situación en la que quedó la humanidad como consecuencia del pecado heredado de su primer padre, Adán.
La base para la reconciliación. Únicamente puede haber una reconciliación completa con Dios por medio del sacrificio de rescate de Cristo Jesús; él es “el camino” y nadie va al Padre sino por él. (Jn 14:6.) Su muerte sirvió de “sacrificio propiciatorio [gr. hi·la·smón] por nuestros pecados”. (1Jn 2:2; 4:10.) La palabra hi·la·smós significa “medio de apaciguamiento; expiación”. Está claro que el sacrificio de Jesucristo no era un “medio de apaciguamiento” en el sentido de que calmara los sentimientos heridos que Dios pudiera tener o le aplacara, pues es patente que la muerte de su amado Hijo no produciría tal efecto. Más bien, ese sacrificio apaciguó o satisfizo las exigencias de la justicia perfecta de Dios al sentar la base recta y justa para el perdón del pecado, a fin de que Dios “sea justo hasta al declarar justo al hombre [pecaminoso por herencia] que tiene fe en Jesús”. (Ro 3:24-26.) Al suministrar el medio para la expiación o compensación completa de los pecados y acciones ilícitas humanas, el sacrificio de Cristo creó una situación propicia para que a partir de ese momento el hombre procurara y consiguiera restablecer una buena relación con el Dios Soberano. (Ef 1:7; Heb 2:17.
Así que, por medio de Cristo, Dios ha abierto el camino que le permite “reconciliar de nuevo consigo mismo todas las otras cosas, haciendo la paz mediante la sangre que [Jesús] derramó en el madero de tormento”. Como resultado, los que en un tiempo estaban “alejados y eran enemigos” debido a que tenían la mente fija en la maldad podían beneficiarse de la reconciliación, que se logra “por medio del cuerpo carnal de [Jesús] mediante su muerte”, lo que permite que se les presente “santos y sin tacha y no expuestos a ninguna acusación delante de él”. (Col 1:19-22.) A partir de ese momento, IEVE Dios podía ‘declarar justos’ a los que seleccionase para ser sus hijos espirituales, quienes no estarían bajo ninguna acusación, pues ya estaban completamente reconciliados con Dios y en paz con Él. (Compárese con Hch 13:38, 39; Ro 5:9, 10; 8:33.)
¿Qué podemos decir entonces de hombres que sirvieron a Dios antes de la muerte de Cristo? Por ejemplo: Abel, de quien se dijo que “se le dio testimonio de que era justo, pues Dios dio testimonio respecto a sus dádivas”; Enoc, quien “tuvo el testimonio de haber sido del buen agrado de Dios”; Abrahán, quien “vino a ser llamado ‘amigo de IEVE’”; Moisés, Josué, Samuel, David, Daniel, Juan el Bautista y los discípulos de Cristo, a quienes Jesús dijo antes de su muerte: “El Padre mismo les tiene cariño”. (Heb 11:4, 5; Snt 2:23; Da 9:23; Jn 16:27.) IEVE mantuvo una relación con todos ellos y los bendijo. Por tanto, ¿cómo es que tales personas necesitarían una reconciliación por medio de la muerte de Cristo?
Estas personas obviamente se reconciliaron hasta cierto grado con Dios. No obstante, al igual que el resto del mundo de la humanidad, todavía eran pecadores por herencia, como de hecho lo reconocían al ofrecer los sacrificios de animales. (Ro 3:9, 22, 23; Heb 10:1, 2.) Es verdad que algunos hombres han pecado de manera más abierta o grave que otros, y hasta se han vuelto manifiestamente rebeldes; pero el pecado sigue siendo pecado, sin importar su grado o alcance. Por lo tanto, como todos son pecadores, todos los descendientes de Adán, sin excepción, necesitan la reconciliación con Dios que el sacrificio de su Hijo ha hecho posible.
La relativa amistad de Dios con hombres como los mencionados antes se basaba en la fe que ellos mostraron, fe que abarcaba la creencia de que Dios proveería al debido tiempo el medio para librarlos por completo de su condición pecaminosa. (Compárese con Heb 11:1, 2, 39, 40; Jn 1:29; 8:56; Hch 2:29-31.) Por consiguiente, la relativa reconciliación de la que disfrutaron estaba supeditada al rescate que Dios proveería en el futuro. Como se muestra en el artículo DECLARAR JUSTO, Dios ‘contó’, ‘imputó’ o abonó en cuenta su fe como justicia, y, sobre esa base, teniendo en mira la absoluta certeza de que proveería un rescate, podía considerarlos provisionalmente sus amigos sin violar sus normas de justicia perfecta. (Ro 4:3, 9, 10; NM, Besson; compárese también con 3:25, 26; 4:17.) Sin embargo, las exigencias propias de su justicia con el tiempo tendrían que satisfacerse, de manera que se saldarían con el pago real del precio de rescate requerido. Todo esto exalta la importancia del papel de Cristo en el propósito de Dios, y demuestra que, aparte de Cristo Jesús, no hay ningún hombre que pueda alcanzar una posición de justo ante Dios por méritos propios. (Compárese con Isa 64:6; Ro 7:18, 21-25; 1Co 1:30, 31; 1Jn 1:8-10.)
Pasos necesarios para conseguir la reconciliación. Dado que Dios es el ofendido y es su ley la que se ha infringido vez tras vez, el hombre es quien debe reconciliarse con Dios y no Dios con el hombre. (Sl 51:1-4.) El hombre no está en un plano de igualdad con Dios, y la norma de la justicia divina no está sujeta a cambios, enmiendas o modificaciones. (Isa 55:6-11; Mal 3:6; compárese con Snt 1:17.) Por lo tanto, sus condiciones para la reconciliación no son negociables, no están sujetas a juicio o componenda. (Compárese con Job 40:1, 2, 6-8; Isa 40:13, 14.) Aunque muchas versiones traducen Isaías 1:18: “El Señor dice: Vengan, vamos a discutir este asunto” (VP), o emplean expresiones parecidas (BJ, SA, Str), una traducción más adecuada y coherente es: “Vengan, pues, y enderecemos los asuntos entre nosotros [“Vengan, para que arreglemos cuentas”, RH; véanse también CB, CI, EMN] —dice IEVE—”. La culpa de esta falta de armonía con Dios la tiene exclusivamente el hombre, no Dios. (Compárese con Eze 18:25, 29-32.)
Este hecho no impide que Dios demuestre su misericordia tomando la iniciativa de abrir el camino para la reconciliación por medio de su Hijo. El apóstol escribe: “Porque, de hecho, Cristo, mientras todavía éramos débiles, murió por impíos al tiempo señalado. Porque apenas muere alguien por un hombre justo; en realidad, por el hombre bueno, quizás, alguien hasta se atreva a morir. Pero Dios recomienda su propio amor [a·gá·pēn] a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Mucho más, pues, dado que hemos sido declarados justos ahora por su sangre, seremos salvados mediante él de la ira. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, mucho más, ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida. Y no solo eso, sino que también nos alborozamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, mediante quien ahora hemos recibido la reconciliación”. (Ro 5:6-11.) Jesús, quien “no conoció pecado”, fue hecho “pecado por nosotros” y murió como ofrenda humana a fin de librar a las personas de la acusación y la pena del pecado. Librados de tal acusación, tienen la oportunidad de parecer justos a los ojos de Dios, y, por lo tanto, de “[llegar] a ser justicia de Dios por medio de él [Jesús]”. (2Co 5:18, 21.)
Además, Dios demuestra su misericordia y amor enviando embajadores a la humanidad pecaminosa. En la antigüedad se enviaban embajadores principalmente en tiempos de hostilidad (compárese con Lu 19:14), no de paz, y su misión solía consistir en ver si podía evitarse la guerra o en fijar las condiciones que propiciaran la paz cuando existía un estado de guerra. (Isa 33:7; Lu 14:31, 32. Dios envía a sus embajadores cristianos a los hombres para que puedan aprender sus condiciones de reconciliación y para que se valgan de ellas. El apóstol escribe: “Somos, por lo tanto, embajadores en sustitución de Cristo, como si Dios estuviera suplicando mediante nosotros. Como sustitutos por Cristo rogamos: ‘Reconcíliense con Dios’”. (2Co 5:20.) Esta súplica no significa que se debilite la posición de Dios o su oposición al mal; es una invitación misericordiosa a los ofensores para que busquen la paz y escapen de las inevitables consecuencias de la justa ira divina, que sobrevendrá a los que persistan en oponerse a Su santa voluntad y que supondrá su segura destrucción. (Compárese con Eze 33:11.) Incluso los cristianos tienen que cuidarse de ‘no aceptar la bondad inmerecida de Dios y dejar de cumplir su propósito’, es decir, no buscar continuamente el favor y la buena voluntad de Dios durante el “tiempo acepto” y el “día de salvación” que Él provee misericordiosamente, como muestran las siguientes palabras de Pablo. (2Co 6:1, 2.)
Al reconocer la necesidad de reconciliarse y aceptar la provisión de Dios para ello, a saber, el sacrificio de su Hijo, la persona debe arrepentirse de su proceder de pecado y convertirse o volverse de seguir el camino del mundo pecaminoso de la humanidad. Apelando a Dios sobre la base del rescate de Cristo, puede obtener perdón de pecados y reconciliación, y como resultado, “tiempos de refrigerio [...] de la persona de IEVE” (Hch 3:18, 19), así como paz mental y de corazón. (Flp 4:6, 7.) Como ha dejado de ser un enemigo con quien Dios está encolerizado, puede decirse que en realidad ha “pasado de la muerte a la vida”. (Jn 3:16; 5:24.) Después, a fin de mantener la buena voluntad de Dios, ha de ‘invocarle en apego a la verdad’, ‘continuar en la fe y no dejarse mover de la esperanza de las buenas nuevas’. (Sl 145:18; Flp 4:9; Col 1:22, 23.)
¿En qué sentido ha reconciliado Dios consigo mismo a un mundo?
El apóstol Pablo dice que “mediante Cristo [Dios] estaba reconciliando consigo mismo a un mundo, no imputándoles sus ofensas”. (2Co 5:19.) Estas palabras no deberían interpretarse mal y concluir que todas las personas se reconcilian automáticamente con Dios en virtud del sacrificio de Jesús, pues seguidamente el apóstol continúa hablando de la obra de embajadores, que consiste en suplicar a los hombres: “Reconcíliense con Dios”. (2Co 5:20.) Lo que en realidad se proveyó es el medio para que puedan reconciliarse todos los del mundo de la humanidad que deseen responder. Por consiguiente, Jesús vino “para dar su alma en rescate en cambio por muchos”, y “el que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Mt 20:28; Jn 3:36; compárese con Ro 5:18, 19; 2Te 1:7, 8.)
No obstante, IEVE Dios se propuso “reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra”. (Ef 1:10.) Aunque es necesaria la destrucción de los que se niegan a ‘enderezar los asuntos’ (Isa 1:18) con IEVE Dios, el resultado será un universo en completa armonía con Dios, en el que la humanidad volverá a disfrutar de Su amistad y de bendiciones continuas, como ocurría al principio en Edén. (Rev 21:1-4.)
IEVE Dios puso fin a la relación que mantenía con la nación de Israel en virtud de Su pacto, debido a que fueron infieles y rechazaron a su Hijo. (Mt 21:42, 43; Heb 8:7-13.) El apóstol debe referirse a este hecho cuando dice que el ‘desecharlos significó reconciliación para el mundo’ (Ro 11:15), pues, como muestra el contexto, de este modo se abrió el camino para el mundo ajeno a la comunidad o congregación judía. En otras palabras, las naciones no judías tenían la oportunidad de unirse a un resto fiel judío, con el que se había hecho el nuevo pacto, y formar la nueva nación de Dios, el Israel espiritual. (Compárese con Ro 11:5, 7, 11, 12, 15, 25.)
Como pueblo de Dios, su “propiedad especial” (Éx 19:5, 6; 1Re 8:53; Sl 135:4), el pueblo judío había disfrutado de una relativa reconciliación con Dios, aunque aún tenía la necesidad de una reconciliación plena por medio del predicho Redentor, el Mesías. (Isa 53:5-7, 11, 12; Da 9:24-26.) Las naciones no judías, por otra parte, estaban ‘alejadas del estado de Israel, eran extrañas a los pactos de la promesa, no tenían esperanza y estaban sin Dios en el mundo’, pues no tenían una posición reconocida ante Él. (Ef 2:11, 12.) No obstante, de acuerdo con el secreto sagrado relacionado con la Descendencia, Dios se propuso bendecir a personas de “todas las naciones de la tierra”. (Gé 22:15-18.) El medio para hacerlo, el sacrificio de Cristo Jesús, abrió por tanto el camino para que personas de las naciones no judías alejadas de Dios ‘estuvieran cerca por la sangre del Cristo’. (Ef 2:13.) No solo esto, sino que aquel sacrificio también eliminó la división entre el judío y el que no lo era, pues cumplió el pacto de la Ley y lo quitó del camino, lo que permitió a Cristo “reconciliar plenamente con Dios a ambos pueblos en un solo cuerpo mediante el madero de tormento, porque había matado la enemistad [la división producida por el pacto de la Ley] por medio de sí mismo”. A partir de entonces, tanto el judío como el que no lo era podía acercarse a Dios mediante Cristo Jesús, y con el tiempo se introdujo en el nuevo pacto como herederos del Reino con Cristo a los que no eran judíos. (Ef 2:14-22; Ro 8:16, 17; Heb 9:15.)

martes, 25 de agosto de 2015

Atentos a estos acontecimientos. Predicen que un colapso económico a gran escala sacudirá el mundo este octubre


CKhb6y2WcAAKXf0

El controvertido economista estadounidense Martin Armstrong predijo en su momento el desplome de los mercados de valores de todo el mundo en 1987, escribe el portal ‘Infowars’.

Desde hace años el especialista advierte de que los Gobiernos de todo el mundo inevitablemente se enfrentarán a una crisis de insolvencia y falta de confianza a partir de este mes de octubre. Armstrong cree que el 1 de octubre va a convertirse en un punto de inflexión para la economía mundial y a partir de ese momento comenzará una transferencia de la confianza de los inversores del sector público y los Gobiernos al sector privado.

El experto considera que los grandes capitales invertidos en el sector público en forma de bonos fluirán de la eurozona hacia las bolsas estadounidenses. Así, el economista predice “un enorme mercado alcista” de las acciones del país norteamericano.

Por su parte, otro economista, Larry Edelson, pronostica el colapso de la solvencia de los Gobiernos a partir del 7 de octubre de 2015. Edelson también opina que grandes sumas de inversiones fluirían de la zona euro a EE.UU., lo que conllevará el aumento del valor de las acciones del país.

Ambos analistas piensan que el mercado de valores de EE.UU. se disparará mientras que otros se desmoronarán. No obstante, por el efecto dominó el colapso finalmente golpeará también a EE.UU., que afrontará una crisis financiera y el impago de sus deudas.

Fuente: http://actualidad.rt.com/economia/180815-crisis-economica-octubre-colapso

En este vídeo encontrarás una impresionante y profunda información que jamás te contarán en las noticias y que hará que nunca más las puedas percibir del mismo modo.

https://vimeo.com/63266436

miércoles, 5 de agosto de 2015

¿Es la religión la raíz de los problemas de la humanidad?




“CUANDO la religión no está fomentando conflictos, está obrando como una droga que insensibiliza la conciencia de los hombres y les llena el cerebro de fantasías para que se evadan de la realidad. [...] Hace que la gente sea de mentalidad estrecha y supersticiosa, y que esté llena de odio y temor.” El ex misionero metodista que escribió estas palabras agregó: “Estas acusaciones son ciertas. Hay religión mala y buena” (Start Your Own Religion [Funde su propia religión]).
“Esa crítica es injusta”, dirían algunos. Sin embargo, ¿quién puede negar los hechos históricos? En general, la religión —que puede definirse como “el servicio y adoración que se rinde a Dios o a lo sobrenatural”— tiene un vergonzoso historial. Debería iluminarnos e inspirarnos. Pero en la mayoría de los casos, lo que hace es generar contiendas, intolerancia y odio. ¿Por qué?
Un engañoso “ángel de luz”
La Biblia nos da una respuesta muy sencilla. Al presentarse como un “ángel de luz”, Satanás el Diablo ha extraviado a millones de personas para que sigan sus enseñanzas en vez de las de Dios (2 Corintios 11:14). El apóstol Juan señaló que la influencia de Satanás se ha extendido hasta el punto de que “el mundo entero yace en el poder del inicuo” (1 Juan 5:19). Juan sabía que el Diablo estaba “extraviando a toda la tierra habitada” (Revelación [Apocalipsis] 12:9).
¿Cuáles han sido las consecuencias? Satanás ha fomentado sistemas religiosos que aparentan ser santos. Tienen una “fachada de religiosidad”, pero los malos frutos que producen ponen de manifiesto su verdadera condición (2 Timoteo 3:5, Schonfield; Mateo 7:15-20). En vez de contribuir a resolver los problemas de la humanidad, tal religiosidad se convierte, en realidad, en parte del problema.
No descarte enseguida esa idea pensando que es exagerada o irrazonable. Recuerde: la esencia del engaño es que la víctima no es consciente de él. El apóstol Pablo dio un ejemplo al decir: “Las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican, y no a Dios” (1 Corintios 10:20). A dichas personas probablemente les hubiera conmocionado saber que adoraban a demonios, pues creían que adoraban a un dios bueno, o a dioses buenos; sin embargo, habían sido engañadas por “fuerzas espirituales inicuas [que moran] en los lugares celestiales” y apoyan a Satanás en sus esfuerzos por extraviar a la humanidad (Efesios 6:12).
Por ejemplo, examinemos la forma en que el Diablo logró engañar y extraviar a muchos que afirmaban ser cristianos pero que optaron por no prestar atención a la advertencia del apóstol Juan respecto a esa maligna influencia (1 Corintios 10:12).
Lo que Jesús enseñó provenía de Dios
“Lo que yo enseño —dijo Jesucristo— no es mío, sino que pertenece al que me ha enviado.” (Juan 7:16.) Así es, lo que él enseñó provenía del Dios todopoderoso, razón por la cual sus enseñanzas ejercían una influencia poderosa y reconfortante en sus oyentes. No ‘insensibilizaban la conciencia de los hombres ni les llenaban el cerebro de fantasías para que se evadieran de la realidad’. Al contrario, los liberaban del error religioso y las filosofías humanas de un mundo que, engañado por el Diablo, “mentalmente se halla[ba] en oscuridad” (Efesios 4:18; Mateo 15:14; Juan 8:31, 32).
A los cristianos verdaderos no se les reconocía por una apariencia de piedad, sino por una fe que reflejaba las hermosas cualidades que produce el espíritu santo de Dios (Gálatas 5:22, 23; Santiago 1:22; 2:26). Entre dichas cualidades se destaca el amor ágape, la marca que distingue al auténtico cristianismo (Juan 13:34, 35).
Ahora bien, tenga presente este punto fundamental: ni Jesús ni sus apóstoles esperaban que la congregación cristiana continuara en su estado original. Sabían que se desarrollaría la apostasía y que la religión verdadera sería eclipsada por algún tiempo largo. (VEA EL TEMA LO QUE DICE EL ESPÍRITU)
La religión verdadera queda oculta por algún tiempo
En una parábola sobre el trigo y la mala hierba, Jesús predijo que la religión verdadera quedaría casi completamente escondida por cierto tiempo. Lea usted mismo el relato en Mateo 13:24-30, 36-43. Jesús sembró un campo con trigo, “la semilla excelente”, que representó a sus fieles discípulos que formarían la congregación cristiana original. Advirtió que “un enemigo”, Satanás el Diablo, con el tiempo sobresembraría “mala hierba”, es decir, personas que afirmarían seguir a Jesucristo, pero que en realidad rechazarían sus enseñanzas.
En cuanto murieron los apóstoles de Jesús, surgieron individuos que demostraron ser “mala hierba”, pues concedían más valor a las enseñanzas humanas falsas que a “la mismísima palabra de IEVE” (Jeremías 8:8, 9; Hechos 20:29, 30). Como resultado, en el escenario mundial surgió un cristianismo falso y corrompido, dominado por el que la Biblia llama “el desaforado”, es decir, por una clase clerical corrupta y saturada de “todo engaño injusto” (2 Tesalonicenses 2:6-10). Jesús predijo que dicha situación cambiaría “en la conclusión del sistema de cosas”. Los cristianos semejantes a trigo serían juntados, mientras que “la mala hierba” acabaría siendo destruida, (futuro)
Este cristianismo falso es el responsable de la oscuridad espiritual que envolvió a la cristiandad en los “siglos de barbarie apenas redimida”, como llamó un escritor a la época que la humanidad vivió a continuación. Previendo este hecho y los demás actos depravados y violentos que se han cometido desde entonces en el nombre de la religión, el apóstol Pedro predijo con acierto que “por causa de estos [que afirmarían ser cristianos] se hablar[ía] injuriosamente del camino de la verdad” (2 Pedro 2:1, 2).
“Una teología de ira y odio”
La cristiandad no es la única que ha dado un mal nombre a la religión. Piense, por ejemplo, en las versiones fundamentalistas de “piedad militante” que, según la ex monja Karen Armstrong, han surgido en el seno de “todas las grandes tradiciones religiosas”. Esta escritora opina que una prueba decisiva para cualquier religión es que debe conducir a las personas a “manifestar compasión”. ¿Qué dice el historial de las religiones fundamentalistas a este respecto? “El fundamentalismo —declara ella—, sea judío, cristiano o musulmán, no pasa esta prueba decisiva si se convierte en una teología de ira y odio.” (The Battle for God—Fundamentalism in Judaism, Christianity and Islam.) Pero ¿son las religiones del llamado fundamentalismo las únicas que no han pasado esta prueba y se han convertido en “una teología de ira y odio”? La historia revela que no.
En realidad, Satanás ha establecido un imperio mundial de religión falsa que se caracteriza por la ira, el odio y un derramamiento de sangre que apenas conoce límites. La Biblia llama a este imperio “Babilonia la Grande, la madre [...] de las cosas repugnantes de la tierra”, y la representa como una prostituta que cabalga a lomos de un sistema político semejante a una bestia. Es digno de mención que se la considere responsable por “la sangre [...] de todos los que han sido degollados en la tierra” (Revelación 17:4-6; 18:24).
No se ha engañado a todo el mundo
No obstante, la historia demuestra que no se ha engañado a todo el mundo. Incluso en los tiempos más tenebrosos, señala Melvyn Bragg, “muchas buenas almas hicieron el bien cuando la mayoría de la gente era malvada”. Los cristianos auténticos siguieron adorando a Dios “con espíritu y con verdad” (Juan 4:21-24). Se separaron de un sistema religioso mundial que se había prostituido al convertirse en el “aliado del poder militar”. Se negaron a entrar en una relación Iglesia-Estado que, según revela la historia, fue “más un pacto hecho por Satanás que por Jesús de Nazaret” (Two Thousand Years—The Second Millennium: From Medieval Christendom to Global Christianity [Dos mil años. El segundo milenio: desde el cristianismo medieval hasta el cristianismo mundial]).
Estas personas se han distinguido por la influencia positiva que ejercen. A fin de mantenerse sin ninguna mancha de la religión falsa, han basado sus creencias y acciones únicamente en la Palabra inspirada de Dios, la Biblia (2 Timoteo 3:16, 17). Y al igual que los cristianos del siglo primero, han obedecido el mandato de Jesús de “no [ser] parte del mundo” (Juan 15:17-19; 17:14-16). En la Alemania nazi, por ejemplo, se negaron a renunciar a sus principios bíblicos —lo que los hizo inaceptables según la ideología nazi— y se ganaron el odio de Hitler. Cierto libro de texto dice: Estos solo obedecían la enseñanza bíblica de no tomar las armas para defender causa alguna. Por ello rehusaron servir en el ejército o tener algo que ver con los nazis. Como represalia, las SS encarcelaban a familias enteras de estas personas que solo se guiaron por la palabra de nuestro Creador” (Germany—1918-45). En realidad, centenares de ellos murieron a causa de la persecución nazi.
Claro está, hubo personas valerosas de otras religiones que sufrieron por sus creencias. Pero estos cristianos genuinos lo hicieron como grupo religioso unido. La inmensa mayoría de ellos sostuvo firmemente el principio bíblico fundamental de “obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres” (Hechos 5:29; Marcos 12:17). ¿Lo hará usted?
La raíz del problema
De modo que decir que la religión es la raíz de todos los problemas de la humanidad es cierto solo en parte: la religión falsa es la culpable. Sin embargo, Dios se propone acabar con toda religión falsa dentro de muy poco (Revelación 17:16, 17; 18:21). A todos los que aman la justicia y la rectitud, él da este mandato: “Sálganse de ella [es decir, de Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa], pueblo mío, si no quieren participar con ella en sus pecados, y si no quieren recibir parte de sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado hasta llegar al cielo, y Dios ha recordado sus actos de injusticia” (Revelación 18:4, 5). Sí, Dios mismo está profundamente ofendido por la religión que ‘fomenta conflictos, insensibiliza la conciencia de los hombres, les llena el cerebro de fantasías para que se evadan de la realidad y hace que la gente sea de mentalidad estrecha y supersticiosa, y que esté llena de odio y temor’.